discurso de Gustavo Petro en la ONU

La sociedad abierta sin sus enemigos

Por: Irma Becerra

En su libro “Economía política del capitalismo”, publicado en 1973, ya señalaban los autores M. Ríndina y G. Chérnicov, que el capitalismo realiza, en su proceso de reproducción, una utilización también improductiva y destructiva de la mano de obra al militarizar la economía: “La putrefacción engendrada por el capital monopolista no consiste sólo en que se dificulta el progreso de las fuerzas productivas materiales. Se hace patente también en el empleo improductivo o el desaprovechamiento de una parte considerable de la mano de obra de la sociedad, la principal fuerza productiva de ésta.

Una de las formas más importantes de descomposición del capitalismo consiste en la militarización de la economía. Actualmente, la militarización de la economía en los principales países imperialistas ha adquirido proporciones jamás vistas y se ha convertido en elemento orgánico del sistema capitalista. La militarización de la economía y las guerras significan no sólo el empleo de una parte considerable de recursos humanos y materiales en fines improductivos, sino, además, la transformación de las fuerzas productivas, factores constructivos de las condiciones de la vida material de la sociedad, en fuerzas destructoras, en fuerzas de exterminio.

La putrefacción del sistema capitalista se manifiesta en el deseo de la oligarquía financiera de resolver sus contradicciones mediante las armas, en los campos de las guerras mundiales. Durante las dos guerras mundiales, desencadenadas por los países imperialistas, fueron muertos más de 42 millones de personas, y el número de heridos llegó a cerca de 55 millones. La guerra y la preparación para la misma implican la destrucción de colosales valores materiales. Según cálculos aproximados, en el período de 1900 a 1950, los gastos militares directos y el valor de los bienes materiales destruidos durante las hostilidades ascendieron a 4 billones de dólares. Tan sólo de 1949 a 1965, los países de la OTAN gastaron en la carrera armamentista más de un billón de dólares” (Ríndina y Chérnicov, Buenos Aires: Ediciones Estudio,1973, págs..308-309).

Los autores citados, también afirmaban que “la propiedad capitalista nació de la expropiación de los pequeños productores. El agrandamiento de dicha propiedad se hizo posible, sobre todo, mediante la expropiación de muchos capitalistas por unos cuantos. Esto se produjo en virtud de las leyes internas del capitalismo, a través de la competencia. Una de las formas principales y más difundidas que adquirió este proceso es la sociedad anónima o sociedad por acciones. Esta es una forma de propiedad capitalista en grupo, “en vez del capitalista individual la regentea el capitalista asociado”. En la época moderna, la parte del león del capital y de la producción de los países capitalistas está concentrada precisamente en las sociedades anónimas” (Ídem, pág. 20).

Y, los autores concluían que “la concentración de la producción y el desenvolvimiento de las sociedades anónimas dieron lugar a una forma cualitativamente nueva de propiedad capitalista: la forma monopolista. Los monopolios son en nuestra época la forma dominante de propiedad capitalista […] Por la estructura de su organización, el monopolio suele ser una compañía, agrupación o, en último extremo, acuerdo de grandes capitalistas. Ahora bien, lo principal no es que sea una compañía o agrupación, sino que en sus manos se concentren un capital y una producción en tan grandes proporciones que le ofrecen la decisiva supremacía económica ante la infinidad de capitales individuales, pequeñas sociedades anónimas y muchos consorcios medianos, e incluso algunos grandes, de la respectiva rama.

En la economía capitalista premonopolista, el desplazamiento del pequeño capital por el grande solía producirse bajo la forma de ruina de las pequeñas empresas. En la actualidad esta ruina ha adquirido proporciones inusitadas. Sin embargo, existe, además, otra forma de desplazamiento de la empresa pequeña por los monopolios: la incorporación de la misma al sistema del negocio monopolista. La peculiaridad de esta forma consiste en que el número de pequeñas empresas, en apariencia independientes, incluso crece periódicamente, pero en la inmensa mayoría de los casos trabajan para los monopolios. Su mercado no es el numeroso mercado consumidor, sino el monopolio, que le encarga la fabricación de diversas piezas y artículos semimanufacturados” (Ídem, págs. 20-21).

Como puede verse, nada de estas afirmaciones ha perdido su actualidad. Por el contrario, la militarización de la economía capitalista, así como la asociación de los capitalistas con la finalidad de controlar rubros determinantes de la economía, están a la orden del día, y lo observamos actualmente en la nueva situación bélica que ha surgido en Medio Oriente, entre Irán e Israel, países que están a punto de entrar en una guerra de nuevo tipo.

