¿Podemos salvar al periodismo local?

Por: Jan-Werner Mueller

PRINCETON – Según un antiguo proverbio estadounidense, «la política es siempre local»; tal vez sea en parte por eso que le va tan mal a la política democrática —especialmente en Estados Unidos, pero no solo allí—. Para que un gobierno local funcione adecuadamente, debe haber periodistas locales que hagan rendir cuentas a los políticos y a los responsables de las políticas, pero el periodismo local viene colapsando en muchas partes del mundo.

Es por eso más difícil para los ciudadanos conectarse con la vida civil, tanto local como, finalmente, nacional. No se difunden los problemas locales que podrían resultar significativos a mayor escala, y muchos de los efectos en terreno de las políticas nacionales pasan desapercibidos. Pero aunque no existe una solución única a la caída del periodismo local, no estamos indefensos. En distintos países hubo experimentos que sugieren formas de revitalizar la cobertura local. Todos fijan como prioridad la producción de noticias de interés público, cualesquiera sean los medios económicos disponibles, por sobre el rescate de enfoques comerciales anticuados.

Durante la mayor parte del siglo XX, el sector de las noticias dependió de los ingresos por publicidad, pero ese modelo comenzó a colapsar a fines de la década de 1990 cuando la Internet se tornó omnipresente. El periodismo local recibió un golpe particularmente duro, no solo porque los anuncios migraron hacia los clasificados en línea gratuitos (como Craigslist), sino también porque los periódicos locales carecían de recursos para crear una presencia atractiva en la web que les permitiera implementar exitosamente un modelo de suscripciones.

Las consecuencias fueron dramáticas: según algunas estimaciones un tercio de los periódicos que existían en Estados Unidos en 2005 habrán desaparecido para 2025; aproximadamente 70 millones de ciudadanos estadounidenses ya viven en desiertos de noticias o lo harán pronto; y en el Reino Unido 320 periódicos locales cerraron entre 2009 y 2019. Las empresas de capital privado que han estado comprando a las organizaciones noticiosas suelen empeorar aún más las cosas, en vez de invertir en periodismo se centran en reducir despiadadamente el tamaño de las salas de redacción y en vender los edificios de los periódicos (muchos de los cuales se encuentran en ubicaciones lucrativas en el centro de la ciudades).

Las implicaciones para la democracia son indiscutibles, los científicos sociales que estudian la cuestión demostraron claramente que cuando el periodismo local disminuye, aumentan los niveles de corrupción, decae la competencia política y se reduce la participación ciudadana.

Debido a que los políticos que representan a las áreas rurales o desatendidas están menos supervisados, también es menos probable que se investiguen adecuadamente los efectos de sus decisiones sobre otras jurisdicciones. E incluso cuando la cobertura local es buena, con demasiada frecuencia queda limitada a ese ámbito. En Long Island se sabía de la sarta de mentiras de George Santos, que fue cubierta por un periódico local, pero no alcanzó el ámbito nacional hasta semanas después de que fuera electo como legislador.

Para empeorar aún más las cosas, las guerras culturales nacionales suelen llenar el vacío generado por la ausencia de noticias locales. Por supuesto, la participación en los temas locales no hace que la gente se torne automáticamente más civilizada y pragmática. Las disputas entre vecinos suelen ser las más desagradables y se puede echar leña al fuego de las guerras culturales a escala local con operativos que crean pánico moral a través de medios de propaganda diseñados para que parezcan periódicos.

En esos casos, los activistas cínicos aprovechan que la mayor parte de la gente suele confiar más en las publicaciones locales. Ese «periodismo de baba rosa» (en referencia a un aditivo de las carnes procesadas) solo sirve para fomentar la acritud y la polarización. Inundados con teorías conspiratorias y propaganda disfrazada de cobertura, quienes viven en los desiertos de noticias a veces ni siquiera se dan cuenta de que no están recibiendo noticias.

Aunque no ha surgido ningún modelo de negocios que constituya un reemplazo confiable de los ingresos por publicidad, existen alternativas a la tiranía del mercado. Pensemos en la filantropía: aunque existe el peligro obvio de crear dependencias o conflictos de interés, una combinación de financiamiento filantrópico y el trabajo de voluntarios puede crear iniciativas inspiradoras como Report for America, que asigna gente a las salas de redacción locales para cubrir temas que no reciben suficiente atención periodística.

Además, países como el Reino Unido podrían facilitar la clasificación del periodismo como actividad caritativa, y los gobiernos en todas partes podrían ofrecer subsidios. El peligro de crear dependencias y conflictos de interés se puede evitar con suficientes capas entre el Estado y quienes reciben el dinero de los contribuyentes.

Al contrario de lo que Elon Musk desea que crea la gente cuando ataca a la radiodifusora estadounidense NPR tildándola de «medio estatal», desde hace mucho existen mecanismos para aislar a los periodistas de la presión política en los medios de difusión de interés público. No hay motivo por el que no se los pueda extender también al periodismo local.

Entre otros enfoques innovadores se cuentan las organizaciones de noticias cooperativas y comunitarias. The Philadelphia Inquirer, por ejemplo, funciona como una corporación de interés público y es propiedad de un instituto sin fines de lucro dedicado a revigorizar el periodismo local. En todo caso, lo importante no es solo que las organizaciones de noticias reciban suficiente financiamiento sino que además usen la tecnología de manera creativa para involucrar a las audiencias locales e, idealmente, permitan que las comunidades previamente marginadas generen su propia cobertura.

La democracia depende de la comunicación, pero la comunicación eficaz, a su vez, depende de entender cuáles de las decisiones democráticas son verdaderamente importantes. Con ese fin, States Newsroom, una organización estadounidense sin fines de lucro, se centra directamente en las políticas a escala estatal que afectan a los ciudadanos en formas que no resultan obvias, ni siquiera para quienes están relativamente bien informados.

El programa Documenters capacita a la gente y le paga para que informe sobre las reuniones gubernamentales locales que de otra forma pasarían desapercibidas. Y la BBC se asoció con periódicos locales para aumentar la cobertura local en calidad y cantidad, para dar una señal clara de que las decisiones en terreno son importantes.

Algunos enfoques funcionan mejor que otros, según su ubicación, pero en términos generales, es fundamental evitar estrategias que benefician de manera principal a las empresas de periodismo regional o incluso nacional en vez de a las instituciones locales. Los planes bienintencionados para que los periódicos negocien tarifas por sus contenidos con las grandes plataformas como Google funcionaron para los medios de difusión poderosos de Australia y todavía hay posibilidades de que funcionen para las grandes organizaciones estadounidenses, gracias a la Ley de Competencia y Preservación del Periodismo. Pero el dinero también debe fluir hacia las bases, la meta, después de todo, es generar noticias genuinas de interés público sobre los lugares que de otro modo quedan olvidados o son ignorados y desde ellos.

Jan-Werner Mueller es profesor de Política de la Universidad de Princeton. Su último libro es Democracy Rules [Las normas de la democracia] (Farrar, Straus and Giroux, 2021; Allen Lane, 2021).

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