Rodolfo Pastor Fasquelle
Para mi amiga Thelma Mejía
El problema no es que haya que dar marcha atrás, más bien p´lante; no logramos avanzar bastante y nos hemos entrampado en tonterías y anarquías. No es tampoco que sean en absoluto buenas las medias tintas, sino que hay que profundizar, en vez de delirar.
Sin duda, también en Honduras hay locos y tontos, y hasta se puede entender su desconcierto. Hay varios ejemplos de dictadores en ciernes, incluso un par de izquierda, pero no es Mel, quien siempre permitió la crítica, se expuso al debate y a la consulta. Y que –sin obviar sus defectos personales- responde, con razones o sinrazones, pero no con golpes o represión a quien lo contradice. Mucho menos Xiomara, que puede tener una inseguridad delicada ante la crítica, pero que no ha construido su liderazgo sobre violencia. Entiendo al amigo que me recuerda que la extrema polarización y tensión del mundo actual es una consecuencia del colapso del orden político-económico de las democracias liberales, que no pudieron resolver problemas básicos. Importa recordarlo cuando perdemos perspectiva y el tiempo en buscarle al problema falsas causas, locales, nativas, y eso conduce a explicaciones equivocadas, se agota en un discurso normativo, y termina en una falsa nostalgia. Es decir, al dejar de ver el contexto mayor y el proceso histórico de largo aliento, cogemos los rábanos por las hojas, por su parte menos valiosa.
Hay que ir más allá y hondo, entender que tenemos entre manos una crisis de civilización. Nada que ver con las estúpidas teorías paranoicas etnocéntricas y de los ideólogos altaneros igual de racistas que los viejos nazis europeos, derivadas todavía, pese a toda la ciencia en contra, del trasnochado darwinismo social de fines del s. XIX y primera mitad del XX. Porque tres cuartos de siglo más tarde de la clausura de la Guerra Fría, se recalientan las grandes contradicciones, entre Norte y Sur, Este y Oeste; y fácilmente se deslizan a categorías raciales y fundamentalismos, estallan tensiones y luego conflictos en varias esquinas del mundo, en que las provocaciones reavivan los delirios de los espacios vitales. Y volvemos otra vez a justificar el crimen con el crimen, el ojo por ojo…
Hay que proteger el vergel que dice el vicepresidente de la Comisión Europea Borrell, que es Europa, o que es EUA para Trump, y otra vez, detener con muros, a los barbaros, que ahora vienen del Sur, donde más se calienta el globo. El fenómeno es global, más allá de la ideología nacionalista que apela encore a un genuino resentimiento popular, contra las disfunciones que el sistema parece incapaz de corregir. Y es una reedición. Del mismo modo que Hitler despotricaba contra los tratados responsables de la crisis alemana en 1923, contra la traición de los liberales, las amenazas de las minorías y los extranjeros, y la urgencia de hacer que Alemania fuera grande de nuevo, Trump hoy denuncia, y también el nuevo Kennedy, la carga que representan para Estados Unidos sus tratados internacionales de defensa y de comercio libre (en efecto responsables de una desindustrialización), culpándose de todo a los inmigrantes mierderos, sin los que no funcionaría su economía principalmente latinoamericanos. Denuncia como responsables al estado profundo de la política americana, cooptado por una clase crony desenmascarada, habla de vengarse de la justicia, urge un cambio de régimen interno, y proclama que hará America Great Again.
Se trata de un movimiento que tiene espejos equivalentes, en nuestra América y en la vieja Europa, donde resurge, en todas las esquinas, el nacionalismo racista y el clasismo. En Medio Oriente y Asia. En más de una veintena de países europeos la extrema derecha avanza incontinentemente. Y al neonazi lo tenemos en chiquito en el vecindario, igualmente violento y anárquico, no solo entre los comandos alienados, también los libertarios, los bots en todos los extremos y las camisitas blancas de Romeo y seguidores de Nasralla, que pudieran incluir hoy a muchas de sus posibles víctimas de mañana.
Resta el problema de que esa comprensión más amplia y profunda del fenómeno político global inscrito en un cambio profundo del modo de producción, a punto de acelerarse por la innovación tecnológica, digo, su mayor comprensión no es en si una solución, y debería ser evidente, como ha visto repetidamente la historia, si es una amenaza para la paz, la humanidad y la civilización. Todo empieza por la ingobernabilidad y termina en la guerra: ¿Cómo podría terminar la guerra en Ucrania con una paz? ¿Cómo podría llegar a haber paz en Medio Oriente? ¿Sin una victoria total? ¿O como podría llegar una verdadera paz y tranquilidad, después de una victoria total de cualquiera de las partes? Tenemos, en toda la periferia del planeta, aunque por ahora mayormente en el Sur Global, ejemplos de esa clase de ingobernabilidad. Es el caso de Sudán en África o de Haití en América. No tengo claro cómo se va a resolver en El Salvador, la paz edulcorada de Bukele contra cien mil mareros presos. O incluso en México, en donde se ha conseguido una victoria aplastante del partido progresista, como se resolverá la guerra contra la violencia social y la locura de los carteles. O en Ecuador. O ¿cómo vamos a resolver la imposibilidad de forjar pactos y acuerdos básicos de consenso para lanzar el proceso de desarrollo de estos países?
Porque justamente hay que tener claro que el pluripartidismo es lo de menos, que hay distintas variables de la democracia, que lo que tiene que hacer es convencer a la minoría y cuya prueba final tendría que haber sido la redención de la condición general. Y no se trata única, ni principalmente, de defender un sistema electoral colegiado, o el parlamentarismo decimonónico sin duda moribundo, sino más bien de construir una forma de convivencia pacífica con libertad de pensamiento, de expresión y asociación dentro de la ley consensuada.
Porque en todos los casos mencionados y otros por mentar, se trata de autoritarismos personalistas, impermeables al derecho y al mérito del esfuerzo individual y colectivo, pero abanderados de descaradas imposiciones, de controles policiacos, de cárceles o campos de concentración para los calificados de contrarios. De la instrumentalización de la fuerza pública -que se justifica en la protección de todos contra el caos- en arma contra la disidencia, en algún caso solo sospechada y que en nada amenace a un orden justo de las cosas. De falsos liderazgos fabricados y montados únicamente sobre aparatos publicitarios y estilos de liderazgo, que en vez de unirnos en pos de anhelos compartidos, nos dividen para justificar mayor control.
Mientras construía su régimen de terror, el nazi alemán, practicaba sin reservas, la violencia contra sus contrarios y luego publicitaba imágenes de sus propios partidarios, supuestamente violentados por quienes, en realidad, eran sus víctimas. Y si entre nosotros se presentan los victimarios como víctimas, como se presenta a JOH como el buen gobernante, según sus adláteres, injustamente maltratado, vilipendiado y castigado por una conspiración de los mismos criminales a los que había –según- perseguido, no para quitarles el negocio, sino para asegurar al bien público. En realidad, no cabe duda razonable. Dicen que es relativa la verdad y yo sé que no está en el medio, ni es un promedio, ni democrática, que es eso si es producto de la objetividad, que se pierde en la pasión y el extremo ¡Las cosas son como son, y están muy peligrosas para que nos hagamos los pendejos!
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Rodolfo Pastor Fasquelle, Doctorado en Historia y analista político, escritor y exministro de Cultura y Turismo, Graduado en Tulane Estados Unidos y el Colegio de México Ver todas las entradas