La esclavitud: el mal que no se desvanece

Cuando escuchamos la palabra esclavitud nos vienen a la mente imágenes de tiempos remotos: de galeras, de hombres y mujeres encadenados andando por caminos de tierra, o siendo vendidos en los mercados como cualquier otra mercancía. De hecho, a nivel legal, el siglo XIX supuso el fin de la esclavitud con el Acta para la abolición del comercio de esclavos promulgada por el parlamento británico en 1807, y que, aunque sólo prohibiría la esclavitud dentro de las fronteras del Reino Unido, sería el desencadenante de su prohibición a nivel mundial. Pero, ¿y si nos preguntaran acerca de la esclavitud hoy en día? ¿Podemos encontrar en nuestros días, en los tiempos donde ya existe una carta que recoge los derechos humanos fundamentales e instituciones para defenderlos, más o menos esclavos? No es una pregunta fácil y su respuesta requiere de un análisis concienzudo. Lo que está claro es que, a pesar de estar ilegalizada, la esclavitud continuó existiendo y evolucionando.

Problemas: la definición y el número

Según el Diccionario de la Real Academia Española un esclavo es aquella persona que carece de libertad por estar bajo el dominio de otra. No obstante, en la actualidad la esclavitud no siempre se manifiesta de manera tan obvia por una mera relación de propiedad de una persona sobre otra. Según la Organización Internacional del Trabajo (ILO por sus siglas en inglés) un esclavo es toda persona obligada a trabajar por medio de la coerción y la violencia, ya sea de tipo mental o física, pero también por métodos más sutiles como las deudas, la retención de los documentos identificativos o, en el caso de tratarse de personas en situación irregular, mediante la amenaza de denuncia a las autoridades, limitándose así su libertad de movimiento. Por otra parte, ser mujer, menor, parte de una minoría étnica o religiosa o migrante ilegal constituirían las principales categorías de riesgo para sufrir esclavitud en la actualidad, siendo necesario acentuar la enorme feminización de este tipo de explotación, constituyendo las mujeres y las niñas más de la mitad del número de personas esclavas a nivel mundial.

Según esta definición, la ILO cifraría la cantidad de personas esclavizadas en torno a los 21 millones de personas. No obstante, según diversas ONGs dedicadas a recabar información local al margen de los gobiernos y de las Naciones Unidas dichas cifras serían muy optimistas, situándose el número real en torno a los 27 millones en todo el mundo. Sin embargo, la organización Walk Free Foundation situaría la cantidad real en casi 36 millones de seres humanos, asegurando que nuevas investigaciones les han permitido localizar mucha más esclavitud de la que se creía en diversas partes del mundo. Además, este grupo considera también, a diferencia de la ILO, el fenómeno de los niños soldado como una forma de esclavitud. India, China, Pakistán, Uzbekistán y Rusia concentrarían el 61% de todos los esclavos y esclavas del mundo. No obstante, en proporción a su población, Mauritania se encuentra a la cabeza, con un 4% de su población –lo que significan unas 150.000 personas de entre 4 millones– sometida a esclavitud. Por todo ello nos encontraríamos en la época de la humanidad con más personas esclavizadas en todo el planeta, un dato que, si bien podríamos achacar al aumento exponencial de la población humana en todo el mundo, no debe de dejar de ser considerado como algo preocupante.

Del esclavo al esclavizado

Dejando de lado las discusiones acerca de la definición y del recuento de personas esclavizadas en el mundo, entramos en la tarea de la clasificación. No se trata de algo fácil y, como hemos podido comprobar por el caso de Walk Free Foundation y de su inclusión de los niños soldado en dicha categoría, también está sujeto a debate. A pesar de todo podemos considerar las tipologías establecidas por Anti-slavery como una guía para intentar comprender mejor el fenómeno de la esclavitud moderna. Según esta organización, que dedica sus esfuerzos a intentar combatir cualquier tipo de esclavitud a lo largo y ancho del mundo, actualmente podríamos encontrar hasta seis tipologías de esclavitud.

La primera de ellas sería el de la servidumbre, considerada la más extendida de todas. Se basa en la relación de dependencia que se establece cuando una persona obliga a trabajar a otra como forma de pago de una deuda. La deuda a pagar se va haciendo constantemente mayor, con lo que la persona deudora es esclavizada, muchas veces pasando esta deuda de generación en generación y, por lo tanto, llevando a la existencia de niños y niñas que nacen esclavos. Al ser el tipo de esclavitud más extendido podemos encontrarlo en todas partes del mundo, pero es especialmente común en el sudeste asiático y el subcontinente indio, donde se utilizan los lazos de servidumbre, en ocasiones combinados con las relaciones jerárquicas entre las castas, para trabajos de todos los sectores, desde la agricultura a la industria, como en el caso de las fábricas de ladrillos.

