Reflexiones
Por: Rodil Rivera Rodil
Motivan este artículo las declaraciones del ingeniero Nasralla en las que afirmó que si gana la presidencia romperá las relaciones diplomáticas con Venezuela, las restablecerá con Taiwán y mantendrá solamente las económicas con la República Popular China, con lo que arroja serias dudas acerca de la responsabilidad con la que podría conducir los asuntos de nuestra política exterior si triunfa en las próximas elecciones. Las decisiones de este calado requieren de apropiada información y del análisis a fondo de conocedores de la materia. Tomarlas a la ligera, y en medio de un proceso electoral, no es buena señal. La ultra conservadora recién electa primera ministra de Japón, Sanae Takaichi, a escasas tres semanas de haber asumido el cargo, acaba de desatar lo que la prensa internacional ha calificado como un “incendio geopolítico”, precisamente con China, por un comentario que hizo sobre Taiwán de tono belicista, el cual, según los analistas, “fue un movimiento que no contó con el asesoramiento de “burócratas” ni expertos de los ministerios”.
En lo que a Venezuela se refiere, creo que su anuncio obedeció, primordialmente, a un ardid proselitista de última hora urdido al calor de la campaña. Pues no me parece que el ingeniero Nasralla quiera que pensemos que su plan sea el de quedar bien con el presidente Trump para el caso de que si se produce el alboroto que los sectores de extrema derecha están propiciando para el día de las elecciones, este lo pueda ayudar “a salir” de presidente a como dé lugar, justo como lo hizo en los comicios del 2017 enviando a su encargada de negocios, la señora Heide Fulton, a ordenarle al Tribunal Supremo Electoral de entonces que proclamara la reelección inconstitucional de Juan Orlando Hernández, no obstante el escandaloso fraude que había montado para burlar la voluntad popular.
En lo que atañe a la China continental, creo que no son pocos los hondureños que coincidimos en que romper los lazos diplomáticos con la segunda potencia económica del planeta y la primera en términos de Producto Interno Bruto por Paridad de Poder Adquisitivo (PAA), constituiría, por lo menos, una determinación muy poco inteligente que podría acarrear graves perjuicios al país.
Se cuenta que cuando Nayib Bukele se hallaba en campaña para las elecciones del 2019 le habría asegurado al presidente Trump que si resultaba electo les pondría fin a las relaciones diplomáticas establecidas con China por el anterior gobierno de Sánchez Cerén. Lo que no sucedió, dado que una vez que tomó posesión del cargo se percató de las ventajas que para El Salvador podrían significar dichos vínculos, lo que, como de esperarse, le valió por un tiempo la enconada animadversión de aquel. Pero ahora, en su segundo mandato, por esos vuelcos de opinión que acostumbra, el señor Trump ha pasado a ser uno de sus más fervientes admiradores y, en particular, de su política de seguridad. Y, por primera vez, diría yo, los organismos internacionales de derechos humanos, no sin cierta reticencia, han reducido notablemente las feroces críticas que no hace mucho le prodigaban al mandatario salvadoreño. Lo que indica que Trump está teniendo un éxito en su inocultable propósito de acabar con el protagonismo que han tenido estas organizaciones en la política mundial. Y es que los intereses geopolíticos, especialmente los económicos, a la postre, tienen mucho mayor peso en tales cuestiones que cualesquiera otras consideraciones.
La China Popular sostiene relaciones diplomáticas plenas con 180 de los 192 Estados miembros de las Naciones Unidas, además del Estado de Palestina, las Islas Cook y Niue, país insular del Pacifico Sur. Taiwán las tiene con 14 en total, de los cuales tres, nada más, son parte de la América continental: Guatemala, Paraguay y Haití. Y, de hecho, ninguno, sin excepción, las ha restablecido después de haberlas concluido. Y no ha sido porque le haya ido mal con los chinos, y si no le ha ido bien, tampoco ha sido, sin duda, por su culpa.
En efecto, es ampliamente sabido que desde 1978, en que implantó lo que denomina el “Socialismo con características chinas”, la potencia asiática no impone a los países con los que se relaciona condiciones de ninguna clase ni interfiere en sus asuntos internos. Lo que le ha traído fuertes críticas de Occidente por no distinguir entre “dictaduras y gobiernos democráticos”, aunque recordando que quienes se han arrogado gratuitamente la potestad de hacer estas clasificaciones son las mismas potencias occidentales, y mayormente, el gobierno de los Estados Unidos. En palabras del mismo presidente Bukele, no de hoy, claro está, sino de hace un poco más de dos años: “El Gobierno de Estados Unidos decide quién es el malo y quién es el bueno y también cuándo el malo se vuelve bueno y el bueno se vuelve malo”.
Para extraer un provecho adecuado, pues, del trato con la República Popular China, hay que tener en cuenta esa realidad, y como consecuencia, saber negociar con ella. No tiene mucho sentido, dicho muy relativamente, priorizar tanto el tratado comercial, ya que Honduras, por desgracia, figura entre los países más pobres de la tierra y produce muy pocos bienes de exportación. Como suele decirse, no sin cierta sorna, casi solo exportamos postres, lo que explica que nuestro intercambio comercial con los Estados Unidos siempre sea igualmente deficitario.
He aquí un categórico dato a tomar en cuenta. Honduras mantiene relaciones diplomáticas con Taiwán desde hace más de 80 años y en el 2022, el año anterior a su finalización, le vendimos bienes, de acuerdo con datos del Internet, por solo 121.1 millones de dólares y le compramos por 120.7, es decir, con una exigua diferencia a nuestro favor de 410 mil dólares. En franco contraste, en ese mismo año, a pesar de que no teníamos relaciones diplomáticas, nuestras exportaciones a China continental fueron de 11.4 millones de dólares, pero las importaciones ascendieron a nada menos que ¡$2.356,1 millones de dólares!, o sea, un abismal déficit para nuestra balanza comercial. Y se trata de la misma clase de mercancías, y de calidad no muy desigual, que compramos a Estados Unidos.
La razón, sin embargo, es muy sencilla y contundente. Y estriba en que ese déficit se compensa con los más bajos precios a los que las adquirimos en China, y ello sin tomar en cuenta la enorme distancia que nos separa de aproximadamente 11 mil kilómetros mayor que de Norteamérica. Y, de igual manera, reitero, el saldo comercial con esta última, siempre en el 2022, fue negativo para nosotros en más de 3 mil millones de dólares. Y será más si Trump se encapricha en aumentarnos los aranceles, porque es innegable que nadie puede garantizarnos que no lo hará. Y no olvidemos que la consecución de mejores precios es el incentivo predominante en los convenios comerciales. De ahí que la principal ventaja que podemos extraer del que suscribamos con la República Popular radica en el menor costo de lo que le compremos. Aun cuando, no faltaba más, estoy completamente de acuerdo en que se incluya en él, al más alto valor posible, todo lo que podamos colocar en su gigantesco mercado.
Lo verdaderamente trascendental que podemos obtener de China proviene de su extraordinario desarrollo en todos los campos. Puede prestarnos, por ejemplo, asesoría de muy alto nivel para el problema financiero y técnico más gravoso que pesa sobre nuestra economía, como es el de la ENEE. Pero, por encima de todo, puede hacer grandes inversiones en infraestructura en el marco de su “Iniciativa de la Franja y la Ruta”, como carreteras, puertos, aeropuertos, comunicaciones, etc. etc., las que le imprimirían un monumental impulso a nuestra economía nunca antes visto. Y no digamos en la construcción del ferrocarril interoceánico que ha cobrado gran actualidad para Honduras por las considerables dificultades estructurales que afectan al Canal de Panamá. La China Popular podría volverlo realidad en un tiempo récord, como lo ha hecho en África y en otras partes.
Y hay más en lo que a este viejo sueño de los hondureños se refiere. Si, por cualquier motivo, esta obra no pudiere emprenderse con China, debe intentarse sin dilación con los Estados Unidos, y más concretamente, con una empresa norteamericana que la dirija. Pero, no nos hagamos ilusiones, aquí hablamos de una inversión de entre 20 y 30 mil millones de dólares, o lo que es lo mismo, de negociaciones esencialmente de carácter mercantil que deben ser conducidas por expertos en el tema, esto es, por negociadores que conozcan tanto los pormenores y vericuetos estrictamente gerenciales y empresariales que estas supondrán como los intereses nacionales que estarán en juego.
Y los socios, ya sean empresas y/o gobiernos, que sean necesarios por la magnitud del proyecto los debe buscar la misma compañía que lo encabece y no nosotros que no contamos con ese tipo de experiencia, ni tiene sentido que lo hagamos. Al igual que la real participación accionaria que podremos tener en el mismo solo podrá surgir de la habilidad y capacidad para negociar de las personas que designemos para esta tarea y no de ningún decreto, ya que no disponemos de recursos de ese volumen.
En resumen, estimado lector, estoy persuadido de que el ingeniero Nasralla y su partido, y también los demás aspirantes a la presidencia, deben analizar muy bien los compromisos que contraen, en especial, los concernientes a nuestra política exterior. A través de ella es que los estados se proyectan y procuran granjearse el respeto de la comunidad internacional. Transmitir la percepción de que la nuestra se supeditará a la de un gobierno extranjero no es la mejor forma de hacerlo.





