Mi árbol y yo: raíces de cambio en las elecciones de Honduras

*Por Sergio Rodríguez

“…Ahí me estaba esperando
Como se espera a un amigo.”

Así como en Mi Árbol y Yo se describe la relación íntima entre una persona y el árbol que crece a su lado—un árbol que se convierte en reflejo, compañero, testigo y símbolo de vida—también la verdadera revolución comienza con una siembra: la siembra de conciencia, de memoria y de dignidad en el corazón del pueblo.

En el poema, el árbol y el narrador crecen juntos, enfrentan las estaciones y comparten silencios que hablan más que las palabras. De la misma forma, un país y su gente crecen lado a lado; sufren sequías de esperanza, tormentas políticas, sombras impuestas y, también, amaneceres que prometen renovación.

El árbol enseña que lo que se siembra con verdad, con paciencia y con raíces profundas termina ofreciendo sombra, frutos y refugio. Un pueblo también aprende que solo cuando cuida sus propias raíces—su historia, su identidad, su memoria—puede levantarse con fuerza hacia la luz.

La revolución auténtica no es ruido ni imposición: es crecimiento lento, firme y honesto.
Es reconocer que un país, como un árbol, se fortalece desde adentro: desde su tronco moral, desde sus raíces comunitarias y desde las ramas que se abren hacia un futuro posible.

Así como el narrador mira a su árbol y se reconoce en él, un pueblo mira su pasado y también se reconoce: herido, sí, pero vivo; curvado, pero no roto; esperando la temporada adecuada para volver a brotar.

En esa unión silenciosa entre Mi Árbol y Yo se esconde una gran lección: la transformación verdadera nunca viene de afuera, ni de quienes han vivido a la sombra del poder; nace de la tierra que uno pisa y de la voluntad de crecer hacia algo mejor.

Y, sin embargo, algo que he visto repetirse es que los partidos tradicionales parecen apostar más por el respaldo de otros países que por el apoyo del propio pueblo. A veces da la impresión de que, si pierden las elecciones, al menos esperan obtener una visa “ciudadana” en esas naciones que idealizan, con sus parques de Disney y sus grandes centros comerciales, mientras dejan atrás al país que dicen amar.

Paradójicamente, muchos de ellos desprecian a su propio país sin darse cuenta de que ese país que tanto añoran también los desprecia; no los ve como futuros ciudadanos, sino como mano de obra temporal, como números en una fila que no les pertenece, mientras dan la espalda a la tierra que sí les dio un nombre, una historia y un origen.

La verdadera revolución de la patria no se construye desde el miedo ni desde la confrontación estéril, sino desde la claridad de propósito y la fortaleza moral de un pueblo que decide caminar unido hacia su propio destino.
Honduras no necesita más terror ideológico ni divisiones sembradas por intereses particulares; necesita conciencia, participación y una visión colectiva que coloque la dignidad humana en el centro.

La transformación no nace de discursos vacíos, sino de acciones concretas: trabajar con honestidad, ejercer cada responsabilidad con eficiencia y construir instituciones que respondan al pueblo y no a unos pocos.

Libre nació del pueblo: de su cansancio, de su esperanza y de su determinación por abrir un camino diferente para la nación.

El arbolito que vi crecer de niño —ese compañero silencioso de mis primeras esperanzas— hoy, bajo la mirada de mis ojos otoñales, se niega a inclinarse ante aquellos que tantas veces intentaron cortarle las ramas. Ese árbol, que simboliza mi vida y la de muchos otros, nuestra memoria y todo lo que hemos resistido, no puede olvidar quién lo quiso mutilar ni quién lo dejó sin sombra durante décadas. Su raíz, como la nuestra, aprendió a desconfiar de quienes solo aparecían para aprovecharse de su madera y no para su bienestar.

Por eso, y por mucho más, he decidido sumarme a una ruta de esperanza a un camino que priorice la dignidad, la soberanía y el servicio al pueblo por encima de cualquier interés personal. Mi reflexión es simple: ¿por qué habría de apoyar a quienes, en mi experiencia, no han defendido los intereses de la gente común?
Mi voto, mi voz y mi memoria pertenecen al país que me vio nacer y al que sigo apostándole, aun cuando tantos lo han dado por perdido.

La liberación de la patria no llegará como un relámpago: se construye día a día, con organización, con participación y con una ciudadanía que exige transparencia, justicia y oportunidades reales. Esa es la revolución más poderosa: la que nace del pueblo para servir al pueblo, como un árbol que crece desde su raíz para ofrecer a todos su refugio y el aire puro que nos da vida y esperanza. Y cuando las hojas de mi vida ya no se encuentren, seguiré ahí entre ustedes; entre la sombra del país que todos merecemos.

*Director de Orquesta, Violinista y Compositor

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