El reto de Bukele

Secuelas del juicio de JOH

Reflexiones

Por: Rodil Rivera Rodil

Juan Orlando Hernández no está siendo juzgado en Nueva York por el daño que le causó a Honduras sino, como lo han reiterado sus voceros, por el que le habría ocasionado a los Estados Unidos con sus vínculos con el narcotráfico y, sobre todo, para disuadir a otros gobernantes de hacer lo mismo. Pero sin aclarar cómo es que si lo investigaban desde el 2013, según lo informó la DEA al mismo tribunal que ahora lo enjuicia, fue el propio gobierno norteamericano el que le garantizó a JOH su fraudulenta reelección en el 2017 a través de su encargada de negocios, la señora Heyde Fulton, quien dos años después fue por ello premiada con la “Orden Francisco Morazán en el grado de Gran Oficial”. 

Aunque, a decir verdad, estoy preguntando tonterías, puesto que todos sabemos que los designios de los Estados Unidos, al contrario de los de Dios, son perfectamente escrutables. Como sea, todo indica que va a ser muy difícil que los hondureños podamos en un razonable futuro obligar a JOH a rendir cuentas ante nuestros tribunales, además del riesgo de que si logra escapar de la justicia del Tío Sam y retornar a Honduras, los del BOC lo escojan como candidato presidencial o, de una vez, manden su expediente al Vaticano para que lo haga santo.    

Y es que los propósitos del BOC tampoco son insondables, como lo hemos podido apreciar desde que se fundó este inédito movimiento en un rarísimo mejunje de los dos partidos tradicionales, otrora adversarios irreconciliables, más el PSH, que hasta hace muy poco fuera enemigo jurado de ambos, pues que él es puro e incorruptible como el cristal de roca y el único capaz de salvar a Honduras de todos sus pecados y pecadores. No obstante, para nadie fue un secreto que los objetivos fundamentales del BOC, junto con el COHEP y los grandes medios de comunicación, siempre fueron presionar a las Fuerzas Armadas para que diera otro golpe de Estado, o bien, generar la ingobernabilidad en el país a fin de que Libre pierda las próximas elecciones. De ahí que los hechos hayan seguido una lógica implacable: al fracasar el golpe, el BOC se tambaleó, y al no haber podido implantar la anarquía, se desplomó.        

Solo nos resta, entonces, reflexionar sobre las lecciones que nos dejan los 12 años que transcurrieron desde que un grupo de dirigentes liberales se aliara con la ultra derecha hondureña para derrocar al presidente de su propio partido y le brindara en bandeja de plata la insólita oportunidad a la pandilla de delincuentes encabezada por el abogado Juan Orlando Hernández de secuestrar al Partido Nacional y entronizar en el país el régimen más corrupto e inmoral que jamás hayamos tenido. El juicio de JOH en Nueva York no es, pues, más que uno de los tantos resultados de la ceguera, principalmente, de la élite empresarial de Honduras, y el cual, a su vez, está desencadenando otras consecuencias en la vida política e institucional del país, sobre las que aquí formulo unas muy preliminares y escuetas observaciones.

El absurdo e irreflexivo rompimiento del orden constitucional en el 2009 no únicamente echó por tierra el esfuerzo emprendido por la nación siete años atrás, en el marco del Programa de Modernización del Estado y con el apoyo de organismos internacionales, para el mejoramiento de la organización y administración de justicia, sino que le imprimió a esta un profundo retroceso. La corrupción y la indecencia, de la mano de las bayonetas, irrumpió violentamente en los partidos tradicionales, y a renglón seguido, en los tres poderes del Estado.

Y fue en este último descarrilamiento del curso normal de la sociedad hondureña, tan fértil para la deshonestidad, que JOH, un novel diputado, recién salido de una de las regiones más pobres y menos desarrolladas de Honduras, pero, de acuerdo con la fiscalía de Nueva York, carente de todo escrúpulo para repartir a diestra y siniestra los dineros que le proporcionaba el narcotráfico, pudo convertir al Congreso Nacional en un mercado persa en el que muy rápidamente fue comprando votos y voluntades hasta hacerse con su presidencia, enseguida con la de la República, y finalmente, con el dominio absoluto del resto de la institucionalidad del país.

