Chile: El velo de la ignorancia

La economía política de Donald Trump

Por: Pedro Morazán

Los vientos que soplan desde la Casa Blanca en Washington, parecen estar llenos de gélidas temperaturas, especialmente para aquellos países que hasta ahora eran considerados los mejores aliados de los Estados Unidos: Canadá, Europa y México. Una avalancha de tarifas aduaneras casi prohibitivas provenientes de la administración Trump marcan el surgimiento de una guerra comercial con consecuencias inciertas para la economía mundial. Evidentemente que China es uno de los principales objetivos de la agresiva política comercial de la Administración Trump. Vinculado a ello las verdades vigentes hasta ahora en torno a la política de alianzas militares y seguridad internacional parecen estar siendo replanteadas. La incertidumbre se ha apoderado de los comandos centrales de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ante los ataques de la administración Trump contra Ucrania víctima de la invasión militar de la Rusia de Putin. ¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Cuál es el impacto para el Orden Liberal Internacional vigente hasta la fecha?

Falsificando los datos

No cabe duda que, en lo referente a los principios más elementales de la economía como ciencia, las medidas anunciadas por Donald Trump y su gabinete parece ser la manifestación del ya conocido desorden mental que podría tener consecuencias irreparables para la economía norteamericana y con ello para la economía global. El presidente norteamericano parece imponer sus caprichosas medidas violando las reglas del juego y las instituciones vigentes en una de las más fuertes democracias a nivel mundial. Un ejemplo de ello es su política comercial basada en un aumento arbitrario de las tarifas aduaneras contra sus más importantes socios comerciales.

El principal argumento que esgrime, es que Estados Unidos sufre de un déficit comercial crónico con sus principales socios comerciales. Dicho déficit comercial alcanzó la cifra récord de 1,2 billones de dólares en 2024. En su caprichosa interpretación de los intercambios internacionales, Trump se concentra en la balanza comercial, que, como bien se sabe, registra los ingresos procedentes de las exportaciones y los egresos derivados de la importación de mercancías, o bienes transportables (bienes muebles). Para analizar la posición internacional de una economía, la balanza comercial no es suficiente. Es por ello que el Fondo Monetario Internacional (FMI), define a la llamada «Balanza de Pagos» como el registro de todas las transacciones económicas internacionales realizadas por los residentes de un país, incluido el comercio, así como el capital financiero y las transferencias financieras. La balanza comercial es de hecho parte de la llamada «cuenta corriente» que incluye además, la balanza de servicios, la cuenta de rentas y la cuenta de transferencias corrientes.  Además de la cuenta corriente la balanza de pagos incluye la cuenta de capital y la cuenta financiera.

Es decir que en la balanza de pagos van incluidas, aparte de la ya mencionada balanza comercial, la balanza de servicios, las inversiones (directas y de portfolio), etc. Trump lo sabe, pero su discurso populista está orientado a una opinión pública que, al igual que él, se maneja con la «mentalidad de suma cero«. Por eso busca poner a la economía norteamericana como una víctima de sus socios comerciales. Eso cala en la mentalidad de las personas que lo eligieron. Se centra en el déficit comercial de bienes e ignora el papel mucho más importante que desempeñan los servicios, la propiedad intelectual y la inversión, en la economía mundial.

En su discurso, basado en esta falacia narrativa y la posverdad, asume de manera descarada que todos tenemos que creerlo, simplemente porque lo afirma él. Lo que en realidad esconde Trump, es que Estados Unidos tiene un superávit considerable en materia de servicios que llegó a 296.000 millones de dólares en 2024, impulsado por sectores como las finanzas, las telecomunicaciones, el comercio digital, los servicios empresariales de alto valor y la concesión de licencias de patentes y derechos de autor estadounidenses. Hay que hacer notar que una mirada más atenta de la balanza de pagos nos indica que aún hay más. La mayoría de las grandes empresas norteamericanas operan en el exterior a través de filiales extranjeras. En 2024, las ganancias de las operaciones en el exterior representaron 632.000 millones de dólares. Si se tienen en cuenta estas ganancias, el superávit comercial invisible de Estados Unidos se acerca al billón de dólares.

