Por: Rodil Rivera Rodil
“Los del Sur no resistimos a la fascinación de una causa perdida”. Así justifica Rhett Butler, el enigmático y aventurero personaje de la clásica novela de Margaret Mitchell “Lo que el viento se llevó”, su temeraria decisión, contradictoria a más no poder con la cínica y despreocupada forma de llevar su vida, de lanzarse al combate en la ya irremisiblemente perdida batalla por Atlanta que libraban las desesperadas fuerzas del Sur contra las de Norte en las postrimerías de la Guerra de Secesión de los Estados Unidos.
La famosa frase de Butler fue lo primero que vino a mi mente al enterarme del ataque de Hamás a Israel. Y más por las altisonantes declaraciones del presidente Biden ofreciendo a este último su apoyo “sólido como una roca” y enviar aviones de guerra al teatro de operaciones y a un portaviones, con los buques que lo acompañan, al mar Mediterráneo. Y, por si esto no fuera suficiente, el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, remató con esta imperial advertencia: «Estados Unidos mantiene sus fuerzas listas a nivel mundial para fortalecer la postura de disuasión si es necesario». La condena que siguió de la Unión Europea casi no cuenta, dada la condición de mero vocero de Estados Unidos que ha asumido desde que empezó la guerra de Ucrania. Aunque de última hora se anuncia que “Francia, Alemania, Italia y el Reino Unido ayudarán a Israel a defenderse”.
¡Ayudar a Israel a defenderse! ¡Por favor! Que no fue atacada por Rusia o por China, ni siquiera por Irán, sino por un número de milicianos de Hamás, aún no determinado con exactitud, pero que diario El País, de España, estima en “cientos de hombres”, mientras que su membresía total se calcula en no más de 20 mil personas establecidas en la Franja de Gaza que gobierna, que no es más que una estrecha banda de tierra ubicada entre Israel y Egipto, de apenas 365 kilómetros cuadrados de superficie y conocida como “la cárcel más grande del mundo”, con más de dos millones de palestinos conviviendo en el mayor hacinamiento, y cuyo espacio aéreo, marítimo y seis de sus siete pasos fronterizos terrestres se hallan bajo el control absoluto de Israel, y del que, además, depende en términos de agua corriente, electricidad, telecomunicaciones y otros servicios. En tanto que su oponente cuenta con uno de los ejércitos más poderosos y curtidos del mundo, con cerca de 190 mil soldados, a los que puede incorporar en menos de 72 horas 560 mil efectivos más en tiempo de guerra, la que ya fue declarada por el primer ministro Benjamín Netanyahu, y por si lo anterior fuera poco, recibe miles de millones de dólares anuales en ayuda militar de los Estados Unidos de la más moderna tecnología, y para colmo, dispone también de armas atómicas.
En una palabra: David contra Goliat. La acción ha sido, pues, simplemente suicida, por lo que se asemeja a la causa perdida de Rhett Butler, que lo era porque pretendía la subsistencia en pleno siglo XIX del modelo esclavista de producción desaparecido de la faz de la tierra desde hacía casi mil cuatrocientos años. Pero aquí se trata, más bien, del audaz desafío de un pueblo que busca presionar a la comunidad internacional a retomar las resoluciones de la ONU para la creación de un estado palestino independiente con las fronteras de 1967 y Jerusalén Este como capital que le ponga fin a una injusticia de 75 años, y de paso, detener o al menos complicar las negociaciones de Israel con Arabia Saudita para el establecimiento de relaciones que promueve el gobierno estadounidense.
El impacto de la arremetida “de Hamás contra Israel como una respuesta a su cruel política hacia los palestinos ante la indiferencia del resto del mundo”, como la calificó un observador internacional, ha sido enorme, principalmente por la elevada competencia militar demostrada por Hamás y, sobre todo, por la calidad de su servicio de inteligencia que pudo superar con creces al supuestamente insuperable Mossad. Y la reacción inmediata de Netanyahu, de ira de Dios y venganza apocalíptica, en el mejor estilo del fanatismo fundamentalista que caracteriza a su gobierno, luce francamente descontrolada, más ajustada a los planes de Hamás que a la tradicional sagacidad atribuida a los judíos. En efecto, si Israel repite a gran escala, como amenaza su primer ministro, las espantosas masacres cometidas en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila en 1982, el repudio universal será mucho mayor que el que suscitó en esa oportunidad -aunque convenientemente olvidado por Estados Unidos y la Unión Europea- y sin duda, sobrepasará el que ahora está recibiendo Hamás, magnificado y de alguna manera asociado al tema de Ucrania por la prensa internacional. Y ello, sin contar que la reprobación de Hamás por muchos países, particularmente de los pequeños, se aprecia forzada, por motivos obvios.
