Por: Gernot Wagner
NUEVA YORK – Se supone que las elecciones aclaran las incertidumbres políticas y, en el frente económico, la victoria de Donald Trump sobre Kamala Harris ha hecho exactamente eso. Los tres principales índices bursátiles de Estados Unidos y los rendimientos del Tesoro estadounidense dieron un salto a la mañana siguiente de la jornada electoral, reflejando las expectativas tanto de un sólido crecimiento económico como de un aumento de la deuda y la inflación.
En cuanto a la política climática y (especialmente) ambiental, otra presidencia de Trump claramente es una mala noticia, y se ve exacerbada por una incertidumbre política extrema y señales decididamente contradictorias, especialmente en los casos en que Trump puede intentar interponerse en el camino de tendencias tecnológicas y de mercado más grandes.
Consideremos los vehículos eléctricos (VE). Trump, que se presentó como un defensor del motor de combustión interna, dice que eliminará las reglas de emisiones de tubos de escape el “día uno”. Tiene todo el poder para hacerlo, y tal vez le pueda inyectar algo de vida a una industria en caída. Al mismo tiempo, las acciones de Tesla se dispararon un 15% al conocerse la noticia de las elecciones. Los inversores claramente apostaron a que la compañía se beneficiará de que su CEO, Elon Musk, haya gastado más de 100 millones de dólares de su propio dinero para ayudar a que Trump saliera electo.
Todo esto sucede en un momento en que los VE están demostrando su superioridad fundamental con respecto a la tecnología que los ha precedido. Los VE convierten el 90% de su energía en distancia recorrida, comparado con apenas el 20% de los vehículos a gasolina. Aunque el aumento total de la eficiencia depende de la proporción de electricidad proveniente de energías renovables, hasta las centrales eléctricas alimentadas a carbón son más eficientes que un motor de combustión interna. En West Virginia, donde alrededor del 90% de la electricidad proviene del carbón, un VE reduce la contaminación por carbono alrededor del 30%. El incremento promedio de la eficiencia en Estados Unidos ya ronda el 50%, y va en aumento.
En consecuencia, la física básica dicta que cualquier intento por parte de Trump de obstaculizar la transición a VE está destinado al fracaso. Dicho esto, todavía puede hacer mucho daño en el camino, especialmente en lo que concierne a la competitividad de Estados Unidos. Los fabricantes de autos norteamericanos ya enfrentan la dura competencia de China y otros países, y ningún cambio en la política estadounidense respecto de los VE u otras tecnologías limpias frenará la expansión industrial ecológica en el resto del mundo.
Más de la mitad de los nuevos vehículos matriculados en China ya son VE o híbridos enchufables -más del doble que el promedio mundial-. Estados Unidos es un país rezagado, y la victoria de Trump no hace más que asegurar que lo seguirá siendo durante un tiempo. Imponer aranceles del 10-20% a todas las importaciones, y un arancel del 60% a los productos chinos, no protegerá a los fabricantes nacionales, como él afirma. Trump ya impuso un arancel del 25% durante su primera presidencia, y no sirvió de nada para ayudar a los fabricantes de autos norteamericanos a prepararse para el futuro eléctrico; tampoco lo consiguieron los aranceles del 100% de Biden sobre los VE chinos.
Los esfuerzos de Trump por frenar la transición hacia las bajas emisiones de carbono pueden ser aún más inútiles en cuanto a la energía solar, eólica y otras tecnologías. También en este caso China domina el mercado global: produce el 97% de las obleas solares, el 85% de las células solares y el 80% de los módulos solares. Es por esto que la administración Biden intentó, con la Ley de Reducción de la Inflación (IRA), relocalizar parte de la cadena de suministro de energías renovables en el país subsidiando la manufactura nacional. Esto resultó en proyectos como Illuminate USA, una empresa conjunta con el fabricante solar chino LONGi en Pataskala, Ohio. Se espera que la planta ensamble más de nueve millones de paneles solares por año, lo suficiente para abastecer a un millón de hogares norteamericanos.
Es muy posible que la administración Trump quiera mantener el crédito fiscal a la producción de la ley IRA, que subsidia alrededor del 25% de los costos de Illuminate. En cualquier caso, la estrategia de Trump tendrá implicancias principalmente para los 1.000 residentes de Ohio que ahora emplea la planta. El efecto en el mercado global de paneles solares será insignificante; LONGi simplemente encontrará maneras de fabricar los paneles más baratos en otra parte si así lo necesita.
Por supuesto, Trump también puede entorpecer, y lo hará, el despliegue de energías renovables en el país. Ha dicho que frenará las licencias eólicas offshore; las acciones de los productores de turbinas Ørsted y Vestas perdieron casi tanto como ganó Tesla con las noticias de las elecciones. La administración Trump también dificultará la conexión de las energías renovables a la red, e intentará extender la vida útil de la infraestructura vetusta de combustibles fósiles, mientras entrega dinero a intereses creados. Pero esa táctica no haría más que retrasar lo inevitable.
Durante su primera administración, Trump intentó reactivar el sector del carbón nacional. No lo logró. El carbón ya estaba en vías de desaparición mucho antes de que él llegara a la presidencia, y la caída de la industria no ha hecho más que acelerarse desde entonces. El cambio ha sido liderado por estados como Texas, que recientemente superó a California en el total de energía solar instalada a escala comercial.
Es verdad, Trump puede hacer mucho daño, y lo hará, inclusive a la salud pública a través de la derogación de normas y salvaguardas ambientales. Durante su mandato anterior, revocó más de 125 normas de este tipo, la mayoría de las cuales se restablecieron en el gobierno de Biden. Esta vez, será más implacable y eficaz a la hora de garantizar que sus revocaciones se mantengan. En 2019, se atribuyeron alrededor de 22.000 muertes adicionales en Estados Unidos a niveles más altos de contaminación ambiental local; estas cifras se volverán nuestra nueva normalidad.
Pero Biden reparó el daño causado por Trump en el frente climático, y fue más allá. Las políticas climáticas de la administración saliente fueron aún más ambiciosas de lo que propuso el senador norteamericano Bernie Sanders en su plataforma presidencial de 2016. La estrategia de Biden, anclada en la IRA, impulsó la carrera de las tecnologías verdes en Estados Unidos. Trump puede perjudicar, y lo hará, a las industrias nacionales que intenten competir en esa contienda global, pero no podrá detenerla.
Gernot Wagner es economista especializado en clima en la Escuela de Negocios de Columbia.
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