El valor de las inversiones estadounidenses en el extranjero puede estimarse en 16,4 billones de dólares. Por el contrario, las empresas extranjeras que operan en Estados Unidos ganaron apenas 347.000 millones de dólares en 2024. En efecto, el superávit de Estados Unidos en servicios e ingresos de capital extranjero prácticamente compensa su déficit comercial en mercancías. Esto hace que sus 16,4 billones de dólares en activos extranjeros sean un blanco mucho más atractivo para las represalias que los aranceles sobre las exportaciones estadounidenses.

A esto hay que agregar el dominio tecnológico y de propiedad intelectual (PI) de Estados Unidos que, como lo apunta Ricardo Hausmann,  sustenta su gigantesco superávit de servicios y sus rentas de capital. Este dominio tiene sus raíces en el orden internacional de posguerra, en particular en el gran acuerdo alcanzado por la comunidad internacional en 1994 durante la llamada Ronda Uruguay de negociaciones comerciales en la que los países en desarrollo se comprometieron a hacer cumplir las protecciones de la PI de las economías avanzadas a cambio de acceso a los mercados.

Patrimonialismo, Golf y Oligarquía

Max Weber fue sociólogo alemán considerado uno de los más agudos analistas del funcionamiento de las instituciones y su relación con el poder en las sociedades capitalistas modernas. Una de las preguntas que Weber se planteaba hace ya unos 100 años, se refiere a la legitimidad de los dirigentes políticos. A nivel muy abstracto y generalizando, él miraba dos opciones posibles. La primera se refiere a la existencia de una “burocracia legal racional”, como sistema de organización social basado en una suerte de jerarquía. Para Weber la burocracia era la forma más eficiente de administrar instituciones con elevados niveles de complejidad. Son las reglas y las instituciones las que regulan los procesos. Por ello se trata de mecanismos despersonalizados donde las decisiones dejan poco espacio a las emociones y los bienes públicos están separados del patrimonio del funcionario o dirigente.

La segunda opción es el llamado patrimonialismo, de hecho, característico de sociedades tradicionales, en las que predomina el carisma como la cualidad que le da su legitimidad a los líderes políticos. En las sociedades tradicionales y redes sociales el patrimonio del funcionario o dirigente está vinculado a los bienes públicos. En América Latina han abundado los ejemplos de tales liderazgos tanto en los gobiernos de izquierda como en los de derecha. Lo interesante es que, a pesar de contar hoy con sociedades más complejas, el patrimonialismo parece estar ganando terreno en todo el mundo. Sorprendentemente lo vemos también en los Estados Unidos, en donde el régimen de Donald Trump ofrece una de las versiones más descarnadas de patrimonialismo. El poder político de Trump y sus funcionarios está fuertemente vinculado a su patrimonio y la lealtad al máximo lieder tiene más valor que la lealtad a la Constitución o a la Biblia.

Visto así, el patrimonialismo es menos una forma de gobierno que un estilo de gobernar. Las pandillas callejeras que asolan las principales ciudades del continente latinoamericano funcionan en base a la lealtad y al patrimonialismo. Castigar de manera brutal a los enemigos y recompensar la fidelidad de los amigos es el espíritu del patrimonialismo. Las reglas, cuando las hay, no son formales, es decir basadas en complejos parágrafos jurídicos implementados por expertos independientes. Son informales y se refieren a conceptos como honor, lealtad, sumisión o sacrificio. El patrimolianismo no se define por instituciones ni reglas sino por códigos. Puede contagiar todas las formas de gobierno, al reemplazar las líneas de autoridad formales e impersonales por otras informales y personalizadas. Al parecer tanto Vladimir Putin como Donald Trump han adoptado dicho camino y lo manejan a la perfección.