Pero, como era de esperarse, no tardaron en sobrevenir las correspondientes reacciones sociales y políticas que siempre pone en marcha la historia, entre ellas, el surgimiento de dos nuevos partidos políticos, uno, con una clara meta de cambio social, y el otro, con una bandera anticorrupción, más de corte idealista que otra cosa. Pero que, entre ambos, pudieron aglutinar el enorme repudio que generó en el pueblo hondureño el gobierno de Juan Orlando Hernández, y el que, finalmente, condujo a su contundente y no menos humillante salida del poder.

Pero lo más sorprendente de esta historia es, tal vez, que los mayores cómplices de JOH, en lugar de interponer de inmediato su irrevocable renuncia por la debacle a la que llevaron a su partido a fin de permitir su reestructuración y el forjamiento de un nuevo programa de lucha, como hubiera ocurrido en cualquiera otra parte del mundo, se volcaron a seguirlo controlando y a embrocar a la disidencia de Libre y al lado oscuro del Partido Liberal en la truculenta vía de un nuevo golpe de Estado y de la ingobernabilidad.

En una palabra, se propusieron copiar el burdo estilo de su antiguo jefe, olvidando la proverbial expresión, derivada de la publicación de “Don Quijote”, de que “las segundas partes nunca fueron buenas”, o más científicamente, la célebre frase de Marx en la que, recordando a Hegel, afirma que los personajes de la historia aparecen dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa.

Y por eso mismo, porque esta segunda versión de JOH fue una farsa, no solo no les salió bien su plan a los golpistas, sino que en esta ocasión, y también como consecuencia del juicio de Nueva York, pudimos presenciar el pasado 28 de febrero en el Congreso Nacional una notable jugada política del ex candidato presidencial Tito Asfura, como si dijéramos de contragolpe, mediante la cual, con audacia y habilidad, recuperó su autoridad sobre la bancada nacionalista y replanteó la fracasada estrategia juanorlandista hacia el despliegue de una oposición más inteligente, flexible, y por supuesto, mucho más provechosa para el partido que la insensata en la que había sido embarcado.    

Lo que acontece en la corte de Nueva York, por consiguiente, podría significar que, contra todo pronóstico, el Partido Nacional se estaría decidiendo, por fin, a emprender su indispensable reestructuración, o “reingeniería”, como la han llamado, para procurar salir lo menos afectado posible del horrible abismo ético y político en el que lo hundió JOH. El COHEP, con el cambio en su dirigencia, quizás se anime a salir a recibir un poco de aire fresco de la caverna en la que se quedó viviendo desde la Guerra Fría, aunque a los dueños de los medios, no los sacan de ella ni con el auxilio de Hércules o Sansón.

El Partido Liberal luce como si quisiera retornar a sus viejos ideales de transformación. Y en cuanto al PSH, solo cabe apuntar, como dato interesante, que sus diputados prosiguen, impertérritos, con su cruzada moral de loable candor y castidad política. Justo como a mediados del siglo pasado lo hacía el recordado viejecito “don Quincho” Lardizabal con su melancólico “Partido Un Solo Corazón”. ¡Qué bien!

Tegucigalpa, 4 de marzo de 2024.

  • Abogado y Notario, autor de varios ensayos sobre diversos temas de derecho, economía, política e historia; columnista por cuarenta años de varios diarios, entre ellos, EL Pueblo, El Cronista, Diario Tiempo y La Tribuna, y diputado por el Partido Liberal al Congreso Nacional de 1990-1994. Ver todas las entradas
Contenido a tu alcance

Periodismo de calidad en tus manos

Suscríbete y se parte de nuestro newsletter