Por: Rodil Rivera Rodil
El tradicional hábito, cada fin de año, de desear que el siguiente sea mejor, aun cuando sepamos que será peor, en esta ocasión sí parece tener una razón de ser. Pues luce lógico que abriguemos la esperanza de que en el 2021 nos llegue alguna vacuna contra el coronavirus, que la economía repunte, que se obtengan recursos para la reparación de los daños causados por los huracanes y, como broche de oro, que las elecciones nos traigan un nuevo gobierno que, al menos, nos proporcione un respiro de tanta corrupción e incapacidad.
No obstante, nos espera un año sumamente agitado. Honduras, para usar la expresión de Ortega y Gasset sobre la Francia de 1787, tomada de su soberbio ensayo sobre Mirabeau, “está encinta de grandes acontecimientos”. Todo puede suceder. Solo piénsese en el temor, sino pánico, agravado con la salida del presidente Trump, que deben estar sintiendo muchos diputados y funcionarios de este gobierno, comenzando por el propio presidente Hernández, ante la mera posibilidad de que el paraíso de impunidad que han construido se les venga abajo y todos vayan a dar con sus huesos a la cárcel. ¿De qué no podrán ser capaces?
Por eso, no deja de sorprenderme que, en lugar de enfilar sus baterías contra el adversario común, conspicuas figuras de la oposición distraigan sus fuerzas descalificando a sus propios partidos y candidatos. No se percatan que con ello pueden contribuir a la abstención electoral, cuando la absoluta prioridad en este momento la tiene lograr el máximo de votos para superar el fraude que JOH está montando para intentar quedarse en el poder.
Así, le reprochan a la oposición que no haga una “verdadera oposición”, en lo cual no se puede negar que hay algo de verdad. Pero en esta crítica se aprecia, aunque inconsciente, una velada comparación con países más adelantados. Y se pasa por alto que el nivel cualitativo de la actividad política en una sociedad está determinado, en lo fundamental, por su grado de desarrollo. El subdesarrollo no solo tiene que ver con la economía, también con lo social, lo cultural y con lo político. Y se olvida, igualmente, que la voz de la oposición casi no tiene acogida en los medios tradicionales de comunicación que, en su gran mayoría, se encuentran al servicio de JOH.
Tampoco se puede negar que un regular número de los aspirantes que lleva la oposición son, por múltiples motivos, altamente cuestionables. Y que otra buena parte son arquetipos, que no ideales, del político hondureño. En palabras de Ortega y Gasset: “Los ideales son las cosas según estimamos que debieran ser. Los arquetipos son las cosas según su ineluctable realidad”. Pero, de nuevo, recordemos que detrás de todas estas lamentables fallas se halla el terrible lastre del subdesarrollo. Esa triste realidad que necesitamos cambiar.
No se tome lo anterior como que justifico tales candidatos. Para nada. Y si bien no puede desconocerse que la democracia exige que en los parlamentos esté representada la gran diversidad de la población, no se debe confundir la representatividad con la popularidad. Escoger a alguien para integrar una planilla por el único mérito de ser un famoso futbolista o un conocido cantante de reggaetón no es más que una estratagema de vulgar oportunismo político. Lo mismo que es completamente inmoral aceptar corruptos como candidatos por su aporte monetario.
Sin embargo, reitero, cada cosa a su tiempo. Nadie ha dicho que el camino hacia un mejor país es fácil. Tal como Dante Alighieri lo descubrió en su “Divina comedia”, “La senda que lleva al cielo comienza en el infierno”. Normalmente, la marcha de los pueblos es hacia delante, ya sea lenta o rápidamente. Hay ocasiones, por desgracia, en que aparecen fuerzas retrógradas que los hacen retroceder años enteros. Las mismas que, en nuestro caso, nos hicieron perder, al menos, una década que es menester recuperar. Ello, sin contar los estragos del coronavirus y los desastres naturales. Pero, primero, salgamos de este infierno.
Los dirigentes de la oposición deben estar sabidos de que el pueblo hondureño jamás les va a perdonar que no conformen una alianza para los próximos comicios. Ir separados será un profundo error. De esos que suelen ser irreversibles. Solo la unidad puede garantizar el triunfo. El ministro Ebal Díaz está equivocado. En las elecciones de noviembre su jefe no podrá comprar los votos que necesita, él o su testaferro, para impedir que le pase igual que a Trump. Suficiente con una pandemia y dos huracanes.
Tegucigalpa, 15 de diciembre de 2020.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas