Por: Ricardo Castaneda Ancheta
Lo único constante en política es el continuo cambio. Centroamérica, por ejemplo, ha sido testigo de estos cambios, muchas veces inesperados. En Guatemala, la victoria de un partido como Semilla, encabezado por candidatos con las credenciales de Bernardo Arévalo y Karin Herrera, era inimaginable hace solo unos meses. Pero lo más admirable es que un gran número de ciudadanos se han levantado, han ejercido su derecho a manifestarse y han desafiado a la corrupción, defendiendo la democracia con valentía.
De manera similar, Honduras, donde la permanencia en el poder del autócrata Juan Orlando Hernández parecía segura, fue testigo de una oleada de protestas y movilizaciones que desafiaron su autoridad a tal punto que ahora permanece preso en Estados Unidos. Eso sí, ese despertar democrático ha sido seguido por una resaca de desafíos, subrayando la constante evolución de las sociedades. Si bien las circunstancias en cada país son diferentes, en ambos casos, hubo colectivos que trabajaron incansablemente para crear las condiciones necesarias para que estos hechos sucedieran.
El caso de El Salvador presenta una situación política excepcional. Aquí, presenciamos una forma singular de consolidación de autocracia que, sorprendentemente, se percibe como “cool”. A pesar de las pruebas concretas que indican una deficiente gestión gubernamental y la falta de respeto por los derechos ciudadanos, este régimen sigue recibiendo apoyo.
En este escenario, los derechos individuales no son respetados, se nombran funcionarios sin las credenciales necesarias y la opacidad y la falta de rendición de cuentas sobre el uso de recursos públicos es obscena. Incluso en medio de datos sólidos que señalan un aumento en la pobreza y el hambre, la mayoría de la población continúa respaldando este proyecto político, según las encuestas. Curiosamente, parece que ni la prohibición de la reelección ni los riesgos que esto conlleva para los derechos ciudadanos disuaden ese respaldo.
Este apoyo no se limita solo al ámbito nacional, sino que se extiende a nivel internacional. Varios factores pueden explicar este fenómeno, incluyendo una maquinaria de propaganda eficiente y la utilización de políticas centradas en la reducción de la violencia. Esto último es especialmente significativo en una sociedad que ha experimentado en carne propia los horrores de la inseguridad. Sin embargo, es esencial reconocer que estas políticas han venido acompañadas de violaciones sistemáticas de los derechos humanos, incluyendo la detención de miles de inocentes, un hecho reconocido por el propio gobierno.
Pero también son claves los aliados del régimen: funcionarios, empresarios, mercenarios políticos y cualquier otro abyecto, que no le importa lo que pase en la sociedad con tal de asegurar o mantener algún beneficio personal.
Esto plantea interrogantes críticos sobre la percepción y el apoyo que recibe este régimen tanto a nivel nacional como internacional, a pesar de una serie de prácticas y políticas controvertidas y cuestionables. Las implicaciones de esta realidad trascienden las fronteras de El Salvador y arrojan luz sobre los desafíos más amplios relacionados con la política y los derechos humanos.
En mi opinión, esta situación pone de manifiesto las condiciones en las que la mayoría de la población ha vivido, una realidad en la que el Estado no ha garantizado sistemáticamente sus derechos. Esto puede explicar por qué una escalada en esta tendencia no suscite una gran preocupación. Lo cierto es que este proyecto político en El Salvador parece haberse consolidado, y es probable que se mantenga durante varios años.
Para quienes defendemos la democracia, esto puede resultar frustrante, pero es fundamental recordar que la democracia no se trata de una carrera de velocidad, sino de una maratón repleta de obstáculos. Además, el hecho de que la gente apoye un proyecto autocrático no la convierte automáticamente en partidaria de la autocracia, aunque esta contradicción sea desconcertante. En última instancia, lo que esto demuestra es que la población aún no ha encontrado una alternativa democrática convincente y esto es una responsabilidad compartida que debe asumirse cuando antes, no importa desde la trinchera donde cada uno se encuentre.
Más allá de que en política cualquier pronóstico puede quedar en entredicho, es imperativo reconocer que el autoritarismo no se desmantela de un día para otro. Por esta razón, es esencial aprovechar el contexto electoral para entablar debates con la ciudadanía sobre cuál proyecto político es necesario para el país. También es fundamental que los actores, tanto a nivel nacional como internacional, que creen firmemente en la democracia como el mejor vehículo para mejorar la calidad de vida de la población, defiendan y refuercen los pocos bastiones que aún subsisten y que podrían revertir la situación.
Los movimientos sociales, las organizaciones de la sociedad civil, los medios de comunicación independientes y la academia desempeñan un papel esencial en este proceso. Deben ser resguardados y fortalecidos. Además, es crucial el establecimiento de proyectos políticos modernos que se ajusten a las nuevas realidades, especialmente las de la población joven.
Es fundamental comprender que el actual proyecto autoritario en El Salvador no es sostenible. Carece de las personas idóneas para abordar los problemas del país, no dispone de los recursos necesarios y está anclado en un entramado de opacidad que solo alimenta la corrupción. A medida que la popularidad comience a disminuir y la realidad se imponga sobre el gobierno, su única opción será intensificar la represión. Además, quienes le brindan apoyo no conforman una base ideológica o partidaria sólida, sino son individuos que pueden cambiar sus preferencias de un día para otro.
A pesar de que el panorama actual pueda parecer sombrío, es fundamental tener presente que el cambio es posible, incluso cuando parece improbable. Sin embargo, este cambio no se materializa de forma espontánea; requiere organización y un diálogo constante. La lucha por la democracia es un esfuerzo valiente que debe perdurar, sin importar los obstáculos que se presenten en el camino.
Es importante recordar que, en la mayoría de los casos, los corruptos y los autoritarios encuentran una forma de trabajar juntos para asegurar su impunidad, mientras que aquellos que defienden la democracia a menudo enfrentan dificultades para colaborar, muchas veces por el afán de protagonismo. La unidad en la diversidad es el mantra que debería guiar.
En última instancia, lo que se requiere hoy más que nunca es presentar y persuadir a la población de que es posible vivir en una sociedad segura, donde la comida en la mesa sea una certeza, donde la educación y la atención médica pública sean de alta calidad, y al mismo tiempo, se cuente con funcionarios públicos que rindan cuentas y valoren las críticas como una parte natural del derecho a la libertad de expresión, con un Estado con plena separación de poderes, donde nadie es más que nadie, no importa que sea el presidente o su familia. Es crucial crear un entorno en el que el medio ambiente no sea una moneda de cambio en proyectos económicos, donde las mujeres no sean víctimas de violencia, y donde todos los niños y niñas, independientemente de su apellido, tengan garantizado un futuro digno.
Y recordemos que quienes creemos en la democracia no lo hacemos por victorias electorales, sino por causas más profundas y nobles: la justicia, la igualdad, la garantía de los derechos y la dignidad de todas las personas. Y sobre todo tener presente por quienes se lucha, por los nuestros: nuestras familias, amigos, vecinos y por los grupos más vulnerables. Frente a una total oscuridad, una pequeña vela puede ser la diferencia.
-
Economista salvadoreño, posee un máster en Gobierno y Gestión Pública en América Latina de la Universidad Pompeu Fabra/IDEC, Barcelona. Además, es master en Política Mediática, Mapas y Herramientas para una Nueva Cultura de Ciudadanía de la Universidad Complutense de Madrid. Ver todas las entradas