Por: Arthur Coelho Bezerra/Latinoamérica21
Portada: foto Pixabay
Con la difusión de la computación en la nube en los últimos años, parece que hemos pasado de la modernidad líquida del famoso sociólogo Zygmunt Bauman a la modernidad gaseosa. Datos personales, registros gubernamentales, transacciones comerciales, propiedades industriales y secretos militares, todo parece estar guardado -y seguro- en la llamada “nube”.
La nube, término que sugiere una ligereza diáfana (y que, por eso mismo, encaja perfectamente en la gramática ideológica de las grandes tecnológicas), en realidad demanda una gigantesca red de centros de datos, grandes instalaciones de servidores físicos repartidos por distintas regiones del mundo y conectados a través de internet. Estos centros de datos que conforman la nube se utilizan para almacenar, procesar y distribuir datos y aplicaciones a usuarios, empresas y gobiernos. Para funcionar de manera eficiente, la nube depende de sistemas de refrigeración y energía, además de requerir el uso de aceites y lubricantes derivados del petróleo para el mantenimiento de los equipos, y de minerales como silicio, cobalto, litio y cobre (entre otros) para la construcción de hardware (computadoras, teléfonos inteligentes, etc.).
El desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA) ha incrementado exponencialmente la necesidad de consumo de agua, petróleo y minerales por parte del sector tecnológico, utilizados para alimentar el apetito cada vez más insostenible de la nube. La computación en la nube es esencial para soportar la infraestructura de la IA moderna, y por ello es necesario buscar nuevas soluciones en una industria que se caracteriza por ser innovadora y disruptiva.
Es en este contexto que el recién inaugurado presidente Donald Trump declaró una emergencia energética en Estados Unidos tan pronto como asumió el cargo, repitiendo su mantra “perfora, nena, perfora”. Esta declaración de emergencia nacional permite flexibilizar las regulaciones ambientales en ese país, facilitando la apertura de nuevas áreas para la exploración de combustibles fósiles a través de la perforación y extracción de petróleo (llamado “oro líquido” por Trump) y gas. La solución de Trump para resolver los problemas del siglo XXI, al parecer, es volver al siglo XIX.
Por otra parte, literal y metafóricamente, una empresa china superó a Chat GPT en número de descargas en la App Store. Se trata de la startup tecnológica DeepSeek, con sede en Hangzhou, China, que recientemente lanzó un asistente digital gratuito que utiliza menos datos y cuesta una pequeña fracción (casi 20 veces menos) que los modelos de empresas de inteligencia artificial populares como OpenAI, Google o Meta. La noticia hizo que las acciones de Nvidia, el principal proveedor norteamericano de chips de inteligencia artificial, cayeran en picado, después de haber estado en alza durante los últimos dos años. Meta, Alphabet y Oracle fueron otras de las empresas que vieron caer sus acciones en el mercado debido al buen desempeño de DeepSeek.
Es bueno que la capacidad de China para crear soluciones de bajo costo en el campo de la tecnología digital ayude a presionar a los actuales líderes del mercado en la búsqueda de soluciones tecnológicas menos destructivas para el medio ambiente, además de permitir que startups y empresas más pequeñas de otros rincones del mundo accedan a la IA con una barrera de entrada más baja, aumentando la competencia global.
Este puede ser el caso de Brasil, quien aprobó durante la V Conferencia Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, el año pasado, el Plan Brasileño de Inteligencia Artificial 2024-2028. Con una previsión de inversión de alrededor de R$ 23 mil millones en cuatro años, el ambicioso plan brasileño pretende elevar al país al estatus de referencia mundial en innovación y eficiencia en el uso de IA. Para alcanzar este objetivo es necesario, por supuesto, dar preferencia a soluciones tecnológicas más baratas y ecológicamente sostenibles, como las que ha encontrado nuestro importante socio comercial del Este.
Si China, desde la región del sol naciente, puede reducir la demanda mundial de energía y contribuir así a que gran parte de la sólida red de centros de datos se derrita en el aire, la reducción de las nubes podría significar que el futuro de la inteligencia artificial viva días más soleados.
Investigador principal del Instituto Brasileño de Información en Ciencia y Tecnología (Ibict), presidente del Centro Internacional de Ética de la Información (ICIE) y autor del libro «Miseria de la información: dilemas éticos de la era digital» (Garamond, 2024).
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