El reto de Bukele

Reflexiones sobre el pensamiento político de Morazán

Por: Rodil Rivera Rodil

La gran mayoría de los historiadores y biógrafos de Francisco Morazán ubican su pensamiento político en el liberalismo que surgió de la Revolución Francesa, y algunos de ellos, incluso, le atribuyen el liderazgo ideológico fundacional del Partido Liberal de Honduras. Lo que, a mi parecer, y en términos generales, bien podría ser cierto, pero que, sin duda, requiere de una mayor investigación y precisión histórica. Las reflexiones que aquí expongo deben tomarse como un intento, muy preliminar, de incursionar en el tema con el fin de alentar a los estudiosos de la gesta de nuestro máximo héroe nacional a profundizar en él.

Recordemos que Morazán cobra protagonismo en la escena política centroamericana con su brillante triunfo en la batalla de La Trinidad en noviembre de 1827, en los inicios de la larga guerra que se libraría entre liberales y conservadores desencadenada por su primer presidente, Manuel José Arce, aliado con estos últimos, prácticamente desde que asumió el poder en 1824 mediante lo que quizás haya sido el primer fraude electoral de Centroamérica. Y quien no había hecho nada -o no había podido hacerlo- por cambiar el estado de cosas que prevalecía en ella.

En el momento de la independencia, el modo de producción de Centroamérica consistía, en apretada síntesis, en una heterogénea mezcla de comunidad primitiva para los mestizos, de esclavismo para los negros y de un brutal semi feudalismo, o más exactamente, de una suerte de esclavitud encubierta para los indios a través de las instituciones coloniales del repartimiento y la encomienda. Excepto que ahora, en sustitución del rey castellano, el modelo había caído bajo la implacable férula de la iglesia católica y de la élite monárquica y latifundista, principalmente de Guatemala. El único cambio de importancia que había experimentado el modelo había sido la abolición de la esclavitud decretada por la Asamblea Constituyente de 1823.

La revolución morazanista se centró, en lo social, en la implantación de un gobierno republicano de libertades públicas, de conciencia, de imprenta, de religión; por los derechos del hombre y del ciudadano, la sustitución de la educación escolástica por la laica y científica, la separación de la iglesia del Estado, el matrimonio civil, la secularización de sus bienes y de los cementerios y la supresión del diezmo. En lo económico, en la defensa irrestricta de la propiedad privada y del libre comercio. Y en lo tocante a la soberanía nacional, en la continuación de la lucha contra el colonialismo inglés que desde el siglo XVI, empleando piratas investidos por la reina Isabel I con patentes de corso, se había empeñado en apoderarse de la región.

Obsérvese, entonces, que Morazán se volvió el más importante promotor en Centroamérica de los principios filosóficos y morales de la Revolución Francesa, de libertad, igualdad y fraternidad, que le imprimieron sus precursores, como Voltaire, Russeau y Montesquieu, pero también de los postulados, esencialmente económicos, de Bentham, Mill y Spencer, que sirvieron de base a la doctrina liberal capitalista. Sucedía en Centroamérica, pues, lo mismo que en América del Sur recién conquistada su independencia, en donde, de acuerdo con José Carlos Mariátegui: “existía ya, aunque fuese embrionariamente, una burguesía que, a causa de sus necesidades e intereses económicos, podía y debía contagiarse del humor revolucionario de la burguesía europea”.

No obstante, pienso que no tiene mucho sentido que tratemos de encasillar a Morazán en una posición ideológica definida, como pudiéramos hacerlo en nuestro tiempo. La época en que vivió, a muy pocas décadas de aquella extraordinaria convulsión social que se produjo en Francia en 1789, es, justamente, la del nacimiento de las ideologías que conocemos hoy en día. Sin dejar por ello de reconocer la influencia que pudieron haber ejercido en él las obras de los representantes de la Ilustración que leyó en su juventud en la biblioteca de su tío, Dionisio de Herrera.

Desde esta óptica ideológica, en mi opinión, puede decirse que Morazán representaba los intereses de la incipiente burguesía agrícola y comercial de los criollos de Centroamérica, enfrentada a las pretensiones de dominio sobre la región por parte de la élite económica y religiosa guatemalteca. No olvidemos que provenía de una familia criolla de clase alta dedicada a la agricultura y al comercio y que él mismo se dedicaba a tales actividades mercantiles, tal como lo hace constar en su testamento, al incluir en una de sus cláusulas el reconocimiento de su deuda con la casa de Mr. M. Bennet “de resultas del corte de maderas en la costa del Norte”.

Estoy persuadido, por consiguiente, que constituye un error pretender negar que el pensamiento político de Morazán “aunque fuese embrionariamente”, como dice Mariátegui, tuviese que ver con el liberalismo de la Revolución Francesa que condujo a la consolidación del sistema capitalista, sin contar con que este, por la dinámica de la historia, era el más avanzado de su tiempo, el que llevaría a la humanidad a superiores estadios de desarrollo y que, en su primera etapa, se desenvolvería bajo las leyes de la libre competencia.

