La batalla por la justicia

Sentido del niño maravilloso en las religiones místicas

Por: Rodolfo Pastor Fasquelle

             para mis nietos en día de reyes y a mi suegra, en memoria

Grandes santos de la Iglesia, que no veo razón para cambiar, San Francisco de Asís  y San Antonio de Padua, nada que ver con el Cardemal, promovieron la adoración del Niño. Asimismo, el Padre Reyes que no fue ningún santo, y yo que tampoco, también.

En el catálogo universal de los rasgos culturales, el único elemento mas frecuente que algún tipo de religión es nuestra afición al uso de un enervante. Y la religión, que puede ser muy sencilla es lo que permite o pensamos que permite ver mas allá y atar cabos, vincular las dimensiones visibles del universo de las invisibles, lo que creemos que entendemos y lo que creemos que pudiera estar ahí y no vemos, con claridad, salvo a través del espejo fumante de la imaginación, que llaman la fe.

Hace tiempo se reflexiona además sobre que –habiendo otras muchas diferencias y semejanzas entre ellas– hay religiones de distintos tipos, y a nadie le importará mayor cosa si improviso mi propia taxonomía provisional, de 1) religiones de la naturaleza, el Taoísmo podría ser de las mas evolucionadas, mitificaciones de los elementos, porque el panteísmo es la mas frecuente de todas, pero también 2) otras religiones mitológicas, en que los fenómenos encarnan en personajes o dioses antropomórficos, como la clásica grecorromana o la antigua mesoamericana, y hay pocas pero también 3) religiones como el Confusionismo o las masonerías que son mas bien abstractas codificaciones de la ética y la estética y 4) hay religiones místicas, como la judeocristiana y el budismo en las cuales la fuerza divina encarna en el humano mas perfecto. Y como consecuencia de ese origen, en los tipos 2 y 4 arriba mencionadas, el dios nace, se hace persona. Y nos felicitamos de ese milagro -a la vez tan humano- y celebramos su natividad del  niño dios, aun en diversas circunstancias, vulnerable porque antes de ser dios, es inocente. (¿Vienen preguntando por un inocente?) ¡El Niño Dios es la suprema paradoja, el verbo amar que se hace carne, lo cual siendo histórico sucede primero y es la extraña vulnerabilidad del todopoderoso!

Evoluciona ese niño divino, nutriéndose del amor y la protección que se lo rodea, con lo cual se invierten los papeles, porque somos nosotros quienes protegemos al dios. Y necesariamente ese niño pasa por los ritos de su entorno y circunstancias fortuitas históricas. Hasta que ¡aprende! Se descubre como adulto. Y se manifiesta con el pleno poder que es su facultad redentora derivada de su filiación o identidad divina. En la enseñanza y la conducción. Porque el dios encarnado deviene guía y maestro. De modo que fueron una vez vulnerables y sobrevivientes Moisés (hijo de Amram, sabio exaltado de su pueblo y de Jocabed, hija de Levi, heroína de la fe, cuyo nombre significa Jehová es Gloria, nacidos y refugiados en tierra ajena) rescatado del río, criado en la Corte del Faraón, el niño Siddartha Gautama protegido tantos años del conocimiento de lo real dentro del palacio de sus padres monarcas y el Niño Jesús, nacido, hace justo doce días en un establo de Belén, en el que se les dio refugio a sus padres peregrinos, y que salió y se educó en el exilio antes de regresar a Galilea.

En varios casos se atribuye a estos niños milagrosos una concepción prodigiosa. Provienen de un milagro en vez de una concepción convencional. El elefante que sueña la reina Maya la penetra cuando engendra al Buda Gautama. Al niño Jesús lo engendra el espíritu santo, sin que quede claro del todo el sentido de esa metáfora. Ni deje de generar polémica ese origen vinculado a su condición profética, su predestinación. Igual que los  avisos y milagros de su infancia, como la sobrevivencia de Moisés a la masacre de primogénitos y en las aguas del Nilo, las flores de loto que surten de las pisadas del niño Gautama, a quienes los dioses Brama e Indra ofrecen abluciones, la adoración de los Magos y la predica perfecta del niño Jesús en el templo a los sabios.

Además esos santos niños milagrosos comparten la condición de sobrevivir a carencias y amenazas y tentaciones diabólicas para evolucionar al final en taumaturgos liberadores, quienes disuelven las ataduras del poder y el control político ajeno, el del faraón de Egipto, de los falsos reyes judíos y el del Emperador de Roma. Y luego de iniciarse en la revelación, incluso mediante milagros, conducen al fiel, a través de su sabiduría hacia un lugar propio, una tierra suya, poseída de toda plenitud que es la libertad, porque quien los sigue hasta ahí se libera de la esclavitud de las pasiones de la codicia, el egoísmo, la desidia, el desamor. Y triunfan aun de la muerte, de la que trascienden, elevados en luz al Paraíso.

En la tradición cristiana, el niño Jesús es visitado, todavía en su pesebre según distintas tradiciones apócrifas,  por los Reyes Magos, regalado por ellos y advertido de la persecución de un falso rey perverso y loco. Y tiene que huir (eso si, acompañado, en brazos de sus padres) en un primer largo peregrinaje a tierras extrañas, a Egipto también se dice (el lugar del poder y la riqueza) para escapar a la Masacre y represión fraguada para eliminar a quienes pudieran retarlo, para dominar, para aterrorizar a su pueblo por el perverso Herodes. ¡Que no era un rey legitimo, si no había sido nombrado rey de los judíos por el dictador Romano!

Dejando a un lado a los otros, a nuestro Niño Dios lo veneramos como promesa y anticipación del redentor que solo podrá ser cada uno de ellos si lo protegemos, si lo ponemos a salvo de los peligros que podemos anticipar. Y si lo proveemos del alimento básico, de su leche y su pan y su miel, como asimismo del pasto espiritual de la música y la poesía, la ciencia y los números, si les damos el cariño, si besamos sus pies como beso estos pies, y les regalamos lo que tenemos, no alcanzando a ser reyes ni magos, los pastores, el juguete y la pollita y el volcán de luces. Porque la lección de la fiesta es sencilla. Y la moraleja es universal.

Cada niño es un niño dios o diosa. A todos y cada uno tenemos que reverenciar y adorar como tal. Cada tierno inocente es una promesa y acaso nuestra única posibilidad de redención. Que solo la inocencia puede legítimamente conducir a la fuerza. Y cada uno de nosotros tiene como suprema misión la de proteger y proveerles de lo preciso y de alguna otra cosa que no lo fuera. Y aquel o aquello que los niega lo indispensable o se los quita, que los somete a sufrimiento o negligencia cruel, oprimiendo a sus protectores, es un judas y un déspota sanguinario que podrá matar a profetas e inocentes,  pero no sobrevivirá a la ignominia, a la muerte apestosa de halitosis y pudrición de sus partes secretas.

Cántense pues,  los villancicos y brille la estrella de Belén. Y salga la pequeña caravana mañana que lleve a mi niña lejos del Mal y el Malo. Y ¡mueran los tiranos y malditos que oprimen a inocentes!

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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