Es muy bien sabido que el golf es el deporte preferido de Donald Trump quien presume de contar con un hándicap de 2.8 (el Handicap 0 es el ideal en la escala internacional). El golf, sin embargo, tiene códigos de honor basados en una moral autónoma ya que los jugadores son sus propios árbitros, llevan su propia cuenta de los golpes que pegan a las bolas. Mientras menos golpes para alcanzar un hoyo, mejor el handicap. El jugador se aplica castigos a sí mismo si cometen infracciones. Según el escritor Rick Reilly Trump es muy tramposo jugando al golf, tanto así que Reilly decidió escribir un libro bajo el título “Commander in Cheat”, basado en experiencias propias y entrevistas a personalidades que tuvieron la paciencia de jugar con él. «No sé mucho de política, pero sé de golf y eso realmente me ofende, no como votante o como ciudadano. Como golfista», expresó Reilly.

Las trampas de Trump en el golf podrían parecer triviales comparadas con sus travesuras políticas, afirma Rick Reilly en su libro, pero hay otra forma de verlo: el golf es un juego basado en el autogobierno, dice Rick Reilly, y en ese sentido, es como un test de Rorschach para la moralidad. “Siempre gana, aunque pierda, eso es todo. Solo quiere decirle a la gente que te dio una paliza. Le pregunté a un psiquiatra y me dijo que alguien con este tipo de narcisismo, que en realidad es un trastorno de la personalidad, simplemente no soporta la idea de no ser el número uno, de no ser el mejor. Así que tiene que inventarse cosas. Al parecer el actual presidente es también muy tramposo en lo referente a este deporte basado en el autogobierno, es decir, en la capacidad de no hacerle trampas ni a los otros ni a uno mismo a la hora de determinar cuántos golpes se tuvo que dar hasta lograr meter la bola en el hoyo.

Nunca antes en la historia de la democracia en los EE. UU había sido tan profunda la simbiosis entre poder económico y poder político. Por eso no es fortuito hablar, ahora si, de una oligarquía, es decir de un grupo reducido de personas con mucho poder e influencia económica que se esta desmontando todas las instituciones para consolidar su poder. Baste aqui mencionar solo algunos nombres. El Secretario del Tesoro es el Profesor Scott Bessent, quien amasó su fortuna apostando a una combinación de geopolítica y datos económicos para tomar grandes posiciones antes de las sacudidas devastadoras del sistema económico global. Bessent declaró al Wall Street Journal que su prioridad será cumplir con los recortes de impuestos prometidos por Trump.

Al igual que Bessent, el secretario de Comercio, Howard Lutnick, un multimillonario ejecutivo de Wall Street, ha pedido una reducción de impuestos, una mayor producción de combustibles fósiles y aranceles para proteger a las empresas estadounidenses. Los analistas de China afirman que la elección de Lutnick prácticamente garantiza una guerra comercial con China, una que, según muchos economistas, Estados Unidos no puede ganar. Quizás valdría la pena agregar a esta lista a Steve Witkoff, amigo personal de Trump en los campos de golf de Nueva York, que amasó su fortuna en negocios turbios con bienes inmuebles. Tiene la responsabilidad de dirigir las negociaciones de Paz entre Rusia y Ucrania. En palabras del conocido periodisca ucraniano, Denis Trubetskoy, “Es difícil, si no imposible, ser más incompetente políticamente que Donald Trump. Pero Steve Witkoff, al menos, está definitivamente en el mismo rango de incompetencia.”

Los asesores económicos del patrimonialismo

Sería un error, sin embargo, asumir que la política comercial de Trump responda solamente a simples caprichos. Para poder seguir las pistas de la estrategia de fondo, es importante ocuparse con las principales cabezas del equipo económico de Trump. Uno de los personajes más importantes detrás de la política comercial de la Administración Trump es quizás Stephen Miran, un conocido estratega de la Hudson Bay Capital Management. Miran cuenta con las credenciales que lo vinculan al capital financiero norteamericano. Trump lo eligió ya en diciembre del 2024 para presidir el Consejo de Asesores Económicos, una agencia de la Casa Blanca a la que el presidente recurre para obtener asesoramiento sobre política económica y la investigación que la respalda.