Pues no sería sino hasta finales de ese siglo que se tornaría monopolista e imperialista y que otros cien años más tarde desembocaría en el neoliberalismo o capitalismo salvaje que en la actualidad impera en buena parte del planeta. Lo que, por razones obvias, llevó al desprestigio y a la debacle a los partidos liberales que lo siguieron en su inhumana deformación y de la que, por desgracia, el Partido Liberal de Honduras no pudo desmarcarse y garantizar así su supervivencia.

Y por lo mismo, no podemos desconocer los errores en los que incurrió el liberalismo de Centroamérica, sobre todo, su primera generación, entre los cuales, como bien lo señala el historiador Mario Argueta, se halla la absurda privatización de las tierras de las comunidades indígenas. Al igual que la un tanto precipitada proclamación del libre comercio, que habría provocado -explica Argueta- que Inglaterra, que encabezó la Revolución Industrial del siglo XIX, desplazara alas industrias artesanales centroamericanas “que ya no podrían competir con la producción masiva fabril que venía de Inglaterra a través de su colonia en Centroamérica llamada Honduras británica, actualmente conocida como Belice”.

Dicho sea de paso, no deja de ser de interés que en la reorganización del Partido Liberal que se llevó a cabo en 1920 bajo la conducción de José Ángel Zúñiga Huete, su nuevo programa se hubiere inspirado en la Revolución Mexicana. Tanto que, según lo relata el historiador Darío A. Euraque en su libro, “Rafael López Padilla (1875-1963), un hondureño ante la modernidad”, en el mismo se planteaban reformas que lo distanciaban radicalmente del ideario de su fundación en 1891, entre ellas, las de “detener la explotación del hombre por el hombre y en el futuro asegurar la socialización de la tierra y de los instrumentos de trabajo”.

Pero, además, no se puede ignorar, como lo asevera Longino Becerra en su obra, “Morazán revolucionario. El liberalismo como negación del Iluminismo”, que una facción no desdeñable de liberales renegó de Morazán, lo saboteó, combatió abiertamente contra él y hasta -afirma-  “contribuyó a favorecer los motivos de la conjura que lo llevó al patíbulo en Costa Rica”. 

Y, finalmente, Morazán no era ateo, como sostenían sus detractores, ni siquiera anticlerical. Estuvo siempre, por supuesto, en contra de la cúpula ultra conservadora de la iglesia católica guatemalteca, cuya principal figura, el arzobispo Ramón Casaus y Torrres, no gozaba de buen crédito con el Vaticano por haber intentado manipular al papa Pío VII certificando personalmente los “milagros” de la monja carmelita, María Teresa de la Santísima Trinidad Aycinena, por más señas, hermana de Mariano Aycinena. A la que los ángeles, supuestamente, visitaban con regularidad y le dejaban cartas escritas con pésima ortografía en las que le expresaban el apoyo del cielo a la causa conservadora y especialmente a su hermano. El papa emitió resolución el 19 de junio de 1819, no exenta de cierta sorna, rechazando tajantemente el prodigio y ordenando que la religiosa fuera tenida como ilusa, recluida en otro monasterio bajo la supervisión de un sacerdote que fuera menos crédulo y prohibiendo al mismo Casaus que volviera a entrar al convento.

Y en cuanto a la mención en el testamento de Morazán de que moría “en la religión del autor del universo”, sin más aclaración, esta ha sido interpretada por algunos autores, aunque sin evidencia documental que lo respalde, como que no abrazaba ninguna religión en particular, o bien, que pertenecía a alguna logia masónica, cual se supone que fue el caso de varios de los caudillos de la emancipación latinoamericana. Pero el escritor, Miguel Cálix Suazo, quien ha dedicado gran parte de su vida a investigar su trayectoria, sostiene que “Morazán no pudo ser iniciado formalmente dentro de una logia masónica en Centroamérica, ya que para la fecha en que éstas se iniciaron en dicha región, él tenía 23 años de haber muerto asesinado en Costa Rica”.

Como sea, cualesquiera que hayan sido exactamente las ideas políticas de Morazán, con el discurrir de los años la razón fundamental de su lucha adquiere cada vez mayor trascendencia, porque, aunque hoy por hoy no nos percatemos cabalmente de ello, la unidad de Centroamérica por la que ofrendó su vida se halla cada vez más cerca, ya que será indispensable para el mejoramiento y rapidez de la comunicación interoceánica que requerirá el acelerado cambio en el orden mundial que estamos presenciando. 

Tegucigalpa, 11 de octubre de 2022.

  • Abogado y Notario, autor de varios ensayos sobre diversos temas de derecho, economía, política e historia; columnista por cuarenta años de varios diarios, entre ellos, EL Pueblo, El Cronista, Diario Tiempo y La Tribuna, y diputado por el Partido Liberal al Congreso Nacional de 1990-1994. Ver todas las entradas
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