Redacción CRITERIO.HN
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Tegucigalpa.- René Novoa nació en la ciudad de Tegucigalpa, Honduras, en 1976. Actualmente integra la Sociedad Literaria de Honduras (SOLIHO), la Red Mundial de Escritores en Español (REDES) y la Comunidad de Escritores y Poetas. Sus poemas han sido publicados en diarios y revistas nacionales, así como en la revista chilena Los poetas del 5 y en la revista alemana Portuñol.
También es parte de las antologías Colección Sensibilidades, Ourense, Madrid, 2002 (primer lugar); Letras Libres, Letras Libres y Libros de Autor, Ourense, Madrid, 2005 (primer lugar); Papel de Oficio, Paíspoesible, Tegucigalpa, Honduras, 2005; Sociedad Anónima, Paíspoesible, Tegucigalpa, Honduras, 2007; El mundo lleva alas, Voces de Hoy, Miami, Estados Unidos, 2009 (primer lugar compartido), y La nación generosa: 111 rutas al otro lado del mar, La Galla Ciencia, Murcia, España, 2015.
Aquí te traemos 5 de sus mejores poemas
MUJER DE AGUA
Quizás ustedes no lo sepan,
pero una mujer se sucede en mi mente
y es inmensa en el recuerdo,
es amanecer de pronto entre mis brazos.
Es distinta a todas porque viene y va,
porque llega por la madrugada y amanece distante,
porque cuando corre es a mis manos donde llega,
para irse otra vez.
Es distinta porque no olvida ni perdona,
porque no admite errores,
porque viene alejándose.
Podría ser que no comprendan por qué la espero,
por qué hablo de ella;
o por qué se va.
Es probable que no crean que se pueda escribir tanto a una mujer,
que se le puede ver en cualquier parte
o en cualquier nombre,
pero les advierto que es cierto,
que ella existe,
y que viene y va.
Viene…
y va.
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ESTADO DE CUENTA
Es cierto, soy un hombre miserable:
nunca he visto un atardecer parisino,
desconozco las góndolas venecianas,
las tardes lúdicas de mi infancia no incluyeron Disney
y tuve por institutriz la televisión pública.
Reconozco que la poesía no cotiza en la bolsa de valores
ni en las casas de empeño
ni me procura un pan en la tienda de la esquina,
pero cómo alivia cuando el aire es espeso
y no quedan más abrazos en el refrigerador.
Siempre quise huir de los reflectores
y las personas serias, pero repletas de lisonja
y ahora soy humanamente feliz cuando estoy en la fila del taxi
y la lluvia nos salpica a todos.
Sé que existe una cuenta bancaria a mi nombre,
pero no pierdo el tiempo buscando en qué agencia,
total, quién se cobija con un dólar bajo este clima.
La mujer que pienso
no me piensa igual,
pero eso no importa:
con mis pensamientos construyo una balsa para los dos.
Así, uso de almohada su sonrisa
y todos los reveses se diluyen entre nuestras sábanas.
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CALEIDOSCOPIO
Venís con la mañana y tus ojos lo confirman.
Venís despacio,
con todas tus noches para ofrendarlas a mi almohada.
Entonces despierto
y algo desaparece entre el bostezo y la zozobra,
como se me escapan estos días sin vos,
tan similares a la caída,
tan llenos de sombras
y de tus palabras estrellándose en mi habitación.
Ahora lo entiendo:
esas luces que a veces descubría entre mis manos
no eran el reflejo de algún evento cósmico: eran tus ojos.
Ese lugar donde mi intuición no es suficiente,
ese espacio donde convergen mis filias
y el frío de la madrugada;
el páramo donde mis latidos hallan eco.
Tus ojos,
mi último refugio.
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FALENAS EN EL CAFÉ
Cuando ella agita sus alas,
provoca un pequeño cataclismo en mí,
un capricho de la distancia.
Emprende el vuelo indómita e inmensa… como el mar,
sin aflicciones ni ciclones,
sin convertirse en estatua salobre.
Desde la acera de mi humanidad la observo alejarse,
mientras voy a la tienda por cigarrillos
o corrijo mi camisa
o me precipito, sonriente, en un exilio óntico.
Pero siempre retorna en mis sueños
y me cuenta las costillas,
besa mis mañanas
y ofrenda una hoja de olivo a mi almohada
–a veces sólo es una hoja de papel
donde guardo cada noche en que mi cama se agiganta–;
en ocasiones se disfraza de nostalgia
para recorrer mi pecho sangrante y sin amarras.
Ella agita sus alas
como un manto cósmico,
como la soledad,
y a la distancia me fabrica una herida, una historia y un beso.
Ella agita sus alas…
yo no puedo alcanzarla.
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ORIGAMI
De alguna manera
–extraña quizás–,
el hombre vive.
Aunque es difícil mantener las manos repletas de vida,
conservar el equilibrio
o saber qué pasará mañana,
aun así: el hombre vive.
Cuando se acaban las excusas y los escondites,
cuando el hombre descubre que no es un mal sueño,
sino la verdad,
entonces es preciso caminar sobre la hierba, con los ojos cerrados
y recordando los senos de una mujer,
donde repican épocas y nostalgias,
donde es lícito dejar los latidos.
Es lícito –también– creer que todo lo vivido es un barco
que el crujir de este mundo lo hace de papel,
donde el hombre puede escribir todas las blasfemias, los adioses y las caídas,
luego incinerar el barco,
respirar con las fuerzas que se negaron a partir
y darse cuenta que sólo queda una salida:
vivir, intensa y profundamente, vivir.
Nada más.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas