El reto de Bukele

Sobre las relaciones con Nicaragua

Reflexiones

Por: Rodil Rivera Rodil

A mediados del siglo pasado, un alto oficial del ejército brasileño publicó un libro en el que procuraba demostrar que Brasil, a pesar de contar con inmensos recursos y ser uno de los más grandes y poblados de la tierra, jamás iba a llegar a ser una superpotencia por el simple motivo de tener acceso a uno solo de los océanos, pues, para él, esta era una limitante insuperable para todo país que aspire a la proyección global. El Japón, según los expertos, tenía inexorablemente perdida la guerra con los Estados Unidos desde el mismo momento en que la inició atacando su base naval de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, ello, por su gran inferioridad con respecto a su adversario en todos los aspectos, mayormente en el económico.

La forma en que un estado se conduce en la comunidad internacional se sustenta, casi invariablemente, en dos factores fundamentales: uno, de carácter político, que tiene que ver con su tamaño, número de habitantes y desarrollo económico y militar, y el otro, de naturaleza geográfica, como es su específica ubicación en el globo terráqueo. Es decir, en las características que estudia la geopolítica, que ha cobrado gran actualidad y que guarda íntima relación con varias otras disciplinas, como la economía, geografía, relaciones internacionales, sociología, historia y geología.

De igual forma, los móviles supremos que mueven a los estados en sus relaciones internacionales siguen siendo, esencialmente, los que tocan a su razón de Estado, concebida esta en una primaria acepción relativa a su sobrevivencia y continuidad, las que, bajo el nombre de patriotismo, se nos inculcan desde nuestra tierna infancia. No son, pues, las afinidades o diferencias ideológicas, los valores éticos o los religiosos, y ni siquiera, aunque algunos así lo creen, los que atañen a los derechos humanos. No, al menos, en los tiempos que corren. Tal vez en un lejano futuro cuando la paz y la seguridad imperen definitivamente sobre el orbe.

Esta verdad de Perogrullo, la “realpolitik”, la descubrió Maquiavelo hace 500 años, en sus primeros escarceos diplomáticos, cuando para obtener su neutralidad le tocó lidiar con la condesa del pequeño Estado italiano de Forli, la cual, para su sorpresa, resultó un formidable adversario con la astucia de un consumado hombre de Estado. “Conocía  -afirma un biógrafo-  todos los ardides, astucias, trampas, perfidias, mentiras y dobles juegos que pueden existir”. Lo que llevó al ilustre florentino a la siguiente reflexión: “No es con pater noster” cómo se gobierna bien un país”.

En efecto, los gobiernos más estables y competentes son los que se apegan a la cruda realidad de las circunstancias que el destino les depara. Los gobernantes que se han guiado por postulados éticos o religiosos, por regla general han fracasado. El propio Maquiavelo tuvo la invaluable oportunidad de comprobarlo con la desgraciada aventura del famoso monje Girolamo Savonarola, que combatió con furor divino la corrupción de los Borgia, expulsó a los Medici de su ciudad-Estado y, finalmente, no hallando ningún ser humano digno de sucederles, decidió nombrar al propio Jesucristo “Tirano de Florencia”, con lo que la hundió en un caos que irremisiblemente llevó al confundido fraile a concluir sus días quemado en la hoguera.

Y algo parecido le ocurrió en nuestros días al trigésimo noveno presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, un abanderado de los derechos humanos, que no pudo conciliar la defensa de estos con el eficaz ejercicio del poder en la nación más poderosa del planeta. Por lo que, no obstante, algunos éxitos que alcanzó en el campo internacional, le fue imposible cumplir a cabalidad con lo uno y con lo otro, y a la postre, aunque no fue inmolado como Savonarola, terminó sufriendo una estrepitosa derrota en su intento de reelección a manos del candidato republicano de la ultra derecha, Ronald Reagan, irónicamente, uno de los mayores promotores de la pena de muerte en Norteamérica. 

En los últimos años, el tema de los derechos humanos ha adquirido una gran relevancia. Y con justa razón, pues abarcan la integridad del cuerpo y el espíritu del ser humano. Sin dejar de reconocer que también se ha incurrido en su abuso y manipulación, sobre todo, por parte de las grandes potencias, y particularmente por los Estados Unidos, que lo usan como otra de las tantas armas con las que de continuo batallan entre sí y con el que, con razón o sin ella, también suelen ensañarse con los países débiles que quieren mantener sojuzgados. Sin contar la tremenda hipocresía de que se hace hace gala en los organismos internacionales de derechos humanos. ¿Tan libre de pecado se hallan esos estados como para que pierdan el tiempo tirándose piedras mutuamente?

