¿Los norteamericanos están preparados para la guerra comercial entre Estados Unidos y China?

Por: Kenneth Rogoff

LONDRES – Cuesta pensar en un tema que aglutine más a la clase política profundamente dividida de Estados Unidos que la necesidad de contener la creciente influencia de China, ya sea a través de restricciones comerciales, aranceles a los vehículos eléctricos (VE) chinos o prohibiendo TikTok. Pero si bien el argumento de la seguridad nacional para este tipo de medidas proteccionistas es indudablemente convincente, no resulta claro si los líderes políticos de Estados Unidos y la población norteamericana están preparados para las potenciales consecuencias económicas.

La idea que prevalece entre los responsables de las políticas es que el aumento de las importaciones chinas en el mercado estadounidense durante los años 2000 horadó la base industrial de Estados Unidos, lo que hizo que el tipo de desarrollo militar acelerado que les permitió a los aliados ganar la Segunda Guerra Mundial resultara prácticamente imposible. En los círculos políticos de Estados Unidos, muchas veces se describe al “shock de China” como un error gigantesco que devastó ciudades en todo el Cinturón de Óxido y derivó en un marcado incremento de la desigualdad.

En consecuencia, existe un acuerdo generalizado entre los responsables de las políticas y los analistas de que Estados Unidos debe impedir un “shock de China 2.0”, imponiendo aranceles y restricciones comerciales considerables a las tecnologías chinas como teléfonos celulares, drones y, más importante, VE, paneles solares y equipamiento de energía verde. El presidente Joe Biden y su antecesor, Donald Trump, el supuesto candidato republicano en las elecciones presidenciales de noviembre, no coinciden sobre la mayoría de las cuestiones. Sin embargo, en lo que concierne a la relación con China, ambos parecen estar disputándose el título de presidente más proteccionista de Estados Unidos. 

Ahora bien, el relato del shock de China que sustenta la actual política económica de Estados Unidos es sumamente erróneo. Si bien la competencia con productores chinos ha afectado de manera adversa a algunos empleos manufactureros, el libre comercio, sin duda, ha creado más ganadores que perdedores. Asimismo, los consumidores de bajos ingresos de Estados Unidos han estado entre quienes más se han beneficiado con las importaciones chinas a bajo costo. Los responsables de las políticas que creen que desarticular el comercio con China no resultará en aumentos de precios y en un revés político significativo se van a llevar una sorpresa desagradable.

Sin duda, el impacto económico de las restricciones comerciales de Estados Unidos podría minimizarse si se redirigieran las importaciones chinas a través de proveedores de otros países, lo que les permitiría a los norteamericanos comprar paneles solares fabricados en China como si fueran producidos en India, aunque a un precio más alto. Pero si bien este escenario de aranceles puede ser popular entre los votantes, es difícil ver de qué manera esto mejoraría la seguridad nacional más de lo que reencaminar el fentanilo chino a Estados Unidos a través de México ayudó a solucionar la crisis de los opioides.

Por otra parte, llevaría años que países “más amigables” desarrollaran sus propias bases industriales que puedan competir con las de China, especialmente a los precios bajos ofrecidos por los productores chinos. En algunos sectores como los VE, la capacidad de producción de China le ha permitido ejercer una ventaja casi insuperable sobre los países occidentales. Frente a esta realidad, el objetivo del sindicato de trabajadores de la industria automotriz (United Auto Workers) de hacer que los norteamericanos compren autos eléctricos producidos en instalaciones norteamericanas sindicalizadas y bien remuneradas será extremadamente difícil de alcanzar, más allá de cuánto Biden o Trump apoyen la idea.

Una estrategia más dirigida idealmente distinguiría entre un comercio que involucre tecnologías militares sensibles y otros productos, pero hacerlo es más complicado de lo que muchos parecen pensar. La convergencia de tecnologías militares y civiles se ha vuelto penosamente evidente en la guerra entre Rusia y Ucrania, con drones de bajo costo que originalmente estaban destinados a transportar paquetes y que luego fueron readaptados como lanzabombas y redes móviles privadas que desempeñaron un papel fundamental en las principales batallas. Por otra parte, como ha demostrado la pandemia del COVID-19, Estados Unidos y sus aliados dependen de los suministros médicos chinos.

Para quienes creemos que la cooperación multilateral es necesaria para abordar los problemas más apremiantes del mundo, desde el cambio climático hasta la regulación de la inteligencia artificial, la creciente rivalidad entre las dos principales potencias del mundo es sumamente preocupante. Desde la perspectiva de Estados Unidos, el gobierno autoritario de China mina los valores liberales fundacionales que sustentan el orden económico y político global. Los incesantes ciberataques de China siguen planteando una amenaza inmediata para la economía estadounidense y las empresas norteamericanas, y un potencial bloqueo chino o una invasión de Taiwán tendrían consecuencias globales de amplio alcance.

Desde la perspectiva de China, Estados Unidos y sus aliados intentan, cínicamente, mantener un orden mundial establecido a través de siglos de imperialismo europeo y norteamericano. Para gran pesar de los diplomáticos estadounidenses, muchos otros países parecen compartir este sentimiento, como quedó evidenciado en el desconocimiento generalizado entre las economías en desarrollo y emergentes de las sanciones occidentales contra Rusia.

Algunos pueden esperar que la desaceleración económica de China frene sus ambiciones geopolíticas. Pero sus dificultades actuales tienen las mismas chances de presionar a China hacia una confrontación con Estados Unidos que de fomentar la cooperación.

De todos modos, a pesar de lo que puedan pensar muchos en Estados Unidos, el desacople económico no es una opción viable. Si bien las restricciones comerciales y la retórica belicosa de la administración Biden son una respuesta a las provocaciones chinas, ambos países deben encontrar la manera de llegar a un acuerdo si quieren alcanzar un crecimiento económico estable, inclusivo y sostenible.

Kenneth Rogoff, execonomista jefe del Fondo Monetario Internacional, es profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard y ganador del Premio en Economía Financiera del Deutsche Bank en 2011. Es el coautor (junto con Carmen M. Reinhart) de This Time is Different: Eight Centuries of Financial Folly (Princeton University Press, 2011) y el autor de The Curse of Cash (Princeton University Press, 2016).

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