El reto de Bukele

¿Morazán marxista?

Por: Rodil Rivera Rodil

No hay duda de que la polarización que experimenta el país ha alcanzado un nivel de intensidad que no habíamos visto desde el golpe de Estado del 2009. Pero como se frustró el intento de algunos empresarios, políticos y militares retirados de obligar a la cúpula de las Fuerzas Armadas a embarcarse en otra aventura golpista, por no contar, según los rumores, con el visto bueno de la embajada, la confrontación se ha visto constreñida al campo político e ideológico.

Y lo sorprendente es que el enfrentamiento no tiene nada de complicado. Pues, aunque resulte difícil de creer, estimado lector, bastaría para ponerle fin de una vez por todas con que Libre pidiera al Congreso Nacional que dejara sin valor ni efecto las tres leyes que tanto furor han provocado en la élite empresarial hondureña, a saber: la ley especial de la ENEE, que paró en seco su privatización; la que derogó la ley del empleo por hora y, desde luego, el proyecto de la ley de justicia tributaria. Y ya está. Los exonerados de impuestos y los magnates de la energía, al igual que la distinguida señora embajadora, respirarían tranquilos, ordenarían a quien corresponda que de inmediato cesara la campaña contra la presidenta Castro y el país volvería a la tranquilidad. Así de simple. 

Aunque siempre, claro está, habría que consultar al COHEP, ya que no se podría descartar que este pidiera alguna cosita más, como, por ejemplo, que se retornara a la privatización de las divisas que tan gentilmente les obsequiara Juan Orlando Hernández. Con eso, estimo, sería suficiente. Los aplausos no se harían esperar, el Bloque de Oposición Ciudadana (BOC) se disolvería y los diputados volverían a lo suyo: los del Partido Nacional a consultar a Zaratustra y Nostradamus, a despotricar contra Mel Zelaya y a buscar un digno sucesor de JOH; los del Partido Liberal a descifrar la cuadratura del círculo de la fórmula de reverdecer sus viejos laureles y los del PSH a tomar conciencia de que su identidad partidaria, más que política, es de índole pasional.

Pero nada de esto va a suceder. Porque solo son sueños, y como dijera el poeta: “Los sueños, sueños son”. Lo que importa es que quienes, como modernos quijotes, nos hemos hecho ilusiones de que con Libre se podrían iniciar los cambios por los que por tantos años hemos bregado, ahora comenzamos a darnos cuenta de que el camino es tortuoso y lleno de escollos y espinas y que los molinos no son de viento sino del más duro acero. O, lo que viene a ser lo mismo, que la élite empresarial hondureña jamás cederá por las buenas ni uno solo de los privilegios de los que ha abusado por tantos años y que, por el contrario, está dispuesta a todo con tal de que las cosas se mantengan como están. O, expresado de otro modo, que su divisa sigue siendo la famosa frase del escritor italiano, Giuseppe di Lampedusa (1896-1957): «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.

Pero, no nos quejemos, aparte de que no servirá para nada, porque siempre ha sido así desde los tiempos más remotos. En la antigua Roma, para el caso, los célebres hermanos Graco, Tiberio Sempronio y Cayo Sempronio, vástagos de una noble familia romana, dotados de lo que en nuestros días calificaríamos de verdadera “sensibilidad social”, encabezaron en la década del 133 al 123, a.C. el partido de los populares (el equivalente en Honduras del Partido Libre y otrora del Partido Liberal), contra el partido de los optimates, los reaccionarios de la época (el Partido Nacional de la nuestra), y abogaron por reformas estructurales en la sociedad romana, entre ellas, por una reforma agraria que aspiraba a repartir tierras entre los que carecían de ellas, cual era el caso de la plebe urbana y de la rural, así como de los soldados licenciados. Pero, al final, como era previsible, los hermanos Graco perecieron inmolados por la violencia contrarrevolucionaria de los optimates.

Un poco más de medio siglo más tarde surgió en Roma otro líder del partido popular, Lucio Sergio Catilina (108-62 a.C.), también de noble cuna, quien recogió la bandera agraria de los hermanos Graco, con la notable diferencia de que la suya no requería de expropiaciones de ninguna clase, a la que sumó la condonación de las impagables deudas del pueblo romano, lo que le granjeó un gran apoyo popular. La oligarquía terrateniente designó para enfrentarlo al gran abogado y orador, Marco Tulio Cicerón, quien lanzó contra él cuatro tremendas alocuciones en el senado romano, universalmente conocidas como Las catilinarias, en las cuales denigró a rabiar a Catilina y lo acusó de conspirar contra la República:

“¿Hasta cuándo has de abusar de nuestra paciencia, Catilina?… Si ahora ordenara que te prendieran y mataran, creo que nadie me tacharía de cruel, y temo que los buenos ciudadanos me juzgarán tardío…Morirás, Catilina, cuando no se pueda encontrar ninguno tan malo, tan perverso, tan semejante a ti, que no confiese la justicia de tu castigo”.