En segundo lugar, nos encontramos con la esclavitud infantil, que afectaría a más de 5,5 millones de niños y niñas en todo el mundo. Se trata de un tipo de esclavitud que no incluye sólo trabajo forzado en la agricultura, en fábricas o en el servicio doméstico, sino también cualquier tipo de uso abusivo y coercionado de los menores para conseguir una ganancia, ya sea por medio de su prostitución, en forma de material pornográfico, criminalización y mendicidad forzadas…y por supuesto el reclutamiento de niños y niñas para su participación en conflictos armados.

Tenemos también la esclavitud basada en la institución del matrimonio, cuando esta se implementa de manera forzosa y/o cuando implica a menores. Se trataría de un tipo de esclavitud que, pese a la existencia de niños varones involucrados en procesos matrimoniales infantiles, afecta mayoritariamente a las niñas y a las mujeres. Si bien el matrimonio infantil no significa necesariamente esclavitud, especialmente cuando las menores tienen más de 16 años, lo cierto es que, primeramente, significa por lo general el fin de su carrera educativa, además de tener graves consecuencias para la salud mental y física, especialmente cuando se producen violaciones dentro del matrimonio. Por otra parte, lo que sí está claro es que el matrimonio se utiliza para encubrir casos de esclavitud y sirve de nexo para esclavizar de por vida a la niña que se casa y a la mujer en la que se convertirá.

Asimismo, nos encontramos con el caso obvio del trabajo forzado. Abarca los casos en los que alguien es obligado a trabajar en contra de su voluntad bajo amenaza de algún tipo de castigo. Si bien todas las tipologías de esclavitud tienen en su esencia algo de trabajo forzado, debemos distinguirlas de ésta. Involucra a más de 20 millones de personas en todo el mundo, lo que significa que tres de cada mil personas empleadas en todo el planeta está sometida a procesos de trabajos forzados. Afecta principalmente a adultos (74%) frente a menores y más a las mujeres (55%) frente a los hombres. Se produce en todos los sectores económicos, aunque el 90% se da en la economía privada y en empresas, y más del 20% de los mismos implican explotación sexual –algo que, de nuevo, afecta principalmente a las mujeres–. En cuanto a su distrubución, si bien está claramente concentrado en la región de Asia-Pacífico, donde se localizan más de 11 millones de personas sometidas a trabajo forzado, los encontramos en el resto de regiones, incluyendo los países más desarrollados. Y es notable que en un 10% de los casos el Estado, generalmente por medio de las fuerzas armadas, está implicado en este fenómeno, por ejemplo, cuando lo imponen a los habitantes de regiones rebeldes.

Del mismo modo tendríamos el caso de la esclavitud por descendencia, muchas veces vinculada a la noción de una ‘clase’ o ‘casta’ esclava. Se basa, en resumen, en que una persona será esclava si su madre lo es. Es una esclavitud que dura de por vida y que obliga a trabajar de manera gratuita para el ‘amo’, especialmente en el ámbito doméstico. Son tratados como propiedades, pudiendo ser heredados, vendidos o regalados. Además, se les niega la posibilidad de trabajar fuera de la relación amo-esclavo, y se les son negados todos los derechos, además de ser sometidos a abusos de todo tipo por parte de sus dueños, incluido el matrimonio forzado como forma de prostitución encubierta, como es el caso de las wahaya, en Níger. Es un fenómeno propio de estructuras sociales fuertemente jerarquizadas, y que persiste aún en países de África occidental como Níger, Malí o Mauritania.

Por último, tenemos la esclavitud derivada del tráfico de personas. Es la más compleja de medir, puesto que las personas con las que se trafica raramente son localizadas. No obstante, habría una cantidad constante de 2,5 millones de personas sometidas a este tipo de abuso. Afecta principalmente a personas que, buscando huir de guerras o de situaciones de pobreza, acaban siendo esclavizadas en cualquiera de las formas descritas anteriormente. Y, aunque suele ocurrir a través de varios estados, existe también a nivel nacional –entre zonas rurales y las grandes ciudades, por ejemplo–.

Indice de Esclavismo, datos para 2014. En tonos rojos más oscuros, los países con mayor presencia de la esclavitud moderna. Más información en:

Buscando a los culpables

Al observar todas estas cifras uno no puede sino preguntarse: ¿Quién es el responsable? Pues si bien está claro, tal y como se ha visto, que determinadas estructuras sociales incluyen la esclavitud como una pieza más de la jerarquía entre los individuos, 36 millones de personas no están sometidas a este yugo sólo por esta causa.

