El reto de Bukele

Sobre el bipartidismo y la coyuntura

Por: Rodil Rivera Rodil

La irrupción del Partido Libre y del Partido Anticorrupción (PAC), ahora Partido Salvador de Honduras (PSH), en las elecciones del 2013 fue acogida por los distintos sectores de la sociedad hondureña con una singular mezcla de esperanza, incertidumbre y temor, principalmente, porque Libre desplazó al Partido Liberal de su histórica posición. Demás está decir que en aquel momento nadie podía estar seguro de que el bipartidismo hubiera llegado a su fin, como había acaecido en casi todo el resto de América Latina. Pero después de los resultados de los comicios del 2017 y 2021 se ha ido forjando en la población una especie de consenso acerca de que el multipartidismo ya se ha instalado en nuestro país de manera definitiva.

Pero reflexionando sobre lo acontecido desde el 2013, pareciera que más que un tránsito hacia el multipartidismo lo que estamos presenciando es la consolidación de un bipartidismo de nuevo cuño. Cuya diferencia fundamental con el que tuvimos durante más de un siglo radicaría, en lo que a Libre se refiere, en que este no emergió del Partido Liberal a través de un proceso más o menos paulatino, como invariablemente sucedió en casi todo el mundo con los partidos tradicionales, sino de un súbito y brusco cambio, literalmente hablando, de un solo golpe.  

En efecto, el Partido Liberal, que a lo largo de la historia disfrutó del mayor apoyo popular, aunque no siempre reflejado en las urnas, en una sola contienda electoral perdió la mayor parte de su caudal político. Del 50 por ciento que obtuvo en la del 2005 cayó al 20 por ciento en la del 2013. Excluyo la del 2009 por no ser representativa, ya que se efectuó en pleno golpe de Estado, cuando aún no se habían fundado Libre ni el Pac.

Siendo que la casi totalidad de los liberales que abandonamos las filas del partido ingresamos a Libre, y la restante se sumó al PAC o se quedó al margen, bien podría decirse que lo que ha ocurrido es que, en realidad, el Partido Liberal se ha transformado en el Partido Libre. Justo como si después del golpe el primero hubiera revisado a fondo su doctrina y retornado a un liberalismo de inspiración morazánica, con los cambios, desde luego, que en el devenir del tiempo hubiera podido ido ir introduciendo poco a poco en su programa si el autogolpe del 2009 no los hubiere acelerado de forma tan dramática. Lo que hoy luce improbable que pueda ocurrir, aunque, por supuesto, no imposible.

Porque no debe perderse de vista que la razón toral de la crucial ruptura tuvo que ver, en última instancia, con la sempiterna división que ha existido entre los hombres desde los albores de la humanidad: los que están por el cambio y los que se aferran al statu quo. Pero el golpe, además, causó en los liberales un trauma tan grande que fracturó irreversiblemente el ancestral sentimiento de pertenencia que suele atar a las personas a los partidos tradicionales con lazos casi irrompibles. En especial en este caso, por la insólita circunstancia de que los principales responsables del derrocamiento del gobierno liberal fueron sus propios dirigentes, lo que podría constituir un caso único en el mundo.

Y lo inexplicable es que varios de estos líderes hayan continuado al frente del partido. Aunque también se quedaron en su cúpula los pusilánimes, que no estuvieron con el golpe, pero tampoco lo denunciaron o lo enfrentaron, al igual que los débiles de espíritu -y de bolsillo- que no fueron capaces de aguantar la presión política y numismática que recibieron, y, por último, uno que otro ingenuo, que de todo hay en la viña del Señor. Y fue esta revoltura de dirigentes la que con tanta ligereza y tan poca sensatez política rechazó olímpicamente al inicio de los dos gobiernos de Juan Orlando Hernández la propuesta de Libre de que fuera el Partido Liberal el que encabezara la directiva del congreso, y en su lugar, se la entregó en bandeja de plata al Partido Nacional. Lo que solo sirvió para que, lejos de comenzar su recuperación, el partido sufriera otros tantos descalabros de su volumen electoral que terminaron reduciendo su fuerza política a un increíble diez por ciento.

En lo que respecta al Partido Nacional, a pesar de la suerte que corrió con la estrepitosa pérdida del poder y el enorme desprestigio que le causó el encarcelamiento por corrupción y narcotráfico de su máxima figura, tuvo la indiscutible ventaja sobre el Partido Liberal de que la desgracia no provino de su propia entraña. Perdió mucha fuerza, es cierto, y todavía no ha podido emprender la obligada reorganización, o “reingeniería” como la llaman los nacionalistas, que procede en estos casos, pero es claro que ha logrado conservar una nada despreciable iniciativa.

El Partido Nacional, por tanto, pudo sobrevivir a su propio apocalipsis, pero si no hace algo para reinventarse, no podrá escapar al inexorable futuro que la historia les ha deparado a prácticamente todos los partidos tradicionales del planeta. En algún momento, más tarde o más temprano, se desprenderán de su seno otros movimientos o partidos de derecha, más moderados o más radicales, tal como se ha visto en todas partes.

Y en cuanto al PSH, la variopinta composición de los que se entusiasmaron con el llamado a la lucha contra la corrupción de su mediático fundador, y la muy poca experiencia política de casi todos ellos, le ha impedido convertirse en un verdadero partido. No ha pasado de ser un movimiento de carácter más social que político y de una sola consigna, no obstante haber conseguido cerca de 419 mil votos, el 13.52 por ciento del total, y 13 diputados, en la única participación electoral que tuvo en solitario en el 2013. Pero en la última del 2021, lo que razonablemente puede atribuírsele que aportó a la alianza con Libre, mediante una proyección proporcional y comparativa dentro del resultado general, sobre todo, con el Partido LIberal, no excede del cinco por ciento, es decir, menos de 200 mil sufragios y solo 10 diputados.   

De otro lado, la bandera del PSH quedó desfasada con la salida del poder de Juan Orlando Hernández y nunca se ha preocupado por renovarla o ampliarla y menos por reestructurar el partido como debía a nivel nacional. Y sus diputados apenas cuentan con una mediana formación política, lo que se ha traducido en un comportamiento un tanto pueril y de escaso pragmatismo, el que, de alguna manera, contribuyó a que su jefe echara a perder la alianza con Libre exigiendo más de lo que tenía sentido. En fin, todo lo que a la postre, indefectiblemente, lo está llevando por el mismo camino del Partido Liberal.

He aquí, entonces, que lo que queda del Partido Liberal y del PSH no sea más que un mero remanente cuyas posibilidades de sobrevivencia solo se hallan en lo útil como “bisagras” que pueda serle a los dos grandes partidos en determinadas coyunturas. Y esto es, justamente, lo que están haciendo en el “bloque de oposición ciudadana” que han conformado con el Partido Nacional y, ¡lo inaudito!, con el mismísimo militar autor material del golpe de Estado, cuyo objetivo primordial es desestabilizar el gobierno para que Libre pierda las próximas elecciones. Pero falta ver si han medido bien las consecuencias que este aventurado paso les puede acarrear para su próximo futuro, porque el pueblo hondureño no podrá ser confundido acerca de que si eso llegara a pasar el único ganador sería el Partido Nacional, pero no uno remozado o más evolucionado, como lo fue alguna vez, sino el que, degradado hasta los tuétanos, dejó Juan Orlando Hernández al partir a su aciago destino. 

A lo anterior, finalmente, cabe agregar la imborrable mancha con la que, en la entrada, ha sido salpicada esa rara asociación política, antinatural por excelencia, cual ha sido el escándalo del recién frustrado intento de la extrema derecha de empujar a las fuerzas armadas a propinar otro zarpazo a la Constitución, y en el que había puesto sus esperanzas de recobrar el poder a menos de dos años de haberlo perdido. Más o menos a imagen y semejanza de los ultrareaccionarios de Guatemala, que ni siquiera quieren entregarlo al legítimo ganador de la pasada justa electoral.

  • Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
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