Catilina intentó primero llegar al poder por la vía electoral para hacer realidad sus postulados de transformación social, pero fue impedido por las trampas de los oligarcas, justo como lo siguen haciendo dos mil años después, lo que lo obligó a emprender la lucha armada, al frente de la cual cayó con gran valor en desigual combate. Pasó a la historia, por la gracia de sus vencedores y de Cicerón, como uno de los hombres más depravados de su tiempo. Pero desde no hace mucho su nombre ha comenzado a ser reivindicado por diversos historiadores. Catilina no fue un santo, de eso no cabe duda, pero tampoco el degenerado y corrupto que decía Cicerón, y a quien, paradójicamente, modernos biógrafos de la talla del italiano Massimo Fini tildan de miserable, intrigante, mezquino, codicioso, corrupto y cobarde hasta la ignominia”.

Nuestro héroe nacional, Francisco Morazán, fue el revolucionario de la República Federal de Centroamérica que por sus ideas y acciones de cambio fue fusilado por los optimates de sus días. Y a los que se atreven a negar la verdad de lo recordado por la presidenta Castro en las Naciones Unidas, de que los conservadores que lo asesinaron en 1842 son los mismos que hoy se oponen a la ley de justicia tributaria, baste recordarles que, bajo el criterio de la extrema derecha hondureña, Morazán sería hoy mucho más execrado y maldecido que los propios supuestos comunistas de la Guerra Fría.

En efecto, solo piénsese en lo qué pasaría con Morazán si volviera a nacer y, como fuera de esperar, lo eligiéramos presidente de Honduras y se proclamara enemigo del imperialismo yanqui, como antaño lo hizo con el imperialismo inglés. Pero, además, que otra vez suprimiera la educación religiosa, despojara de sus bienes a la Iglesia Católica, y por si fuera poco, sacara a la fuerza al cardenal Rodríguez de su casa y lo expulsara a La Habana  -aunque, tal vez, no precisamente a La Habana, por aquello de la Revolución Cubana-  junto con otros prelados conservadores y los declarara traidores a la patria, como también lo hizo Morazán en 1829 con el arzobispo de Guatemala, fray Ramón Casaús y Torres, y varios de sus curas allegados.

No creo que los militares de hoy se atreverían a volver a fusilar a Morazán, públicamente al menos, pero no me cabe duda de que los que ahora quisieron desmentir a la presidenta Castro les exigirían a gritos que se olvidaran de que es su máximo paladín y procedieran sin demora a propinarle el correspondiente golpe de Estado, en el mejor estilo de los que suelen dar, esto es, piyama incluida.

Dicho sea de paso, me parece que si el querido y recordado amigo Víctor Meza estuviera entre nosotros tendría que rectificar su aseveración de que Honduras necesita de una mejor derecha, una un poco más ilustrada. Ello, después de que hubiera escuchado a uno de los conspicuos voceros del BOC afirmar que “Morazán no era marxista”. Ya que, luego de repasar con sumo cuidado los datos históricos, he llegado a la firme conclusión de que este tiene toda la razón. Morazán, efectivamente, no era marxista.

Y no lo era, no porque no hubiera leído marxismo, como pudiera pensarse. Por supuesto que debió estudiarlo a profundidad, sin importar que el Manifiesto Comunista y el Capital de Marx y Engels no hubieran sido publicados sino hasta 6 y 25 años, respectivamente, después de su ejecución en Costa Rica. Pero esa no es más que una simple minucia en la que no hay que reparar, como no lo hace el prominente representante del BOC. Y lo cual, como lo tendría que reconocer Víctor Meza, con la honradez intelectual que lo caracterizaba, dice mucho de la cultura y formación de este caballero. Y, de repente, también de la de sus compañeros en ese raro mejunje del derechismo delirante que han confeccionado los congresistas nacionalistas con los liberales y los salvadores de Honduras. 

Es claro que Morazán no fue marxista, justamente porque fue liberal, pero no, como algunos pretendieron en el pasado, seguidor del liberalismo que dio origen al Partido Liberal en 1891, cual fue el puramente capitalista sobre el que teorizaron Jeremy Bentham, David Hume, John Stuart Mill, Adam Smith, David Ricardo y muchos otros. Sino del liberalismo clásico o “iluminismo” que pregonaron los ideólogos de la Revolución Francesa, como Voltaire, Russeau y Montesquieu, que llevó a la burguesía revolucionaria a derribar el feudalismo del antiguo régimen monárquico. Tal como lo demostró el historiador Longino Becerra en su obra “Morazán revolucionario. El liberalismo como negación del Iluminismo”.

Los hondureños, para concluir, deberíamos estar contentos de que nuestros diputados, en lugar de andar a las greñas, y mientras se ponen de acuerdo sobre el nuevo Fiscal General y el Adjunto, se entretengan en discusiones doctrinarias de tanta altura, debatiendo sobre el bien y el mal, sobre si el congreso debe ser disuelto o no, sobre la inmortalidad del cangrejo y, no faltaba más, sobre si Morazán era marxista o no lo era…

Tegucigalpa, 26 de septiembre de 2023.

  • Rodil Rivera
    Abogado y Notario, autor de varios ensayos sobre diversos temas de derecho, economía, política e historia; columnista por cuarenta años de varios diarios, entre ellos, EL Pueblo, El Cronista, Diario Tiempo y La Tribuna, y diputado por el Partido Liberal al Congreso Nacional de 1990-1994. Ver todas las entradas

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