Chile: El velo de la ignorancia

San Juancito: la “autonomía moral” como fundamento de los valores

Por: Pedro Morazán

Por enésima vez me tocó cruzar el amplio océano que separa mi “esencia” presente, del ambiente en el cual fui arrojado a la “existencia” hace ya bastantes años en Honduras. Un pasado cada vez menos reciente y ocasionalmente mas recurrente, acompaña siempre al migrante que vive entre dos mundos. Y, aunque el periplo de este año tuvo su inicio en las hermosas playas de Tela, su final suponía activar el detonante de la motivación moral en un lugar muy especial. El bello pueblo de San Juancito se ha convertido para mi, en una visita enriquecedora, de la que, por suerte son coparticipes amigos muy apreciados y familiares muy queridos.

Una serie de conversaciones inesperadamente reveladoras con viejos amigos y compañeros de lucha, en las mencionadas playas del litoral atlántico hondureño, me habían hecho antes reflexionar, con una suerte de espanto, sobre la importancia de vincular la “autonomía de la moral” con la «moral heterónoma», sin perecer en el intento. Ya en Santa Lucía, en una reunión con mi buen amigo Segisfredo Infante, coincidíamos en que uno no se cansa de sazonar el pasado, combinando lo anecdótico con lo trivial y sin perder de vista lo relevante. Eso es lo que le da el auténtico sabor a los recuerdos. Al final del día, es el presente, el reto moral más importante a la hora de fundamentar la dignidad de la existencia, ya que el futuro resulta siempre un tanto incierto y mientras más lejano, más impreciso.

Una parte importante del presente es San Juancito, ese pueblo ubicado al pie de La Montaña la Tigra en el sureste de Tegucigalpa. El viaje a ese lugar es, para mi, siempre evocador de un paisaje natural que, lamentablemente, parece irse perdiendo inexorablemente con el tiempo. A veces pinos y a veces frondosas especies latifoliadas con uno que otro matiz de árboles tropicales, se despliegan alternándose en el camino. De repente, aparece entre los árboles, una ventana encantadora mostrando valles de una belleza incomparable, como el de Cantarranas, nombre evocador de una que otra leyenda mitológica. Detrás de la naturaleza, o más precisamente incrustadas en ella, están las colectividades humanas, grandes y pequeñas, conformando aquello que algunos llaman el «orden espontaneo» con sus normas y sus reglas de convivencia.

Con mi nuera Sarah, nos detuvimos en lo que todavía es una champa con una vista extraordinaria hacia el valle de Cantarranas, para comprar elotes y semitas y no llegar con las manos vacías al bello proyecto que lleva el nombre «Ángeles para San Juancito». Sarah sacó, como buena periodista, su micrófono y habló con Doña Zoraida y su hija Rosario. Las dos mujeres nos contaron de sueños y proyectos que se mueven entre aspiraciones de emprendimiento e inspiraciones estéticas vinculadas a la movilidad ¿Como ocurre el intercambio y la producción para asegurar la subsistencia allá detrás de los árboles, sin que haya homicidios o atracos?, ¿Qué nos ha llevado y cómo a convivir los unos con los otros desarrollando el respeto mutuo? Esas son solo algunas de las preguntas que nos van surgiendo por el camino, esa mañana de un fresco día de agosto.

La heteronomía de la moral

Para acercarnos al tema que nos inquieta valdría la pena poner como ejemplo «Los diez mandamientos de la Ley de Dios» formulados en la Torah o Antiguo Testamento y que son, quizás, los preceptos morales más importantes en el mundo judeo-cristiano. Están formulados de manera tajante e imperativa y en la segunda persona del singular. Así, el quinto mandamiento reza “No matarás”. La segunda persona del singular implica un interlocutor más directo y es, por tanto, más vinculante que una posible formulación en plural “No matarán” o incluso el infinitivo «No matar». Al tratarse de una ley divina, su no cumplimiento, implica igualmente un castigo divino que es la sanción más exigente, entre todas las sanciones posibles. Dado que vienen de una instancia externa superior a nosotros, los diez mandamientos son heterónomos. En griego la palabra hetero (ἑτερο), significa “otro”, mientras que nomos (νόμος), significa Ley. La moral heterónoma implica pues la obediencia a una Ley formulada por otros, sean estos de origen divino, legal o incluso ideológico.

Sin embargo, las condiciones concretas en las que ocurre la obediencia de una ley externa a nosotros son a veces contradictorias. Supongamos, a manera de ejemplo, que una madre muy pobre no tenga los medios para dar de comer a sus tres  hijos y se sienta obligada a robar. Evidentemente que en sus instinto de conservación y en una situación desesperada, al robar un pedazo de pan, estaría violando el séptimo mandamiento que dice “No robarás”. Dicha hipotética situación es uno de los innumerables ejemplos sobre el dilema existente entre la heteronomía de la moral y la libertad individual.

