Coronavirus mutante

¿Pueden los Estados Unidos manejar una segunda ola?

Por: William A. Haseltine

 CAMBRIDGE – Al igual que los surfistas que buscan la próxima gran ola antes de que la primera haya pasado, los epidemiólogos y funcionarios de salud pública de los Estados Unidos se preparan para un nuevo frente de infecciones por COVID-19 más entrado este año. Se teme que esta segunda ola coincida con el pico de la temporada de la gripe de EE.UU. de 2020-21, lo que provocaría una nueva avalancha de pacientes hospitalarios que necesiten urgentemente asistencia respiratoria.

El temor está justificado, considerando lo que sabemos acerca de los coronavirus y la gripe. En ambas enfermedades, las infecciones comienzan a aumentar en noviembre y llegan a su máximo en algún punto de diciembre, enero o febrero, antes de retroceder hacia el mes de abril.

Lo que es menos seguro es lo intensas que serán las olas de cada infección. Aunque entendemos los patrones de infección de la gripe mucho mejor que los del virus del SARS-CoV-2 que causa el COVID-19, la gripe sigue siendo una incógnita conocida. Sus cepas varían de año en año en términos de transmisibilidad y gravedad. En algunos años, el número de vidas perdidas por la gripe en los EE.UU. puede ser tan bajo como 12.000. Pero durante el invierno de 2017-18, una cepa particularmente letal provocó la muerte de unos 80.000 estadounidenses, la cifra más alta en al menos 40 años.

La variación anual de las cepas de la gripe implica que hay que crear una nueva vacuna cada año. Pero hay un inconveniente: la vacuna debe prepararse con mucha antelación a la temporada de gripe, y a menudo antes de que aparezca la nueva cepa. Si la vacuna se ajusta con la suficiente precisión, limita tanto la gravedad de la enfermedad debido a la infección como el número de muertes por sus complicaciones.

Pero nuestra vacuna para 2017-18 no fue una buena combinación. Para enero de 2018, los hospitales estaban saturados, las salas de emergencia rechazaban ambulancias y los centros médicos implementaban medidas ahora bien conocidas, como la instalación de tiendas de triaje en los estacionamientos, la restricción de las visitas de amigos y familiares y la cancelación de las cirugías electivas.

Por lo tanto, la gravedad de la temporada de gripe 2020-21 dependerá del grado de ajuste de nuestra vacuna a la cepa del virus, además de la cepa específica. Pero también de nuestras conductas y la rapidez con que transmitamos la infección a los demás.

Comparado con el de los virus de la gripe, el comportamiento del SARS-CoV-2 es una incógnita mucho más desconocida. Lo que podemos inferir se basa principalmente en el de los cuatro coronavirus causantes del resfrío que han circulado en Estados Unidos al menos desde la década de 1960, cuando se los descubrió por vez primera.

La aparición estacional de estos virus se asemeja mucho a la de la gripe, excepto que las infecciones no desaparecen en los meses de verano, sino que continúan con una frecuencia menor. De hecho, la noción de que el calor y la humedad eliminarán el SARS-CoV-2 queda desmentida por las actuales infecciones en Singapur y en la costa de África occidental.

De hecho, en general la estacionalidad de las infecciones virales sigue siendo un misterio. Algunos piensan que los virus como la gripe y el coronavirus alcanzan su máximo nivel en invierno porque el clima frío y seco reseca nuestras membranas mucosas, haciéndonos más susceptibles a las infecciones virales. Otros observan que nos reunimos más cerca unos de los otros en espacios interiores en los meses invernales, lo que facilitaría la transmisión.

Estas teorías parecen plausibles hasta que se consideran otros virus, como la polio y los rinovirus causantes de resfriados, que alcanzan su máximo nivel en verano. Y el misterio no hace más que profundizarse cuando se trata de virus que son estacionales en climas templados y mantienen una tasa de infección casi constante (aunque menor) en las áreas tropicales.

Puesto que es poco probable que el SARS-CoV-2 desaparezca por sí solo, y en ausencia de una vacuna o un fármaco profiláctico eficaces, el principal factor que influye en la magnitud de una segunda oleada de infecciones es lo bien que controlemos la epidemia de aquí a entonces. La cantidad de personas infectadas activamente por el virus en octubre -el llamado reservorio humano- determinará el tamaño y la velocidad de la segunda ola que se espera. Limitar el número de infecciones ahora reducirá el número de infecciones más adelante.

Por desgracia, los EE.UU. no están limitando las infecciones por COVID-19 lo suficiente para evitar una segunda ola de alta gravedad. Es improbable que nuestras medidas de control actuales (pruebas limitadas y auto-aislamiento en gran parte voluntario para quienes están infectados o se han expuesto) eliminen el virus de la población. Los países que hasta ahora han abordado la enfermedad con éxito tienen regímenes de pruebas mucho más amplios y han puesto en marcha programas exhaustivos de rastreo de contactos que identifican a todos quienes estén potencialmente infectados y los trasladan a instalaciones supervisadas, a menudo un hotel local, donde se les vigila para detectar síntomas.

A medida que se reabran las comunidades estadounidenses y los patrones de comportamiento se relajen aún más, nos veremos obligados a enfrentar las consecuencias de las insuficiencias de nuestras medidas y conductas. Creo que en octubre estaremos al borde de otra fatídica ronda de infecciones de COVID-19. Y si una ola importante de infecciones de gripe nos golpea al mismo tiempo, morirán todavía más personas.

Contar con los medios médicos para prevenir la transmisión del SARS-CoV-2 disminuirá la dimensión y el impacto de una segunda ola de COVID-19. De hecho, con el fuerte apoyo de los gobiernos, las industrias farmacéutica y biotecnológica, y las fundaciones sin fines de lucro, los esfuerzos para desarrollar tanto una vacuna como medicamentos que puedan bloquear la transmisión del virus han pasado encabezar las prioridades en los laboratorios de todo el mundo. Confío en que seremos capaces de limitar la transmisión del SARS-CoV-2 en un futuro próximo, ya que actualmente hay en ensayos clínicos siete vacunas y al menos un fármaco con potencial profiláctico.

Pero la pregunta es cuándo. Para dar una respuesta a una segunda ola de infecciones de EE.UU. este otoño, una vacuna o un fármaco profiláctico debe estar ampliamente disponible al comienzo de la temporada, lo que requeriría una máxima coordinación entre investigadores, fabricantes y reguladores.

Aunque tal escenario es posible, este invierno tendremos que ser inteligentes y afortunados al mismo tiempo para evitar lo que la naturaleza nos tiene reservado. Y sin un gran descubrimiento médico de por medio, tendremos que prepararnos para lo peor.

*William A. Haseltine, científico, emprendedor biotecnológico y experto en enfermedades infecciosas, es Jefe y Presidente del centro de estudios de salud global ACCESS Health International.

Esta es una publicación dentro de la alianza entre   y 

  • Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas

2 respuestas

Contenido a tu alcance

Periodismo de calidad en tus manos

Suscríbete y se parte de nuestro newsletter