Por: Rodil Rivera Rodil
La decisión de la presidenta Castro de dar por finalizadas las relaciones diplomáticas con Taiwán y establecerlas con la República Popular China responde a una necesidad histórica, que tarde o temprano debía tomarse. Es cierto que las mismas no se dan en la mejor coyuntura internacional, pero nadie podrá negar que las circunstancias económicas sí son las apropiadas. La crisis que nos embarga es, quizás, la más grave de nuestra historia moderna, por lo que la urgencia de apoyo internacional, no para estadios de fútbol, sino para estratégicas obras de infraestructura que sirvan para impulsar con fuerza la economía es impostergable.
“El giro no es ninguna novedad sino la constatación de una inexorable trayectoria diplomática”, afirma el columnista Guillermo Abril en la edición del pasado domingo del diario El País de España al comentar que con Honduras suman nueve los países que han dejado de reconocer a Taiwán desde que en el 2016 asumió el poder su actual presidenta, Tsai ing-Wen, lo que no deja de ser paradójico si se toma en cuenta que su partido, el Progresista Democrático, es el más soberanista y pro norteamericano de la isla.
De otra parte, la reacción de Estados Unidos y Taiwán ha sido la que siempre se produce cada vez que un nuevo país hace lo mismo. Aunque, en nuestro caso, la embajadora Dogu, prácticamente desde que arribó al país se ha dedicado a atacar a la presidenta Castro por cualquier cambio que este emprenda y, cómo no, por no haber asistido a la Cumbre de las Américas, lo mismo que a alentar sin cesar la feroz campaña desatada por la oposición desde hace varios meses. Y en cuanto a Taiwán, está sigue perdiendo, de manera paulatina pero irremediable, su identidad internacional y quedando reducida a mero instrumento del gobierno estadounidense para ser usado a discreción en su enfrentamiento con su gran rival, lo que, también terminará cuando ya no le sea útil, como ocurrió en 1978 cuando también rompió con ella para reconocer a la China Popular, por tratarse, dijo el presidente Carter, “de una realidad”, o bien, cuando se vuelva imparable la reunificación de las dos Chinas.
Es bueno aclarar que Honduras no está propiamente rompiendo sus relaciones diplomáticas con Taiwan, por la sencilla razón de que estas nunca existieron, como algunos piensan. Las que hemos tenido comenzaron en 1941 con la única China que había, ocho años antes de que la revolución de Mao Zedong derrocara al régimen de Chan Kai-Chek y este se refugiara en la isla de Taiwán, en donde instauró la minúscula república que, arropada por el ejército norteamericano, se arrogó la representación de toda China. Baste decir que su territorio es de tan solo 36 mil kilómetros cuadrados y su población de apenas 24 millones de habitantes, en tanto que la extensión de la República Popular es de ¡9.6 millones de kilómetros cuadrados y cuenta con más de 1.400 millones de habitantes!
El surgimiento de Taiwán en 1949 como un Estado ficticiamente independiente ante la comunidad internacional solo fue posible porque los Estados Unidos lo impusieron como miembro del Consejo de Seguridad de la recién creada Organización de Naciones Unidas al par de las otras potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial, como la Unión Soviética, Inglaterra, Francia y los propios Estados Unidos. Tan absurda situación concluyó en 1971 con su expulsión de la ONU y el reconocimiento de la República Popular. Desde esa fecha, por tanto, debimos haber reanudado las relaciones con ella. En la perfecta teoría política, claro está.
Por mucho que luzcan molestos, no hay manera de que los gobiernos de Taiwán y de Norteamérica no entiendan a cabalidad el motivo fundamental que determina el paso emprendido por Honduras. La economía siempre ha sido el motor principal de la historia. Tan bien lo saben los taiwaneses que no hace mucho, por razones puramente mercantiles, dejaron de comprarnos camarón para adquirirlo a mejor precio en Ecuador y Panamá. Ello, a pesar de saber la importancia que para nosotros tiene la exportación de este producto y, más aún, de que esas dos naciones hubieran roto relaciones con ella para continuarlas con la China continental. Sin embargo, nuestro gobierno no protestó, al menos públicamente, y los camaroneros hondureños se limitaron a dar a conocer en febrero pasado una solicitud a las autoridades del ramo en la que, paladinamente, expresan su comprensión por la resolución de Taiwán y piden -dice la nota- “que se inicien pláticas con la República Popular de China para tener relaciones comerciales y diplomáticas, suscribiendo tratados comerciales que nos permitan el acceso a nuevos mercados con mejores incentivos que nos facilite seguir sosteniendo y creciendo la industria camaronera”.
Los reparos que ambos países han manifestado son cortados exactamente por el mismo patrón: Taiwán “advierte que Pekín hace falsas promesas a los aliados de Taiwán con la única intención de mermar la presencia internacional de la isla”, y los Estados Unidos “que Honduras debe ser consciente de que China hace muchas promesas que luego nos se cumplen”. Pero también he escuchado a otras personas asegurar enfáticamente que el poderío de China es tan grande que terminará arrollándonos y absorbiéndonos. Por lo que parecen sugerir que lo mejor que podemos hacer es actuar con más perspicacia que todo el resto del mundo y convertirnos en una de las pocas naciones, sino la única, que se mantenga aislada de la China Popular y se libre de esa desgracia.
A esto cabe replicar que, precisamente porque China Popular es tan poderosa, y lo será aún mucho más dentro de poco, más tarde nos será imposible sustraernos a su influencia, al igual que no pudimos escapar, aunque lo hubiéramos querido, al predominio de los Estados Unidos durante el siglo pasado, quienes en 1924 llegaron hasta invadirnos militarmente. Así las cosas, lo más sabio será entonces que, aprovechando la rivalidad entra las dos super potencias, concertemos desde ahora con aquella las relaciones más provechosas que podamos para nuestro país, y evitemos las apocalípticas que nos vaticinan los mencionados críticos de su reconocimiento.
Creo que los hondureños no somos tan ingenuos como para desconocer que los chinos de la China continental no son grandes filántropos que consiguen el reconocimiento diplomático a punta de regalar dinero. Pero preguntémonos, por qué ninguno de los países que han entablado relaciones con ella revirtió su decisión en cuanto se percató de “la falsedad de sus promesas”, lo que, desde luego, hubiera sido acogido con suma satisfacción por los Estados Unidos. Y repárese en que no lo han hecho ni siquiera los gobiernos de extrema derecha, como el de Bolsonaro en Brazil.
Por supuesto que deberemos saber negociar la ayuda que le pediremos a China Popular, buscando que esta sea del mayor impacto para nuestra economía. Ya en el 2022 el intercambio comercial se acercó a los mil seiscientos millones de dólares, mientras que con Taiwán no pasó de los doscientos millones, aunque con un saldo positivo para Honduras. Pero quizás debamos centrarnos, no tanto en lo que podamos venderle, que, al menos por ahora, no podrá ser mucho, como en las inversiones que ella pueda hacer en nuestro país, incluyendo las que puedan servir a su proyecto estelar de la Nueva Ruta de la Seda. Ya que para insertar al istmo en la misma se necesitaría de una masiva construcción de carreteras, puertos, aeropuertos, canales, plantas hidroeléctricas, líneas de ferrocarril interregionales e interoceánicas y de toda la demás infraestructura que puede transformarlo en una inmensa plataforma integral de bienes y servicios para el transporte mundial de mercancías, lo que hoy solo es Panamá. Dicho de otro modo, el plan chino puede llegar a ser la perfecta herramienta para permitir a Centroamérica cimentar un desarrollo sostenible sobre la ventaja geográfica que el destino le deparó. Lo que, viendo más lejos, también podría llevarla, con relativa facilidad, a recobrar la unidad con que nació a la vida independiente.
Y es que, siendo realistas, si alguna oportunidad vamos a tener de que se cumpla el sueño de Morazán, esta solo podrá provenir de una gran necesidad y conveniencia económica, justo como la que hoy se nos está presentando. Y es la que el presidente Bukele de El Salvador vislumbró desde el principio y lo impelió a convocar a los vicepresidentes del área a la “Conferencia Sobre el Futuro de Centroamérica” el pasado 22 de agosto, en la que planteó, como paso preliminar para la unidad, la reforma del Protocolo de Tegucigalpa de 1991, del que surgió el SICA, a fin de constituir un nuevo organismo supranacional que inicialmente estaría compuesto por los cinco países de la Centroamérica histórica más Belice, Panamá y la República Dominicana.
Lo anterior, sin perjuicio de que, seguramente, tendremos la oportunidad de informarnos con detalle sobre el modelo económico que ha hecho posible a la China continental, en apenas cuatro décadas, generar una colosal riqueza y, a la vez, redistribuirla de manera tal que ha sacado de la pobreza a cerca de 800 millones de personas, más de la mitad de sus habitantes, convirtiéndose así en la primera nación de la historia en lograr tal hazaña.
He aquí, estimado lector, en apretada síntesis, la enorme trascendencia que para Honduras puede revestir la histórica decisión de la presidenta Castro, la que está muy por encima de la estéril discusión sobre el hipotético refinanciamiento de cualquier préstamo que tengamos pendiente con Taiwán. Y confiemos en que esta no descenderá a cancelar las becas que había otorgado a nuestros jóvenes compatriotas. Y si lo hiciera, tal gesto de mezquindad solo serviría para demostrar que hicimos bien en romper con ella. Y en todo caso, China Popular las ofrecerá igual, reconociendo las asignaturas que los estudiantes llevaban cursadas, tal como hizo en el 2017 ante la misma amenaza de Taiwán a los becarios de Panamá.
Pero los hondureños, por nuestra parte, debemos conducirnos con nobleza, y aun cuando haya sido solo por razones de su interés nacional, debemos agradecer a Taiwán, con toda sinceridad, la ayuda y colaboración que a lo largo de estos años nos ha proporcionado.
Tegucigalpa, 28 de marzo de 2023.
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Abogado y Notario, autor de varios ensayos sobre diversos temas de derecho, economía, política e historia; columnista por cuarenta años de varios diarios, entre ellos, EL Pueblo, El Cronista, Diario Tiempo y La Tribuna, y diputado por el Partido Liberal al Congreso Nacional de 1990-1994. Ver todas las entradas