Esto nos hace pensar en que la razón por la cual, por ejemplo, Irán mantiene desde su revolución islámica de 1870, una serie de bancos de su propiedad en Alemania, así como comercio e industrias en la Unión Europea, sin sufrir sanciones, es por el hecho de que Irán también es una economía capitalista y se atiene a la reproducción internacional del capital para sostener y mantener su poder político como “democracia religiosa”, tal cual señala su Constitución, algo que no le ha impedido violentar los derechos humanos, políticos y civiles de su propia población.

Pero, entonces, ¿por qué lucha Irán contra los mismos países que apoyan y sostienen su propia economía? ¿Acaso el terrorismo islámico es un movimiento político-religioso que no contempla la destrucción y abolición del sistema de explotación capitalista y la edificación de un sistema socialista alternativo que supere para siempre al capitalismo? Nos damos cuenta, pues, que el terrorismo islámico únicamente pretende el poder político total dejando intactos los cimientos de la economía capitalista, la cual le sirve muy bien a sus intereses destructivos y parasitarios muy alejados de una sociedad abierta.

Esto nos hace pensar, además, que el sistema de explotación y expropiación capitalista es, como señala, Nancy Fraser, “no solamente una economía sino un orden social institucionalizado”, que utiliza sus instituciones legales como fachada para realizar negocios ilegales como son el tráfico de armas, la financiación paramilitar y mercenaria de la guerra, el tráfico de drogas, etc., para cuyo fines de apropiación de las ganancias que dichos negocios proporcionan a los individuos y las empresas que los financian, el capitalismo de guerra militarista se aprovecha de políticos, abogados, banqueros, jueces, magistrados y funcionarios públicos corruptos, que están dispuestos a lucrarse de la esencia destructiva y violenta del capital. Al sistema capitalista no le importa la vida humana ni los valores y principios morales, y, más bien se lucra de una reificación y alienación de la ética, afirmando que “la responsabilidad social de la empresa es obtener ganancias” a cualquier precio y a cualquier costo.

En este sentido, encontramos por ello, grandes negocios lucrativos en zonas de conflicto como es el negocio de los diamantes en bruto, o los llamados “diamantes de sangre” en El Congo africano; el pago exagerado por productos naturales con la finalidad de lavar dinero del narcotráfico en América Latina; la proliferación de multitud de “negocios legales” para lavar dinero de las mafias en Europa; y el hecho contundente, de que Estados Unidos de América no arreste y enjuicie a sus propios capos más poderosos de la mafia de su país, porque muchos políticos norteamericanos, empresarios, jueces, abogados, funcionarios, etc., parecieran ser cómplices del negocio del narcotráfico y lucrarse de su poder destructivo. Es otra forma novedosa de “militarización de la economía” que no llega a eliminar y superar las adicciones y no legaliza el consumo de drogas. Allí, tenemos a los zombis del fentanilo en Filadelfia, vagando por las calles, sin que las autoridades norteamericanas apresen y enjuicien a los que producen y distribuyen estas “armas de la muerte”, que, lejos de desaparecer y ser combatidas con firmeza y eficiencia, se expanden como una peste negra por todos los continentes.

Desde la anterior reflexión, concluimos que el capitalismo es un “orden desordenado y anárquico”, además de destructivo e inhumano, y es el enemigo principal de la sociedad abierta, por lo que todos los que apoyen la militarización de la economía y la proliferación de una superabundancia que resulta de la muerte de millones de personas, son también enemigos de la sociedad abierta y verdaderamente democrática y resultan ser cómplices de una impunidad que les da la cínica ambición sin escrúpulos que está matando al planeta.

La sociedad abierta debe prevalecer sin sus enemigos, debe ser un espacio pacífico y armónico donde sea posible crear y fortalecer un sistema económico diferente que no disfrace sus verdaderas intenciones, intereses y propósitos. Por eso gritamos con fuerza: ¡No a la guerra en el mundo del siglo XXI! ¡Sanciones al terrorismo islámico de Irán! ¡Sanciones al radicalismo sionista de Israel! ¡Negociación para detener la carrera armamentista nuclear! ¡Paz para la sociedad abierta del socialismo cuántico!

  • Escritora y filósofa hondureña. Doctorada en filosofía por la Universidad de Münster, Alemania. Es directora de la Editorial Batkún, fundada por su padre, el escritor e historiador hondureño Longino Becerra. Su mas reciente libro “En defensa sublime de la mujer” Ver todas las entradas
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