De otro lado, el momento escogido por los palestinos para un ataque de semejante envergadura y alcance no pudo ser el más apropiado. Israel sufre una de las más severas crisis de su historia por el intento de Netanyahu de manipular el poder judicial y asegurarse la impunidad por sus actos de corrupción, acto más propio, dicho sea de paso, de los políticos hondureños que se enriquecieron con Juan Orlando Hernández que de la máxima figura de un Estado que se precia de religioso y democrático, y en la que, por primera vez, se han visto comprometidos sus reservistas militares, factor clave en su capacidad de defensa.
Y qué decir del enfrentamiento global que estamos presenciando por un nuevo ordenamiento mundial multipolar, en el que los Estados Unidos seguramente perderá su hegemonía y arrastrará a Europa a un cuarto o quinto lugar en el concierto de las naciones, y por lo que, como lógica e inevitable consecuencia de la nueva correlación de fuerzas internacionales que sobrevendrá, disminuirá por igual el peso del sostén militar y político que ahora brinda a Israel, si es que se mantiene. Y, por último, pero no menos relevante, es que esta nueva contienda está acarreando serias dificultades a las aspiraciones reeleccionistas del presidente Biden para los comicios del próximo año, y su eventual contrincante, Donald Trump, lo culpa del asalto de Hamás.
Hamás debe estar consciente de que este cambio internacional no sucederá tan pronto, ni mucho menos, pero ello mismo pone en evidencia su determinación de apostarle a una estrategia de mediano y largo plazo sin importar la magnitud de la dolorosa factura que ahora mismo tendrá que pagar. Pero esto no es nada nuevo en la historia de los pueblos cuando luchan por su libertad y por su independencia. Y aun han hecho cosas mucho más graves. Los ejemplos abundan, comenzando por el propio Israel, uno de cuyos principales líderes, Menájem Beguin, cabeza del movimiento “Irgún”, clasificado, al igual que Hamás, como terrorista, perpetró el 22 de julio de 1946 un atentado al Hotel Rey David de Jerusalén que causó 91 muertos, la mayoría de nacionalidad británica, que fuera señalado por Winston Churchill, a la sazón líder de la oposición inglesa, como «uno de los más devastadores y cobardes crímenes que se habían reportado en la historia”. Y dos años después, el 9 de abril de 1948, Beguin fue responsable del asalto a la aldea árabe de Deir Yassin y de asesinar entre 107 y 120 aldeanos. La matanza fue, incluso, condenada por el histórico jefe sionista Ben-Gurión y por casi todas las organizaciones judías.
Pero, no obstante, estos antecedentes, Menájem Beguin fue electo en 1977 primer ministro de Israel y Estados Unidos e Inglaterra no tuvieron ningún inconveniente en reconocerlo y mantener cordiales relaciones con su gobierno. Y más aún, por haber firmado los acuerdos de paz de Camp David con Anwar el Sadat, presidente de Egipto, Beguin fue galardonado en 1978 nada menos que con el premio Nobel de la Paz. He aquí una diáfana muestra de la real politik.
Y por lo que se refiere a la interpretación bíblica de que Israel es el pueblo elegido por Dios para redimir a la humanidad, Deuteronomio 7:7-9, “porque es un pueblo diferente que deberá señalar a otros el camino hacia Él”, y de la que se ha deducido que nunca será perdedor en su confrontación con los palestinos ni en ninguna otra, quizás convenga que la revisen, tanto en cuanto a si Israel no estará fallando al designio divino como le pasó la primera vez, y por lo que fue conducido al cautiverio en Egipto, como porque, de repente, no se ha analizado bien si Dios, en su infinita bondad, querría en verdad que ese destino se cumpliera a costa del aniquilamiento de otro pueblo.
Y tal vez entonces, y solo entonces, se entienda porqué Albert Einstein, uno de los más prominentes judíos de todos los tiempos, se opuso en enero de 1946 a la fundación del Estado de Israel y hubiera declarado ante el “Comité Angloamericano de Investigación” del conflicto árabe israelí lo que enseguida transcribo:
“La idea de un Estado judío no coincide con lo que siento, no puedo entender para qué es necesario. Está vinculada a un montón de dificultades y es propia de mentes cerradas. Creo que es mala… Nosotros, esto es, judíos y árabes, debemos unirnos y llegar a una comprensión recíproca en cuanto a las necesidades de los dos pueblos, en lo que atañe a las directivas satisfactorias para una convivencia provechosa”.
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Abogado y Notario, autor de varios ensayos sobre diversos temas de derecho, economía, política e historia; columnista por cuarenta años de varios diarios, entre ellos, EL Pueblo, El Cronista, Diario Tiempo y La Tribuna, y diputado por el Partido Liberal al Congreso Nacional de 1990-1994. Ver todas las entradas