Por su lado, el pueblo sale a laborar según la lógica de “que me mate el virus, pero no el hambre” y de “si voy a morir, lo haré luchando para alimentar a mi familia”
Por: Mario Roberto Morales
El patrón general de la gestión contra el virus en el mundo es que, primero, los gobiernos forzaron a la gente al confinamiento infundiéndole un miedo abultado por los medios masivos; después, anunciaron la baja de los contagios y empezaron a “abrir la economía” de manera paulatina para, casi de inmediato, anunciar un inesperado y colosal aumento de la infección, lo cual enfrentaron “cerrando la economía” otra vez. Por último, ubicada la humanidad en los picos más altos de los contagios, con los sistemas de salud pública colapsados y siendo evidente la gestión errática contra el virus, anuncian ―más allá de cualquier comprensión sensata― otra paulatina “apertura de la economía”. Esto, cuando se ha comprobado que el extractivismo, la industria digital de “energías limpias” y la gran banca global han hecho más dinero que nunca de marzo a julio de este año porque sus economías nunca se “cerraron”.
En Guatemala tampoco se “cerró” la economía oligárquica y por eso la epidemia está creciendo. El gobierno endeudó al país por varias generaciones para combatir el virus, pero ese dinero no llega a los trabajadores de la informalidad y la microempresa, como anunció que llegaría, en forma de ayudas para paliar la falta de empleo debida al confinamiento forzado. El descontento ciudadano en torno a la sospecha de que los millones de los préstamos están siendo apropiados por funcionarios de Estado, se intensifica cuando se atestigua la caótica gestión pública de la lucha contra el virus y la terca conducta del presidente quien, en un acto cínico y cruel, impulsó la legalización de que los empresarios dejen de pagar de manera normal un bono de medio año y el aguinaldo de diciembre, e insiste en mentir a gritos por televisión.
Junto a la torpe gestión antiviral, las élites hacen negocios y fraudes millonarios al tiempo que las autoridades de salud rechazan medicamentos efectivos contra el virus porque proceden de Cuba y Rusia, esperando a que la Big Pharma lance su vacuna “confiable” para hacerla rentablemente obligatoria. Mientras tanto, la gente se sigue muriendo para el beneplácito de los neoliberales, quienes fomentan el despoblamiento mundial porque “hay escasez de recursos” para alimentar a la humanidad y por ello se debe disminuir la población, empezando por el “improductivo” segmento de los enfermos y la tercera edad.
Por su lado, el pueblo sale a laborar según la lógica de “que me mate el virus, pero no el hambre” y de “si voy a morir, lo haré luchando para alimentar a mi familia”. Por eso, en los mercados de Guatemala, es común que muchas personas se ausenten de sus puestos de venta por unas semanas y que luego regresen contando de los remedios caseros y los medicamentos que usaron para aliviar síntomas y vencer al virus sin ir a los mortíferos hospitales. La valiente lógica de sobrevivencia popular se adelantó así a la cómicamente axiomática conclusión del presidente la semana pasada: “O nos da (el virus) o nos salvamos de que nos dé”. Esto, luego de cuatro meses de estar mediáticamente “al frente” de una caótica lucha contra la epidemia que él ―con sudores, ceja alzada y ahogos de gordo en la tele― hacía aparecer como épica.
Mientras tanto, el pueblo le pregunta: “¿Y los millones en préstamos?” Su silencio es estridente y vergonzoso. Como también lo es ―qué tristeza― el de los estancados movimientos populares, que limitan sin riesgos su acción a una torpe, inocua, ¿bien financiada? y plañidera queja en las redes sociales.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas