Por: José Antonio Ocampo
BOGOTÁ – América Latina ha llegado al final de su segunda década perdida de desarrollo. El crecimiento anual promedio se mantuvo ligeramente por debajo del 0,9% durante el período 2014-23, peor que la tasa del 1,3% de los años 1980. Sin embargo, se prevé que el PIB per cápita sea ligeramente superior en 2023 que al de 2013, debido a un crecimiento demográfico más lento. Por el contrario, no fue sino hasta 1994 que el PIB per cápita de la región volvió a su nivel de 1980. América Latina tiene, por lo tanto, un serio problema de crecimiento.
Sin duda, el desempeño económico ha variado entre los países. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de las Naciones Unidas estima que México, América Central y el Caribe superaron a América del Sur en 2023. Entre las economías de mayor tamaño, a México, Brasil y Colombia les fue mejor que a Chile y Perú, que no registraron crecimiento, mientras que la debilitada economía argentina se contrajo un 2,5%. Venezuela creció un 3%, pero su PIB sigue siendo menos de un tercio de su tamaño de hace una década.
Si bien la inversión extranjera directa (IED) se ha mantenido sólida, el financiamiento externo privado ha sido limitado y los costos de endeudamiento han aumentado. Si bien la emisión de bonos en América Latina y el Caribe creció un 30% en los primeros diez meses de 2023, todavía fue aproximadamente la mitad del promedio anual entre 2019 y 2021. Además, el rendimiento promedio de los bonos latinoamericanos ronda actualmente el 8%, en comparación con aproximadamente el 5% en 2021, a pesar de una modesta disminución en los márgenes de riesgo. El principal factor que ha generado este aumento ha sido el mayor rendimiento de los bonos del Tesoro a diez años de los Estados Unidos.
Otro factor que contribuye al pobre desempeño económico de América Latina es el limitado dinamismo del comercio internacional. Según la Oficina de Análisis de Política Económica (CPB) de los Países Bajos, el bajo crecimiento de los volúmenes de comercio que ha caracterizado a la economía mundial desde la crisis financiera de 2008-09 ha sido sucedido por un virtual estancamiento en los dos últimos años.
Los volúmenes del comercio mundial disminuyeron un 1% interanual en los primeros tres trimestres de 2023, mientras que el valor de los bienes comercializados se redujo un 5,5%. En este sentido, América Latina ha tenido un mejor desempeño que el promedio mundial: el valor de las exportaciones latinoamericanas disminuyó un 1,3% y la CEPAL estima que el volumen de operaciones ha aumentado ligeramente.
Aún así, la desaceleración del comercio mundial y la caída de los precios de las materias primas han afectado negativamente el crecimiento en la región, especialmente el de América del Sur. Si bien la actual fragmentación de la economía mundial ha tenido un impacto económico limitado hasta ahora, los líderes latinoamericanos no deberían subestimar el riesgo de que las crecientes tensiones entre Occidente y China puedan provocar un amplio desacoplamiento, como lo advirtió recientemente la primera subdirectora gerente del Fondo Monetario Internacional, Gita Gopinath. En lugar de ello, las economías de la región deberían aprovechar las oportunidades de exportación e IED que ofrecen ambas partes.
La región también está lidiando con una profunda agitación política y social. Por ejemplo, el recién elegido presidente de Argentina, el autodenominado “anarcocapitalista” Javier Milei, se ha embarcado en un programa de reformas económicas radicales. Mientras tanto, Chile, Colombia y Perú se encuentran en medio de sus propias crisis políticas, y el camino de Venezuela hacia la democracia sigue sin estar claro. Afortunadamente, los regímenes políticos de los dos países más grandes de América Latina, Brasil y México, se mantienen relativamente estables.
En este contexto, las economías latinoamericanas deben reevaluar sus actuales modelos de desarrollo. Tras la adopción generalizada de reformas de mercado en torno a 1990, el crecimiento promedio anual de la región ha sido aproximadamente del 2,5%, en comparación con el 5.5% alcanzado entre 1950 y1980. Además, la CEPAL estima que el crecimiento potencial anual de la región ha sido tan solo del 1.6% desde 2010, lo cual convierte a América Latina en la región en desarrollo con peor desempeño de los últimos 30 años.
Los gobiernos latinoamericanos podrían tomar varias medidas para acelerar el crecimiento económico. En primer término, deberían aumentar el financiamiento en ciencia y tecnología, un área en la cual la región está significativamente rezagada. Según los últimos datos de la UNESCO, las inversiones regionales en esta área ascienden al 0,6% del PIB, que es aproximadamente una quinta parte de lo que los países de altos ingresos gastan en investigación y desarrollo y una cuarta parte de la inversión en I+D de China. Cabe destacar que Brasil es el único país latinoamericano que invierte más del 1% de su PIB en ciencia y tecnología, mientras que el resto destina el 0,5% o menos.
En segundo lugar, los gobiernos latinoamericanos deberían desarrollar estrategias activas de desarrollo productivo, centrándose en sectores en los que la región tiene una ventaja significativa y en aquellos que están a la vanguardia de la revolución industrial en curso. El primer grupo incluye la producción de alimentos y minerales esenciales para la transición verde (especialmente cobre y litio), junto con sus cadenas asociadas de valor. El segundo incluye las tecnologías digitales, que deben ser ampliamente adoptadas e integradas en las economías de la región.
La transición a la energía limpia es prometedora, especialmente para los países latinoamericanos con abundantes recursos solares y eólicos. Este cambio también puede beneficiar a las empresas cuyos procesos de producción consumen grandes cantidades de energía, como los fabricantes de acero y aluminio. Además, México, América Central y los países con costa sobre el Caribe podrán beneficiarán del “nearshoring”, dada su proximidad al mercado de Estados Unidos.
Dada la lentitud del crecimiento del comercio global, una mayor integración regional es esencial. Los gobiernos latinoamericanos deberían profundizar los procesos de integración comercial y negociar un acuerdo regional más amplio de libre comercio. Pero las tensiones actuales entre Argentina y Brasil, junto con las amenazas de Milei de retirarse de Mercosur, podrían socavar esos esfuerzos.
Más allá del comercio, la región debería fortalecer sus instituciones financieras, en particular el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) y el Fondo Latinoamericano de Reservas (FLAR). Los países latinoamericanos también deberían profundizar la integración de sus sistemas de transporte y electricidad y fomentar la colaboración científica y tecnológica.
Por último, pero no menos importante, los países latinoamericanos deben reafirmar su compromiso con la democracia. La agitación económica de la década de 1980 debilitó a los regímenes autoritarios y condujo a una rápida democratización. Pero el creciente autoritarismo plantea una amenaza significativa a lo que se había convertido en la región en desarrollo más democrática del mundo. Para acelerar el desarrollo económico, los líderes políticos deben identificar e instrumentar medidas eficaces para mitigar la creciente polarización que pone en peligro la estabilidad tanto nacional como regional.
José Antonio Ocampo, a former United Nations under-secretary-general and former minister of finance and public credit of Colombia, is a professor at Columbia University and a member of the UN Committee for Development Policy and the Independent Commission for the Reform of International Corporate Taxation.
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