El reto de Bukele

¿Quién era JOH? (Reflexiones sobre la pandemia) 79

Por: Rodil Rivera Rodil

 José Ortega y Gasset (1883-1955) fue de los filósofos y escritores más importantes de todos los tiempos que ha dado España. Muy conocido en los círculos universitarios de nuestro país en la segunda mitad del siglo pasado, y más precisamente, en el período comprendido entre la consecución de la autonomía universitaria en 1957 y el advenimiento del oscurantismo al Alma Mater en la década de los ochenta, y del que solo hasta ahora se podría estar saliendo. Dante Gabriel Ramírez, quien fuera, a su vez, uno de los intelectuales más sólidos que ha tenido Honduras, solía repetirme: “el español se ha escrito de dos maneras: antes de Ortega y Gasset y después de Ortega y Gasset”.

Pues bien, en 1927 Ortega publicó un precioso ensayo titulado “Mirabeau o el político”, en el que discurre sobre el tema, siempre de actualidad, de la política y los políticos. Y en el que profundiza, como solo él lo sabía hacer, en la diferencia que existe entre lo que denomina el “ideal” y el “arquetipo” del político, siendo el primero el que estimamos lo que debiera ser, es decir, el mero producto de una imaginación infantil en la que “no se reconoce la jurisdicción de la realidad y se suplantan las cosas por las imágenes deseadas”, y el segundo, el fruto de la admisión, que trae consigo la madurez, de una realidad ineluctable,

Así -razona Ortega- suele pensarse que el político ideal sería un hombre que, además de ser un gran estadista, fuese una buena persona. Pero ¿es que esto es posible? Los ideales son las cosas recreadas por nuestro deseo son desiderata. Pero ¿Qué derecho tenemos a considerar lo imposible, a considerar como ideal el cuadrado redondo?”.

Los políticos son hombres de carne y hueso como todos los demás. Con los mismos vicios y virtudes. Y pareciera que, en los más sobresalientes de ellos, por regla general, han prevalecido más los primeros que las últimas. Honoré Gabriel Riquetti, conde de Mirabeau, destacadísima figura de la Revolución Francesa, quien sirve de modelo a Ortega para su brillante estudio, no fue la excepción. Muy al contrario, se volvió el perfecto ejemplo de una persona con extraordinarias cualidades para la política, pero llena de defectos como la que más, al menos desde la moral pequeñoburguesa de la época. “El más inmoral -dice Ortega-  de los grandes hombres”. En resumen, el arquetipo de lo que quizás no debería ser un político de su envergadura, pero que sí lo es en la vida real. Y que inspiró a Ortega una frase para la posteridad: “Y es que, sin disputa, es más fácil y obvio no mentir que ser César o Mirabeau”.

Dicho sea de paso, y como para hacer alusión a los de nuestro barrio, me permito apuntar que Ortega concluye su análisis haciendo énfasis en el más relevante atributo de un político cual es de haber adquirido una buena formación teórica. Leámoslo:

No se pretenda excluir del político la teoría; la visión puramente intelectual. A la acción, tiene en él que preceder una prodigiosa contemplación: sólo así será una fuerza dirigida y no un estúpido torrente que bate dañino los fondos del valle. Lindamente lo dijo, hace cinco siglos, el maestro Leonardo: “La teoría e il capitano e la prattica sonói soldati” (La teoría es el capitán, y la práctica el soldado”.)

Llegado a este punto, me anticipo a la sorpresa, sino al malestar, que de seguro embarga al lector, que, por el título, ya sabe que este artículo versa principalmente sobre Juan Orlando Hernández. ¡Cómo, debe pensar, me atrevo a citar nada menos que un trabajo de Ortega y Gasset sobre el excepcional político que fue Mirabeau para referirme a uno más de los tantos dictadores de poca monta que desde siempre ha producido el tercer mundo! Y, en efecto, es una osadía de mi parte. Pero me gustaría pensar que el gran escritor español lo entendería si hubiese podido conocer la historia de JOH y, desde luego, la importancia que para los hondureños tiene saber las causas por las que este pudo hacerse tan rápidamente con el control absoluto del país.

Para empezar, JOH representa el arquetipo de alguien opuesto a Mirabeau. Mientras a este lo movía una aspiración político-ideológica, cual era su convicción en la monarquía constitucional, que poco tiempo después se volvería la política dominante de la Europa del siglo XIX, al primero lo arrastró, simplemente, un puro e insaciable afán de riqueza y poder. En tanto que Mirabeau era poseedor de un inmenso talento, JOH solo lo fue de una gran audacia.

Pero únicamente con audacia nadie llega tan lejos. ¿Quién era en realidad JOH? Criterio publicó hace unos pocos días una entrevista con el psicólogo e investigador hondureño Warren Ochoa Martínez en la que esboza su perfil psicológico a la luz de posibles rasgos heredados de sus padres por él, su hermano Tony y su hermana Hilda, más otros elementos como su crianza, influencias y la educación recibida. El militarismo, para el caso, con el que pretendió contaminar a la sociedad hondureña, le provino de su paso por el Liceo Militar del Norte de San Pedro Sula en 1985.

Tales factores, afirma Martínez, pudieron manifestarse en “un fenotipo conductual delincuencial” y en su comportamiento “histriónico, narcisista, antisocial de tipo psicópata, megalómano y mitómano al estilo del ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels”. Y los que, en mi desautorizada opinión, también explicarían la total falta de escrúpulos que JOH observó en toda su trayectoria política.

