Qué implica Trump 2.0 para África y América Latina

Por: Kenneth Rogoff

CAMBRIDGE – La atención mundial está puesta en las políticas del presidente estadounidense Donald Trump hacia Europa, China y Rusia, pero su impacto en África y América Latina puede ser igual de profundo. Es probable que mi próximo libro, Our Dollar, Your Problem [Nuestro dólar, vuestro problema], tenga buena repercusión en las economías emergentes y en desarrollo, para las que la política estadounidense ha sido siempre una fuerza ineludible que no pueden controlar.

Examino allí la trayectoria extraordinaria del dólar en la posguerra y lo que su fortaleza actual nos dice sobre el futuro de las finanzas mundiales. En lo inmediato el caos calculado parece inevitable. Pero mientras los efectos que tendrá esa fortaleza todavía son inciertos, las políticas de Trump (sobre todo la retirada de los compromisos estadounidenses de asistencia al extranjero) tienen consecuencias inmediatas y de gran alcance, y los países dependientes de esa ayuda ya sienten la presión.

El golpe ha sido especialmente duro en África. El primer objetivo de Elon Musk, zar del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), ha sido la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), piedra angular de la asistencia estadounidense al extranjero desde principios de los sesenta. Este organismo (una de las principales fuentes de financiación de iniciativas sanitarias mundiales que proveen desde medicamentos contra la malaria hasta tratamientos contra el sida) tuvo un papel indispensable en la mejora de la salud pública en el mundo en desarrollo.

Aunque los programas de USAID no son perfectos, su presupuesto de 40 000 millones de dólares (menos del 1% del gasto del gobierno federal de los Estados Unidos) fue una forma eficiente de ayudar a los pobres del mundo y promover los intereses de Estados Unidos. El recorte repentino de fondos a hospitales y proyectos de ayuda no sólo es cruel e imprudente, sino que además menoscaba la credibilidad de Estados Unidos, sobre todo en los países africanos.

La decisión de cerrar USAID, en vez de revisar sus prioridades de financiación, es poco razonable. Para justificar la suspensión de la ayuda a Sudáfrica, Trump señaló confiscaciones de tierras con un supuesto sesgo antiblanco, repitiendo así la afirmación de Musk de que el país ha aprobado «leyes de propiedad racistas». Es verdad que la gobernanza sudafricana es un desastre desde hace mucho tiempo, pero cuesta ver de qué manera un corte abrupto de ayudas dirigidas a las poblaciones más vulnerables del mundo pueda traer alguna mejora significativa.

Ya bastante malo sería si el único país que recortara sus programas de ayuda al extranjero fuera Estados Unidos. Pero es casi seguro que la insistencia (totalmente razonable) de Trump en que Europa empiece a pagar el costo de su defensa obligará a los gobiernos europeos a redirigir fondos que hoy destinan a asistencia externa, para proteger sus generosos sistemas de bienestar. El primer ministro británico, Keir Starmer, ya ha anunciado recortes de los programas para aumentar el gasto en defensa al 2,5% del PIB en 2027.

Es indudable que China correrá a llenar el vacío. A pesar de sus propios problemas económicos, el país asiático sigue decidido a ampliar su acceso a los vastos recursos naturales de África. De hecho, es probable que la desaceleración económica que hoy experimenta China motive a su gobierno a reforzar su presencia en el continente.

En el caso de América Latina, el panorama se ve un poco mejor. Es verdad que la política de la administración Trump hacia la región ha sido errática en el mejor de los casos. Junto con el intento de restablecer el control estadounidense sobre el Canal de Panamá y con decirle a México que Estados Unidos no está obligado por el acuerdo de libre comercio que él mismo negoció durante su primer mandato, la guerra arancelaria global de Trump es una amenaza significativa para las economías latinoamericanas.

Pero hay un costado positivo, ya que el regreso de Trump a la Casa Blanca puede ser preanuncio de un giro mundial más amplio hacia la derecha. En el caso de las economías desarrolladas la necesidad de ese giro es discutible, pero en América Latina tendría que haberse producido hace mucho. Las mayores economías de la región (Brasil, México y Argentina) fueron un patio de juegos para economistas de izquierda durante buena parte del siglo XXI, y sobre todo los últimos años. Los resultados fueron desastrosos. La incapacidad crónica de América Latina para generar crecimiento económico sostenido en las últimas cuatro décadas ha limitado en gran medida la capacidad de los gobiernos para proveer educación y atención médica básicas, por no hablar de objetivos más ambiciosos como un ingreso mínimo garantizado.

Un buen ejemplo es Brasil. Durante su primera presidencia (2003‑11), Luiz Inácio Lula da Silva aprovechó el auge de los commodities y aplicó políticas macroeconómicas relativamente conservadoras. Pero en su mandato actual, el gobierno no consigue frenar el gasto público y controlar la inflación. Lula también ha chocado varias veces con el banco central brasileño por sus subidas de tipos de interés, incluso cuando la moneda del país caía a mínimos históricos.

La excepción destacable es Argentina. Desde su asunción al cargo en diciembre de 2023, el presidente libertario Javier Milei ha logrado reducir la inflación del 211,4% al 84,5%; y algunos pronósticos privados hablan de una inflación anual de apenas 23% en 2025. También estabilizó la economía tras un breve período de austeridad, redujo el tamaño del Estado y eliminó el déficit presupuestario, algo que ni siquiera consiguieron los gobiernos conservadores anteriores. El éxito inicial de Milei ofrece esperanzas reales de que por fin Argentina logre librarse de su historial cíclico de mala gestión económica.

Muchos progresistas estadounidenses rechazan la estrecha relación entre Milei y Trump, pero es comprensible que en Argentina la alianza entre ambos se celebre. ¿Cuándo un presidente (y una parte significativa del electorado) de los Estados Unidos expresó tanta admiración por un líder latinoamericano? El respaldo estadounidense puede reforzar la posición regional de Milei y catalizar tal vez un abandono más amplio de los fracasados experimentos socialistas latinoamericanos que señale el comienzo de una era de mayor estabilidad económica.

Kenneth Rogoff, ex economista principal del Fondo Monetario Internacional, es profesor de Economía y Políticas Públicas en Harvard, ganador del Premio 2011 del Deutsche Bank en Economía Financiera, coautor (con Carmen M. Reinhart) de This Time is Different: Eight Centuries of Financial Folly (Princeton University Press, 2011) y autor de Our Dollar, Your Problem (que será publicado por Yale University Press en 2025).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Contenido a tu alcance

Periodismo de calidad en tus manos

Suscríbete y se parte de nuestro newsletter