En primer lugar, está claro que los problemas de desarrollo, la pobreza y, por supuesto, las guerras, conforman un caldo de cultivo idóneo para la esclavitud al originar situaciones de vulnerabilidad total frente a la explotación y al no garantizarse la seguridad para los seres humanos. Las mafias constituirían uno de los actores que más se benefician de estas situaciones, atrapando a los emigrantes en su periplo hacia un lugar mejor en el que vivir. La servidumbre por deudas, el tráfico y la explotación laboral se combinan de manera cruenta en muchos de estos casos. Las víctimas principales son, de nuevo, las mujeres, y el destino más común es su explotación con fines sexuales, una lacra de la que ningún Estado se libra, incluidos los europeos. Se calcula que este problema afectaría a 4,5 millones de mujeres en todo el mundo, estando en todos los contienentes y países. Así, por ejemplo, en el año 2014 sólo en España se habrían destapado 14.000 casos.

No obstante, no sólo los grupos criminales se aprovechan de la precariedad para esclavizar. Grandes compañías multinacionales, especialmente aquellas dedicadas al sector textil, producen utilizando mano de obra, muchas veces infantil, en condiciones de esclavitud a través de un entramado de subcontratas. Zara, Mango y H&M son unas de tantas firmas acusadas de utilizar este tipo de prácticas, a pesar de que muchos de los activistas y trabajadores que denuncian este tipo de situaciones terminan en el exilio o en la cárcel. Situaciones similares se repiten en todos los sectores, desde la electrónica hasta la agricultura, pasando por la minería, el sector alimentario y la fabricación de juguetes.

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Y, por supuesto, muchos estados participan de manera directa o indirecta en procesos de esclavización. Ya sea por no dedicar los esfuerzos necesarios para combatirla, permitirla de manera tácita dentro de sus fronteras mediante leyes laborales que no protegen los derechos de los trabajadores, o por beneficiarse sistemáticamente de la misma. Un caso muy llamativo es el de Uzbekistán, donde cada año se lleva a cabo un proceso de explotación laboral estatal para la cosecha del algodón, estando implicadas de nuevo varias multinacionales occidentales de renombre, y en la cual se obliga a hombres, mujeres, niños y ancianos a trabajar de manera gratuita, suministrándoseles tan sólo un plato de comida al día. Gracias al mantenimiento de esta dinámica el estado ingresa millones de dólares en sus arcas. Nos encontramos también con Eritrea, donde el presidente Issayas Afeworki, antiguo líder guerrillero que luchó por la liberación nacional, ha impuesto el servicio militar obligatorio e indefinido, convirtiendo el país en un gigantesco campo de trabajos forzados. Asimismo, diversos estados, como Myanmar, Sudán del Sur o República Democrática del Congo utilizan niños soldados entre sus filas, lo que implica que niños y niñas han sido alejados de sus familias y privados de educación para servir en combate, llevar a cabo tareas de limpieza o ser explotados sexualmente.

De la misma forma, los grupos armados en general, ya sean gubernamentales o fuerzas rebeldes, constituyen otro de los actores que lleva a cabo procesos de esclavismo. Un caso llamativo es el del Estado Islámico, que entre sus métodos de financiación incluye el tráfico de seres humanos, y que ha sometido a explotación sexual a miles de mujeres.

Por un futuro sin cadenas

En definitiva, la esclavitud continúa siendo un fenómeno actual, diverso y de enorme magnitud, enraizado en fenómenos como la pobreza, la exclusión social, las guerras y la falta de garantías para la protección efectiva de los derechos humanos. Por todo ello, si se quiere erradicar será necesario el compromiso efectivo de los gobiernos y la movilización de los agentes sociales, ya sean ONGs o sindicatos, que deberán promover cambios estructurales a nivel social y económico, la imposición de legislaciones laborales que defiendan los derechos de los trabajadores y todo ello presionando a su vez a las empresas para que abandonen sus prácticas esclavistas, primándose la dignidad humana sobre los beneficios económicos. Sin duda, los intereses que se entremezclan con la esclavitud son muchos y se trata de un fenómeno muy lucrativo, con lo que acabar con estas prácticas no será una tarea fácil. No obstante, la voluntad política y la denuncia constante de este tipo de situaciones no deberán dejarse de lado si se quiere, realmente, hacer de la esclavitud un problema del pasado.

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