Para el caso, la verdad, monda y lironda, es que muchos de los paladines de los derechos humanos se han convertido en feroces críticos de la política de seguridad puesta en práctica por el presidente Bukele principalmente porque los Estados Unidos están molestos con este, no tanto por la salvaguarda de tales derechos o por haber destituido a fiscales y magistrados, ¡por favor!, sino porque no acata sus órdenes y, sobre todo, por no haber roto las relaciones con la República Popular China como, supuestamente, les había ofrecido hacer tan pronto llegara al poder.

Ya veremos, si no, el cambio radical que se producirá en la prensa internacional con respecto a Bukele en cuanto los norteamericanos se reconcilien con él, puesto que ahora mismo está arrancando la campaña electoral del presidente Biden, y en ella y en la balanza geopolítica centroamericana, el problema migratorio pesa más que cualquier otro. De hecho, su nuevo embajador en El Salvador, William Duncan, acaba de imprimirle un giro de casi 180 grados a la férrea censura de su gobierno a la guerra contra las maras del mandatario cuscatleco al declarar que “respeta las medidas de seguridad que se implementan contra las pandillas y estar muy consciente del daño cometido por dichos grupos en el transcurso de 30 o 40 años”. De nuevo, la realpolitik.    

De otro lado, se ha podido apreciar en una buena parte de los apologistas de estos derechos cierta tendencia a las posiciones extremas, no muy lejana del fanatismo y exaltación mística de los anacoretas de la antigüedad, entregados al ayuno y al cilicio, y embargados de ese sentimiento tan dominante que absorbe toda actividad del alma, con el que el filósofo Émile Boirac definía las grandes pasiones que hacen perder a los hombres toda ecuanimidad y mesura. Y que, por lo visto, les impide proponer la fórmula ideal para acabar con estos despiadados delincuentes sin vulnerar sus derechos.               

Para un país pequeño y pobre como Honduras, las relaciones con los antiguos integrantes de la República Federal de Centroamérica, incluyendo a Belice y Panamá, pero en especial con Guatemala, El Salvador y Nicaragua, con los que tenemos fronteras terrestres, no pueden ser las mismas que con las naciones más alejadas geográficamente. Nuestra interdependencia, surgida de lazos históricos, económicos, políticos y culturales, es de tal forma inextricable que hace que los enfrentamientos entre nosotros, más que conflictos internaciones, se vuelvan una suerte de guerras civiles.

Debemos procurar, entonces, que estos nexos se desarrollen con la mayor armonía que sea posible. Lo que implica observar la verdadera no injerencia en sus asuntos internos, no la acomodada a los intereses económicos y políticos del momento. Y tampoco es que nuestra razón de estado se encuentre por encima de los principios morales, religiosos o de derechos humanos, sino, sencillamente, que los trasciende, al igual que el instinto de supervivencia de todos los seres se impone inconscientemente sobre cualquier otro.

De ahí que, a mi parecer, el actual gobierno debe considerar la posibilidad de adoptar, como política de Estado, con las excepciones del caso desde luego, la abstención en las iniciativas de condena a estos vecinos en los órganos internacionales por cualquier motivo, comenzando por Nicaragua, y en las que a menudo concurre un claro componente ideológico que las desnaturaliza. Y si ellos también la hicieran suya como es lo probable hasta por razones de reciprocidad, cabe esperar que en algún momento sobrevenga un clima de tranquilidad en la región nunca antes experimentado que podría servir para concertar en un cercano porvenir, entre otras medidas de beneficio para el área, una sustancial disminución de nuestros gastos militares para destinarlos al crecimiento y el desarrollo. Sin olvidar, por supuesto, que, a Honduras, más que a nadie, le corresponde mantener viva la llama del sueño de Morazán sobre la unidad centroamericana.

De otro lado, la opción de recurrir al recurso de la abstención en esos cónclaves internacionales, por su flexibilidad y útil “ambiguedad estratégica”, como se la denomina, constituye una valiosa herramienta para transmitir, según el caso, tanto la aprobación como la censura sin caer en la confrontación, la que, en el mediano o largo plazo, puede resultar contraproducente para los mismos que la protagonizan.

Es muy probable que a muchos no les parezca la idea, y lo entiendo perfectamente, pero esto es, precisamente, lo que significa que los intereses nacionales están por encima de nuestros deseos y opiniones meramente personales.

  • Abogado y Notario, autor de varios ensayos sobre diversos temas de derecho, economía, política e historia; columnista por cuarenta años de varios diarios, entre ellos, EL Pueblo, El Cronista, Diario Tiempo y La Tribuna, y diputado por el Partido Liberal al Congreso Nacional de 1990-1994. Ver todas las entradas
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