El reto de Bukele

Los cuatro jinetes del Apocalipsis

Reflexiones

Por: Rodil Rivera Rodil

Muy pocas obras literarias han tenido tanta repercusión mundial como la novela “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” del gran escritor, político y periodista Vicente Blasco Ibáñez  -insigne adalid, junto con Benito Pérez Galdós, del naturalismo español-  publicada en 1916 y ambientada en la Primera Guerra Mundial, que se extendió de 1914 a 1918. Aunque en un primer momento fue desplazada en Europa por “Sin novedad en el frente” del novelista alemán Erich María Remarque, en Norteamérica obtuvo un enorme éxito, se convirtió en el libro más vendido de 1919 y el más leído después de la biblia. De acuerdo con algunas versiones, el autor la habría escrito por encargo personal del presidente de Francia, Raymond Poincaré, para que sirviera de motivación al apoyo de la causa aliada contra Alemania.

El alegórico título alude a los cuatro siniestros jinetes, cuya aparición anuncia el fin del mundo, o lo que es igual en nuestro tiempo, la guerra nuclear total, que figuran en el libro final del Nuevo Testamento, Apocalipsis, atribuido al apóstol San Juan, y que representan la peste, la guerra, el hambre y la muerte. O sea, las cuatro terribles calamidades que suelen acompañar a los grandes conflictos de la humanidad. Para solo referirnos al siglo pasado, la pandemia de la llamada “gripe española” infectó a un tercio de la población de la tierra y ocasionó 50 millones de muertos, es decir, cinco veces más que los habidos en la propia contienda. En la Segunda Guerra Mundial fue un poco distinto, no faltaron las epidemias, de tuberculosis y tifus, entre otras, pero no hubo tantas bajas por ellas como por la lucha misma, que causó entre 50 y 60 millones de fallecidos.

En el final de la novela se halla, igualmente, el simbolismo de la cruda realidad de la guerra, esto es, el absurdo exterminio de los hombres entre sí, sin consideraciones de ninguna clase, ni aun de parentesco o de amistad. El subteniente del ejército francés, Julio Desnoyers, principal protagonista de la novela, se topa en una encarnizada batalla con el esposo de una ex amante, el capitán Erckmann, que, por su nacionalidad, combate en el bando alemán. Pero quien decide el dramático encuentro no es otro que el puro instinto de conservación de Desnoyers, que dispara el primero a su rival de amores, pero solo para caer él también abatido por una bala germana unos pocos días más tarde.    

Pues bien. Transcurridas un poco más de siete décadas desde la segunda gran conflagración, los jinetes del Apocalipsis vuelven a aparecer. Y lo curioso, o, mejor dicho, lo sombrío, es que en esta ocasión se van presentando, en toda su letal magnificencia y en el riguroso orden en que los describe el ruso Tchernoff en la novela de Ibáñez. Primero, el del caballo blanco, que trajo la peste de la Covid 19; seguido por el del rojo, que encarna la guerra de Ucrania; luego por el del negro, que esparce por doquier la hambruna prevista por la Organización Mundial de la Salud, y por último, el del corcel amarillo pálido, que personifica la muerte que, únicamente con la pandemia, ya se ha cobrado más de seis millones y medio de vidas.

La guerra en Ucrania se va alargando y con ella agravando sus brutales consecuencias en todo el orbe. Pero la señora Nancy Pelosi, cual moderna Pandora, no tuvo reparo alguno en soplar con toda su fuerza la mecha de otra confrontación de igual magnitud, y de paso, echar por tierra la ambigua, y ciertamente riesgosa, política de Estados Unidos con Taiwán y China. Su visita a la primera, determinada, más que nada, por las próximas elecciones parciales de noviembre, en las que se juega su cargo de presidenta de la Cámara de Representantes; por su irrefrenable afán, muy propio de su impetuoso carácter, de cerrar con “broche de oro” su vida política, y bajo la influencia, según algunos, de oscuras fuerzas vinculadas a la industria armamentística estadounidense, no pudo haber sido efectuada en peor momento para su país y para la paz mundial.

Pero lo más sorprendente es que los servicios de inteligencia de Estados Unidos no se hubieran enterado de la respuesta que tenía lista China, y que mantiene en ascuas a todo el planeta, ello a pesar de su claro anuncio de que “su ejército no se quedaría de brazos cruzados”. Es evidente que Biden y sus fuerzas armadas, que se limitaron a externar su preocupación por la acción de la señora Pelosi, desestimaron los avisos o solo pensaron en acciones de menor envergadura, pues es obvio que de haber tenido la más mínima sospecha de lo que esta tenía en mente la hubieran parado de tajo.