Un mes antes, Miran había elaborado un informe titulado “Una guía del usuario para la reestructuración del sistema de comercio global”, en la que exponía varios escenarios arancelarios que podrían aplicarse bajo una segunda administración de Trump. En su panfleto Miran argumenta por qué, el proteccionismo comercial aún podría ser efectivo a pesar de algunos posibles impactos negativos en el corto plazo. Miran argumenta que el dólar estadounidense se ha mantenido sobrevaluado debido a su condición de moneda de reserva. Esto ha beneficiado, según su opinión, a los sectores financiarizados de la economía y a los estadounidenses adinerados, pero ha supuesto una carga para la industria manufacturera estadounidense al abaratar las compras en el extranjero. He ahí pues, la idea detrás de los golpes de Trump con su driver comercial.

Ahora bien, la política arancelaria de Trump y su imprevisibilidad general son un veneno para la economía estadounidense. Por ahora Estados Unidos está amenazado por una estanflación devastadora. La estanflación significa que la economía está estancada y la inflación es alta. Es probable que la perspectiva de impuestos y salarios más bajos debería ser realmente positiva para la evolución del precio de las acciones en la bolsa de valores. Sin embargo, la caída de los precios en la bolsa es una señal inequívoca de incertidumbre y preocupación y no de mucho entusiasmo como lo esperaban los oráculos libertarios que lo asesoran. Entre los directores ejecutivos, la confianza ya era precaria. Los mercados de fusiones y adquisiciones son un buen indicador del apetito empresarial por la inversión a largo plazo, y en los dos primeros meses de este año, los anuncios fueron los más bajos de los últimos 20 años. A la confusión en torno a las tarifas se suma el desprecio por el estado de derecho y la rescisión de contratos gubernamentales. La guerra comercial y los recortes de impuestos podrían impulsar la inflación en Estados Unidos a un récord en el futuro previsible.

Hasta ahora los socios comerciales de los Estados Unidos la tienen relativamente fácil. Ellos cuentan con un abanico de opciones para responder al aumento de tarifas aduaneras. Implementar aranceles de represalia contra productos que afecten a determinados sectores de la economía, es una de las posibles respuestas. Otra opción es responder con “represalias quirúrgicas” como apunta Dani Rodrik, dirigidas a las industrias que apoyan políticamente a Trump—, utilizando al mismo tiempo «instrumentos distintos a la política comercial». Otra, quizás menos realista es la defendida por Gabriel Zucman, quien invita a vincular el acceso al mercado de las multinacionales y multimillonarios extranjeros a una tributación justa. Esto garantizaría que quienes más se benefician de la globalización, asuman los costos del conflicto económico que Trump ha creado, transformando una batalla entre países, en una entre consumidores y oligarcas.

Una medida que traería enormes costos para los EE. UU sería un impuesto a la compra de valores emitidos en dólares por el gobierno o empresas norteamericanas. Esto pondría a prueba el alegato un tanto hipócrita de gente como Raghram G. Rajan, presidente del Consejo de Asesores de Trump, quien afirma que un dólar fuerte es una enorme “carga” para la economía norteamericana. A pesar de afirmarlo, hace ahora todo lo posible por mantener los privilegios que tiene el dólar a nivel internacional. Es evidente que el establecimiento de Bitcoin como “oro digital” es parte de la atrevida estrategia comercial de Trump y su equipo. En caso de fracasar esta guerra comercial contra el resto del mundo, las consecuencias podrían ser abrumadoras para la hegemonía económica del dólar.

La Agenda de Política Comercial 2025 de la administración es una parte importante de la confrontación con China. Relocalizar las cadenas de suministro, revitalizar la base manufacturera estadounidense y reponer los ingresos fiscales no son otra cosa que defenderse de los avances de la economía china. Presionar a sus “aliados comerciales” a que reduzcan el suministro de componentes y capital china en sus cadenas de suministro, es un objetivo estratégico importante. Este es de ya, un dilema crucial no solo para la Unión Europea sino también para países como México o India, cuyo éxito económico está vinculado a ambos mercados.