La autonomía de la moral

La moral heterónoma se diferencia de la moral autónoma, en la que el «yo» asume un rol preponderante. El «no robaré» sustituye al «no robarás». El filósofo alemán Immanuel Kant fue el primero que intento resolver dichos dilemas en su filosofía de la moral, es decir en la ética. Para él, la ley no es una mera restricción que se ejerce sobre la libertad, sino que es, en si misma, un producto de la libertad. En la tradición filosófica que culmina con la ilustración, de la cual Kant era un propulsor eminente, la primera persona, es decir el “yo” ocupa un lugar central en la reflexión en torno al bien y el mal. Esto es la base de lo que se conoce como la “autonomía de la moral” y que Kant resume en su famoso imperativo categórico: “Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad, pueda valer siempre al mismo tiempo como principio de una legislación universal”. Un posible equivalente en el lenguaje coloquial sería: «no hagas a otros lo que no quieres te hagan a ti». No robo porque para mi el no robar es un precepto universal: Robar es malo.

Si bien es cierto que el mandamiento «No robarás» adquiere características específicas, según el contexto, su relatividad moral, solo puede ser cuestionada por un imperativo categórico muy superior. La obligación moral de la madre que roba una tortilla para salvar la vida de sus vástagos, es un imperativo categórico que adquiere universalidad superando todo imperativo hipotético. Esto es importante a la hora de evitar que cualquier acto de autonomía moral se convierta en pretexto para violar las leyes o «heteronomías morales».

San Juancito como Polis

Como bien se sabe, los primeros en introducir el concepto de ética y democracia, tal como lo conocemos hoy, fueron los griegos en su “polis”. Las polis eran pequeñas ciudades exitentes unos siglos antes de Cristo. Dichas ciudadelas estaban, por lo general, amuralladas y en ellas convivían por lo menos tres grupos de personas: los ciudadanos, que disfrutaban de todos los derechos, los metecos que eran libres a pesar de no tener derechos y los esclavos, que además de no tener derechos no eran libres. Lo interesante de las Polis era su reducido tamaño, la más grande llegó a contar con unos diez mil habitantes, sobre una superficie no mayor de tres mil kilómetros cuadrados.

San Juancito es una suerte polis de gente libre, sin metecos ni esclavos. Siendo parte de una sociedad democrática, San Juancito tiene también una legislación y por lo tanto una heteronomía moral. Al contrario de las grandes ciudades, características de las sociedades modernas, San Juancito cuenta, al mismo tiempo, con lo que podríamos llamar cohesión social relativamente fuerte, basada en la confianza que existe entre la mayoria de sus habitantes. Insisto, no se trata de un nivel de confianza del 100%, pero si de un nivel superior al 50% que comparado al nivel de confianza de los centros urbanos mayores como Tegucigalpa o San Pedro Sula es altamente considerable. Debido al aumento de la criminalidad y al creciente individualismo que conduce al aislamiento de las personas, tambien San Juancito se ve amenazada por una perdida de valores autónomos.

Surgida como centro minero en la época de la Colonia Española, el verdadero apogeo de la localidad se produce recién 1880 cuando el norteamericano Julius Valentine fundó la compañía “Honduras Rosario Mining Company”, con tanto éxito que su establecimiento llevó a trasladar la capital de la ciudad de Comayagua a Tegucigalpa a unos 40 km al suroeste de San Juancito. Todavía hoy se puede palpar la influencia que tuvo la “compañía minera» en el destino de una localidad que fue la sede de la primera central hidroeléctrica del país y de la primera representación diplomática norteamericana en Honduras. El progreso de la localidad duró lo que duraron las reservas minerales. En 1954 La Rosario cesó repentinamente sus operaciones, dejando a San Juancito a la mano de Dios. Con la compañía se fueron también la mayoría de sus habitantes.

Ángeles para San Juancito

Transmisión de valores con el amor a la tierra © Foto Edgard Cárcamo

Al igual que en la polis de la Grecia antigua, San Juancito cuenta con gente de altos valores morales, que ama su tierra. A pesar de los destrozos que dejó el huracán Mitch en 1999, sus habitantes han mantenido la esperanza y el estoicismo. Un proyecto que lleva el nombre de «Ángeles para San Juancito», se esmera en establecer el vinculo necesario entre la “heteronomía de la moral”, basada en los valores cristianos del Antiguo y del Nuevo Testamento y la “autonomía de una moral” que protege la libertad. Para ello se educa a los niños en conocer los valores individuales, como parte esencial de la libertad, más que como una obligación externa a ser cumplida so pena de castigo. Al mismo tiempo los niños desarrollan el amor por los bienes de la naturaleza, utilizando sus pequeñas manos para palpar como crecen las plantas.

