Por: Filiberto Guevara Juárez
Es probable que ninguna actitud humana haya sido tan alabada como la actitud de humildad de las personas. Sin embargo, se ha abusado tanto del término humildad al grado tal que ya no se logra precisar, con un buen grado de exactitud, lo que realmente significa la palabra humildad. Lo cierto es que muchas veces creemos saber algo; pero cuando nos lo preguntan o nos preguntamos a nosotros mismos, nos damos cuenta que no estamos claros en el concepto. Es por eso, que es bueno preguntarnos, si realmente estamos claros en muchos conceptos que a diario aplicamos a nuestra vida en relación con nuestros semejantes. Uno de ellos es el concepto de la humildad.
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE): la humildad es una “virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento.”. Pero también, para profundizar un poco más sobre el asunto, resulta beneficioso recurrir a pensadores de renombre mundial que han reflexionado sobre el concepto de humildad. Uno de ellos fue San Juan Pablo II, el cual expresó lo siguiente: “la humildad es la debida actitud respecto a toda verdadera grandeza, sea mía o no”.
Pues bien, si ponemos un poco de atención a lo que nos dijo San Juan Pablo II en su obra titulada: Amor y responsabilidad; nos daremos cuenta que humildad es simplemente que cada persona se ubique en lugar sicológico que le corresponde, es decir, ni más pero tampoco menos. Si esa persona se desvaloriza a si mismo lo más probable es que lo haga para parecer humilde ante las demás personas. ¿Con qué objetivo hace eso? Es posible que lo haga para sacar alguna ventaja de ello, manipulando de esa manera, la credulidad de la otra persona.
Es más, la falsa humildad está plagada de hipocresía y de ventajismo calculado. Hasta podría pensarse que muchas personas no se refieren a si misma en primera persona por timidez sicológica y para no despertar la envidia destructora de los otros. Eso quizá sea lo más prudente, porque en el fondo las mayorías de las personas nos sentimos realmente superior a los otros, y nos molesta que la otra persona esté consciente de sus méritos.
Pero bien, puede ser que hasta este punto usted que lee lo presente no esté completamente de acuerdo conmigo. Pues bien, volvamos entonces a San Juan Pablo II y preguntemos: ¿Cuál era el modelo de humildad que él tenía? Naturalmente debemos considerar que sería Jesucristo. Entonces, a la luz de los Evangelios examinemos la cuestión. Preguntémonos: ¿rehuía Jesucristo a referirse a si mismo en primera persona? Si revisamos los Evangelios nos daremos cuenta rápidamente que no. Ejemplo de ellos abundan en los Evangelios.
Así que para no redundar tanto sobre el asunto veamos tan sólo dos ejemplos en citas bíblicas: En lo referente a su relación de grandeza con respecto a Abraham. En una discusión que tuvo con los judíos, el evangelio de San Juan refiere lo siguiente: “…Los judíos le respondieron: «¿No decimos, con razón, que eres samaritano y que tienes un demonio?»» Respondió Jesús: «Yo no tengo un demonio; sino que honro a mi Padre, y vosotros me deshonráis a mí. Pero yo no busco mi gloria; ya hay quien la busca y juzga. En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás.»”. Otro ejemplo está en la expresión siguiente: “ Yo soy el camino, la verdad y la vida” (San Juan 14:6).
Lógicamente, en varias ocasiones hizo referencia a si mismo en tercera persona, demostrando de esta manera, mesura. Ejemplo que debemos seguir todas las personas. No debemos tener la menor duda que Jesucristo era humilde de corazón, porque sabiéndose grande e Hijo Unigénito de Dios Padre, por amor e infinita misericordia, siempre vivió para servir a su prójimo, al grado tal que, hasta ofrendó su vida en la Cruz para redimir a la humanidad entera. No había nada más denigrante en los tiempos de Jesús que ser condenado a morir crucificado como un vulgar delincuente.
El otro aspecto muy importante que tiene que ver con el concepto de humildad es que ningún ser humano es capaz de saberlo todo, es decir, omnisciente. Todos aprendemos de nuestro prójimo. Por ejemplo, una persona puede ostentar el mayor número de títulos universitarios; pero eso no implica que lo sepa todo. Aún así es más lo que desconoce de su especialidad que lo que realmente conoce de ella. Estar consciente de su gran limitación de conocimientos es lo que hace que la persona sea realmente humilde.
Estar consciente que existe un vasto y misterioso universo que nos rodea es lo que nos hace ser humildes. Estar conscientes de que más temprano que tarde por una u otra razón moriremos es lo que nos hace ser humildes. Estar conscientes de que necesitamos del servicio de las otras personas para vivir con confort, cuando tenemos el dinero para pagar dichos servicios, es lo que nos hace ser humildes y agradecidos con esas personas que nos asisten en nuestras necesidades…etc. Jamás debemos adoptar una actitud arrogante y de superioridad ante nuestros semejantes. Nuestro insigne poeta Alfonso Guillén Zelaya, entre otras muchas cosas, en su Ensayo, Lo esencial, nos dice lo siguiente: “…Todos somos algo, representamos algo, hacemos vivir algo, el que siembra el grano que sustenta nuestro cuerpo vale tanto como el que siembra la semilla que nutre nuestro espíritu, como que en ambas labores hay envuelto algo trascendental noble y humano: dilatar la vida…”.
Así como Jesucristo, que era realmente grande, lavó en un acto de humildad los pies a sus discípulos para demostrarnos que debemos ser humildes en el servicio. Nosotros tenemos que hacerlo con nuestros semejantes. Así pues, la verdadera humildad se refleja en nuestros actos de agradecimiento y disposición de servicio a nuestro prójimo. Y no con palabras de falsa humildad que están llenas de hipocresía.
San Pedro Sula, 18 de noviembre de 2022.