Las trampas de Trump y el efecto Dunning-Kruger

A veces no es mala idea buscar un acercamiento multidisciplinario a los problemas que nos aquejan, a fin de poder poder dar con sus posibles causas. Hace unos días me cayó en las manos una explicación de lo que en sicología se conoce como el efecto Dunning-Kruger. Se trata de un fenómeno consistente en que muchas personas con baja competencia, sobreestiman sus conocimientos. Lo paradójico radica en que, mientras más ignorante la persona, más persiste la tendencia de ésta a sobreestimar su autoconfianza. Las personas que saben mucho, por el contrario, dudan más de lo que saben y lo que dicen. Los sicólogos David Dunning (Míchigan, 1959) y Justin Kruger (California, 1968) realizaron experimentos en los que llegaron a la conclusión de que podemos reconocer nuestra propia incompetencia, solamente si adquirimos más conocimientos. Este efecto Dunning-Kruger influye en nuestra percepción, nuestras decisiones y nuestra autoimagen. Puede llevarnos a juicios erróneos peligrosos, ya sea en medicina, en los negocios o en el desarrollo personal. Sólo quien es consciente de sus propios límites puede crecer.

El efecto Dunning – Kruger es más que evidente en un narcisista como Donald Trump. El problema es que en su sistema patrimonial ha logrado rodearse de personalidades que parecen adolecer del mismo mal como Elon Musk o J.D. Vance, para solo mencionar dos de los innumerables casos. Es más, podría afirmarse que la gran mayoría de sus fanáticos adeptos parecen también estar contagiados por dicha enfermedad. De hecho, los dos científicos llevaron su análisis al contexto nacional, llegando a la conclusión que, a diferencia de los japoneses, los norteamericanos parecen padecer muy fuertemente del efecto Dunning – Kruger. Uno estaría tentado a aceptar tal afirmación como la causa de la crisis actual.

Otros autores hicieron análisis en el marco de la economía del comportamiento en los Estados Unidos. Investigaron los orígenes y las implicaciones del llamado pensamiento de suma cero: la creencia de que las ganancias de un individuo o grupo tienden a ser a costa de otros. Utilizando una nueva encuesta de una muestra representativa de 20.400 residentes de EE. UU., midieron el pensamiento de suma cero, las preferencias políticas, las opiniones sobre políticas y una rica gama de información ancestral que abarca cuatro generaciones. Descubrieron que una mentalidad de suma cero está fuertemente asociada con un mayor apoyo a la redistribución gubernamental, la acción afirmativa basada en la raza y el género, y las políticas migratorias más restrictivas.

La economía política de esta nueva oligarquía consiste, al parecer, en convertir a lo Estados Unidos en una suerte de paraíso fiscal. “Mi mensaje a todas las empresas del mundo es muy simple: vengan a fabricar su producto en Estados Unidos y les ofreceremos unos de los impuestos más bajos del mundo”, afirmaba Miran hace algunos días. Esta nueva administración está desbaratando el orden liberal internacional que había construido con éxito y en beneficio propio. Es muy difícil vaticinar el desenlace de este proyecto. Lo que sí se puede decir es que los Estados Unidos no son las islas del Caimán o Bahamas, paraísos fiscales que aparte de bellas playas y palmeras no cuentan con estructuras económicas complejas y no están vinculadas con el resto del mundo, a través de una red de cadenas de suministro. Ante este futuro incierto, la única certeza es que al final de esta trama ya nada será como antes en la economía global, para bien o, para mal.

  • Doctor en Economía e investigador del Instituto SUEDWIND de Bonn, Alemania. especializado en desarrollo y deuda externa, y ha realizado estudios para el EDD en África y América Latina Ver todas las entradas

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