Educación liberadora

Fue el gran pedagogo Jean Piaget, quien en sus investigaciones sobre el desarrollo moral publicadas en 1932 en el libro “El juicio moral en el niño”, logró establecer un vínculo entre el desarrollo moral en la infancia y la consolidación de los valores ciudadanos en la madurez. En estos tiempos plagados de las falacias narrativas y de las noticias falsas del internet, los valores de la polis se ven amenazados desde un espacio aparentemente etéreo.  Partiendo de la experiencia de Piaget, es importante saber cuáles son las primeras formas de conciencia del deber que desarrolla el niño. Según dicho pedagogo se trata, esencialmente, de formas de heteronomía moral, es decir obedecer reglas formuladas bajo la presión de los adultos: “no digas malas palabras”, por ejemplo. Por ello el deber para el niño es, esencialmente, heterónomo. La regla que debe obedecer se da acabada, se concibe revelada por el adulto o impuesta por éste. Las reglas y los valores no aparecen en la conciencia del niño o la niña como algo innato, sino como transmitidas por los mayores a quienes les deben respeto.

Si bien es cierto que la relación del niño o niña con sus padres puede ser definida como una relación de presión, existen actuaciones emotivas (generosidad o compasión) que no están, en absoluto, prescritas. Solamente por medio de la cooperación con pares de su misma edad, logrará el niño o la niña alcanzar la “autonomía en la moral”, que le permita más tarde, convertirse en un buen ciudadano o ciudadana. Para todo existe una edad. Esa fase de la emancipación por medio de la cooperación entre pares, recién empieza a surgir a partir de la edad de 7 u 8 años. A esa edad los niños se muestran preocupados por un control mutuo. Y no es sino recién a la edad de los 11 o 12 años cuando comienzan a manifestarse aptitudes para discutir y establecer reglas, que se aplican en el juego y se respetan sin vacilaciones.

Según la experiencia de Mayra, Arlin y Edgard, los tres educadores que dan vida al proyecto «Ángeles para San Juancito», la lectura de cuentos infantiles, como «Caperucita Roja», es muy importante para la transmisión de valores. Al hablar por ejemplo del robo o la mentira, se observan por lo menos dos etapas: El realismo moral donde el bien no es mas que la obediencia de normas de los adultos. Recién después surge el juicio autónomo, por medio de la cooperación con los otros niños y niñas. Solo dicha cooperación, permite consolidar la voluntad propia para hacer valer los valores morales sin la intervención directa de los adultos.

Ángeles para la justicia

El proyecto ha logrado en los últimos dos años enormes alcances que quizás todavía no se pueden evaluar a cabalidad. En la comunidad ya cuenta con un enorme eco, a pesar de atender a los niños “solo” los sábados, una vez por semana. Hay ya una lista de espera, pero la limitación de recursos no permite atender a más de 25 niños de diversas edades asegurándoles una merienda. Por pura curiosidad y motivado por el proyecto, me permití darle una nueva ojeada a la noción de justicia en el experimento de Piaget. Vale decir que fue mi hija, quien hace algunos años me dio a conocer a Piaget en el marco de sus estudios de bachillerato.

Si bien es cierto que el pleno desarrollo del sentido de la justicia, según Piaget, depende de múltiples factores entre los cuales los más importantes son el respeto mutuo y la solidaridad entre los niños, la experiencia muestra que los niños recorren por lo menos tres etapas, antes de pasar de juicios heterónomos a juicios autónomos sobre la justicia:

  1. Justicia como obediencia: Entre los 6 y los 8 años los niños asocian justicia con obediencia y consideran la desobediencia como injusticia.
  2. Justicia como igualdad: Entre los 8 y los 11 años, pesa más el llamado igualitarismo, que consiste en un trato igual para todos los niños sin considerar las circunstancias personales de cada uno.
  3. Justicia como equidad: A partir de la edad de 12 años, los niños superan el igualitarismo anterior y lo sustituyen por una nueva percepción de la justicia que considere las situaciones particulares de cada uno. Esto se conoce como equidad. La equidad se diferencia sustancialmente de la igualdad.

En el proyecto se intenta contribuir al surgimiento de personalidades autónomas, que sean capaces de establecer canales de cooperación sostenibles en el tiempo. Esto solo es posible lograrlo, si aparte de inculcar valores de manera heterónoma se contribuye a desarrollar personalidades con una moral autónoma. Por ello el contacto de las manos con la tierra como elemento vinculante de todos los seres humanos, adquiere un papel de primera línea.

Junto a la componente de educación infantil en la formación de valores, el proyecto tiene tres componentes más: la agricultura sostenible, la protección de los recursos y el desarrollo de habilidades empresariales. Se trata de niños y madres de escasos recursos económicos. Hasta la fecha el proyecto ha trabajado con recursos muy escasos y depende de donaciones de iniciativas privadas, especialmente de Alemania, pero también de Honduras. El pasado 27 de Julio se dio un gran paso, juramentándose la llamada “Asociación Ángeles para San Juancito» (ANSAJUA). Esperamos que con la humilde ayuda de mucha gente solidaria, los 1500 habitantes de San Juancito logren convertir en realidad, en un futuro no muy lejano, sus bellas visiones por un mundo mejor. No solo para los niños.

  • Pedro Morazán
    Doctor en Economía e investigador del Instituto SUEDWIND de Bonn, Alemania. especializado en desarrollo y deuda externa, y ha realizado estudios para el EDD en África y América Latina Ver todas las entradas

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