Creo que cabe agregar a este retrato psicológico el mesianismo que él mismo dio a conocer en el discurso de investidura de su primer mandato al anunciar que solo se guiaría en sus actos de gobierno por lo que Dios directamente le ordenara. Y que le provocó un desmesurado fervor religioso que mostraba en sus frecuentes visitas a la Basílica de Suyapa y en las no menos excesivas muestras de afecto que continuamente le ofrecía al cardenal Óscar Andrés Rodríguez y de las cuales ordenaba que se dejara constancia en las numerosas fotografías oficiales que hoy circulan en las redes sociales.

Pero poco tiempo después, por discrepancias de otro tipo que se dice que surgieron entre los dos, pero también por el nefasto ascendiente que ejerció sobre él su pastor y ministro Ebal Díaz, se distanció del cardenal y cayó en las garras del fundamentalismo evangélico de la peor clase que tenemos en el país. El que lo metió de lleno, a él y a su esposa, en esos altisonantes rezos exorcistas, una rara mezcla de ritos seudo místicos que, acompañados en ocasiones de escandalosos llantos, acostumbran a celebrar algunos pastores. Y que todo indica que encajaron perfectamente en el síndrome mesiánico que aqueja a JOH. Los expertos señalan que está patología, ligada al extremismo religioso, principalmente evangélico, suele causar, sobre todo en las personas con poder, conductas “tiránicas, caprichosas y despóticas”. Por ello, sostiene un psicólogo, los que lo padecen acaban abusando “verbal, física o sexualmente” de sus seguidores.

Desde que los fiscales de Nueva York dieron a conocer los nexos de JOH con el narcotráfico a raíz de la captura y juicio de su hermano Tony, quedó aclarada la fuente de las grandes cantidades de dinero de las que dispuso para obtener votos desde su primera participación como candidato a diputado en las elecciones de 1997. Y no debe descartarse que también se hubiera servido de ellas para agenciarse la presidencia de la Asociación de Estudiantes de Derecho durante sus estudios universitarios en 1988.

A medida que avanzaba en su carrera política, JOH fue valiéndose, además, de las enormes sumas que iba extrayendo de las arcas del Estado para comprar, a granel, diputados, políticos, empresarios, militares y periodistas. Comenzando, en diciembre del 2013, un mes antes de asumir la presidencia, por los diputados de todos los partidos para que aprobaran más de 100 leyes en las que le delegaron las indelegables facultades constitucionales del congreso nacional y le proporcionaron, en bandeja de plata, el poder que buscaba. 

Pero, por supuesto, en todos estos años JOH no solo contó con dinero para corromper a quien quiso sino para acumular una inmensa fortuna personal. El valor de los bienes que supuestamente le está asegurando el ministerio público, es ridículo. Solo piénsese en las “comisiones” que recibía por los negocios de todas clases que hizo con los empresarios que fueron sus “amigos”, socios y cómplices. Lo que le tocaba de las “mordidas” que, a través de los funcionarios de su confianza, percibía por las adquisiciones del Estado, sobre todo, durante la pandemia, de las cuales la de los hospitales móviles habría sido apenas la punta del gigantesco iceberg de la corrupción del gobierno de JOH, y que solo en el 2020 ascendió, según Ricardo Zúniga, alto funcionario norteamericano, a tres mil millones de dólares, o sea, a más de ¡70 mil millones! de lempiras. 

Y qué decir de la partida confidencial que anualmente se recetaba que, según ha trascendido, era, nada menos, que de 5 mil millones de lempiras anuales. ¿O es que hay alguien que crea que de la misma no “ahorraba” ni un centavo, aun sabiendo lo que le esperaba cuando dejara el cargo? Muchos empresarios aseveran que JOH es hoy uno de los hombres más ricos de Centroamérica y, por algún motivo, creen que buena parte de lo que se apropió puede estar en bancos de Dubai.

Pero tampoco bastan los abundantes recursos y una personalidad anormal y proclive al delito para comprender la facilidad con que JOH se hizo con la presidencia. Pablo Escobar, poco menos que un delincuente nato y con mucho más recursos y poder, solo pudo alcanzar una suplencia de diputado en Colombia. Hacía falta, por tanto, una condición mucho más importante para que JOH pudiera coronar sus ambiciones políticas.

Pues bien, esta se dio justo con la extrema fragilidad institucional que prevalecía en ese momento como consecuencia de la corrupción en la que la sumió el grupo de empresarios de la extrema derecha que se confabuló con medio mundo para propiciar el golpe de Estado del 2009 y sobornar a los diputados para que lo bendijeran desde el congreso nacional. Lo que le vino como anillo al dedo a Juan Orlando, que allí mismo aprovechó para negociar el voto de sus compañeros de cámara para que lo eligieran presidente en la siguiente legislatura del 2010. Y ya conocemos el resto de la historia.

Los regímenes democráticos solamente funcionan razonablemente cuando han podido conformar instituciones capaces de soportar los embates que periódicamente desatan contra ellos los gobernantes de tendencias autoritarias. La mejor prueba de este aserto se encuentra en los propios Estados Unidos, que se ufana de ser la mayor democracia del planeta, en donde el expresidente Trump casi se sale con la suya y la transforma en una dictadura igual o peor que cualquiera de las que ha sufrido Latinoamérica en el curso de su historia.    

Esta, y no otra, es la verdadera razón por la que los golpistas vienen insistiendo desde hace años en que “hay que pasar la página”. No por la reconciliación de la familia hondureña, como pregonan, sino para que se olvide lo que hicieron. Pues fueron ellos los que fertilizaron el terreno en el que JOH pudo sembrar a placer el mal con que azotó al país por tantos años y por lo que ahora resentimos, con toda razón, que no sea nuestra justicia la que lo va a sentenciar al castigo que se merece, sino la de una nación extranjera.

Tegucigalpa, 20 de abril de 2021.

  • Jorge Burgos
    Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. jorgeburgos@criterio.hn

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