Ahora ya es tarde. China aprovechó al vuelo la oportunidad que con tan increíble ingenuidad se le ofreció para llevar a cabo en toda regla las maniobras de bloqueo e invasión que tiene planificadas para la recuperación de la isla en el caso de que no pueda lograrlo negociando. Esto es, los ejercicios de práctica que de otro modo le hubiera sido muy difícil realizar con la facilidad y tranquilidad con que los ha podido emprender en estas circunstancias, en que su rival se vio maniatado para reaccionar como hubiera querido, o podido, por la imprudencia de la señora Pelosi, y que le garantizan para un cercano futuro el éxito de la empresa al menor costo posible. Todo indica, además, que las maniobras continuarán indefinidamente -hasta que dejen de ser solo eso- y por lo visto, seguirán siendo incentivadas por Estados Unidos, a juzgar por el nuevo viaje a Taiwán de cinco de sus congresistas.  

Uno no puede menos que preguntarse: cómo pueden los Estados Unidos elaborar estrategias basadas en que China, la segunda potencia del mundo y muy próxima a ser la primera, aceptará que, en un territorio, que siempre fue suyo, que se halla a solo 130 kilómetros de sus costas en sus puntos más cercanos, su principal adversario pueda instalar cualquier clase de armamento ofensivo, incluyendo nucleares. Ello, aparte, de los intereses estratégicos relacionados con la producción de sofisticados microchips que está en juego. 

Solo existe una respuesta. A igual que en el caso de Rusia con Ucrania, los dirigentes norteamericanos no le están dejando otra opción más que la recuperación por la fuerza de Taiwán a la mayor brevedad, antes que su adversario, como parece que está a punto de hacerlo, cambie su anterior política con Taiwán y decida que va a intervenir si esta es invadida.

Pero poca duda cabe. Los chinos han conseguido invertir las tornas y que los Estados Unidos pasen a ser los responsables de que las cosas se desborden si intentan obstaculizar los ejercicios. Casi que se puede decir que las en apariencia airadas amenazas de China no fueron más que un hábil ardid para atizar la clásica arrogancia norteamericana. La de Pelosi, para que se empecinara en desembarcar en Taiwán, y la de Biden y sus militares, para que no se opusieran en serio y terminaran, sin darse cabal cuenta, de alentarla a hacerlo.

Y es que cada vez resulta más cierto que los Estados Unidos no se cuidaron de prepararse para manejar correctamente la crucial decisión que tomaron de no aceptar el nuevo orden internacional multipolar que se está forjando e impedir que China lo desaloje de la supremacía mundial y que se reunifique con Taiwán. Tal parece que sus líderes ni siquiera han leído con la debida atención los libros de Henry Kissinger y Richard Nixon sobre sus experiencias con la potencia asiática. Pues en ellos figura la clave de lo que se puede esperar de aquella. He aquí una aleccionadora observación del primero de ellos:

Los chinos han sido siempre hábiles practicantes de la realpolitik y estudiosos de una doctrina estratégica claramente distinta de la estrategia y la diplomacia predominante en Occidente. Una historia turbulenta enseñó a los dirigentes chinos que no todos los problemas tenían solución y que un énfasis excesivo en el dominio total de los acontecimientos específicos podía alterar la armonía del universo.

En muy pocas ocasiones los dirigentes chinos se arriesgaron a resolver un conflicto en una confrontación de todo o nada; su estilo era más el de elaboradas maniobras que duraban años. Mientras la tradición occidental valoraba el choque de fuerzas decisivo que ponía de relieve las gestas heroicas, el ideal chino hacía hincapié en la sutileza, la acción indirecta y la paciente acumulación de ventajas relativas”.

¡Quién con una luz se pierde!

Tegucigalpa, 17 de agosto del 2022.

  • Rodil Rivera
    Abogado y Notario, autor de varios ensayos sobre diversos temas de derecho, economía, política e historia; columnista por cuarenta años de varios diarios, entre ellos, EL Pueblo, El Cronista, Diario Tiempo y La Tribuna, y diputado por el Partido Liberal al Congreso Nacional de 1990-1994. test3@test.com

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