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La economía mundial es más vulnerable de lo que parece

Por: Bertrand Badré e Yves Tiberghien

PARÍS/VANCOUVER – El panorama económico actual ofrece extrañas contradicciones; aunque los mercados mundiales —impulsados por la tecnología y la energía— han estado efervescentes con rendimientos de corto plazo, el humor durante las Reuniones de Primavera del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional del mes pasado fue decididamente lúgubre: esas dos instituciones mundiales, que habitualmente hablan de manera banal, emitieron fuertes advertencias sobre el creciente riesgo de fragmentación económica.

La idea de que una economía mundial interdependiente pueda funcionar dentro de un sistema geopolítico basado en la soberanía nacional de casi 200 estados siempre reflejó una cierta cuota de idealismo (tal vez fuera, más bien, orgullo). Ese extraño matrimonio, después de todo, colapsó en la década de 1930 y la división duró hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Pero el idealismo no había muerto y el sistema mundial fue finalmente reconstruido sobre la base de normas acordadas, instituciones internacionales compartidas, un grado de paciencia mutua y la gestión de las crisis. Desde el primer momento se separaron las cuestiones de seguridad lo más posible de la economía, pero eso se tornó especialmente importante en la década de 1990, cuando países con regímenes radicalmente diferentes comenzaron a integrarse a la economía mundial.

Hoy, sin embargo, los cimientos de ese sistema están siendo erosionados rápidamente y la integración económica mundial parece haber dado marcha atrás. Como explicó Gita Gopinath, subdirectora gerente primera del FMI, la fragmentación económica puede tener implicaciones de gran alcance para el comercio, como la reducción del aumento de la eficiencia y un mayor riesgo de volatilidad macrofinanciera. La fragmentación podría además reducir los flujos de capital hacia el Sur Global y socavar la provisión de bienes públicos mundiales, entre ellos, la acción climática.

Los factores clave que impulsan esta tendencia hacia la fragmentación son cinco: en primer lugar, el aumento de los riesgo geopolíticos alentó la desconfianza y redujo la voluntad de cooperar de países de importancia sistémica; aunque los responsables políticos rara vez lo reconocen, una crisis por Taiwán —un foco de tensión en la rivalidad chino-estadounidense— bien podría hacer caer al sistema económico mundial.

En segundo lugar, algunos países clave están permitiendo que cada vez más las cuestiones de seguridad incidan sobre la política económica (y algunos actúan de manera expansiva para asegurarse el acceso a los insumos, infraestructura y tecnologías); pero, aunque se trate de una actitud comprensible, deben hacerlo con mesura, mientras que la globalización ocurrió de manera gradual, un proceso de desglobalización impulsado por medidas vinculadas a la seguridad (que casi con certeza llevarán a una escalada por parte de socios y rivales) probablemente sea rápido y difícil de manejar, lo que plantearía graves riesgos sistémicos.

El tercer factor subyacente a la fragmentación económica es la profundización de la brecha entre el Norte Global y el Sur Global: el apoyo público y privado a las economías en desarrollo ha colapsado en un momento en que muchos batallan contra el legado de la pandemia de la COVID-19 y el cambio climático. La tendencia de convergencia hacia las economías desarrolladas —que se había mantenido durante décadas— parece haber quedado interrumpida, y el resentimiento aumenta en el Sur Global. Los flujos financieros negativos hacia los países en desarrollo se tornaron negativos en 2023, una tendencia que está empeorando en 2024 (esto explica en parte la reticencia o negativa de muchos países del Sur Global a respaldar a Occidente en cuestiones geopolíticas clave, como las sanciones contra Rusia en respuesta a su guerra de agresión contra Ucrania).

La fragmentación refleja además la rápida escalada de los riesgos y catástrofes climáticos; debido a las inundaciones de magnitud tal que «solo se ven una vez en la vida», megaincendios y la proliferación de sequías, los países corren el riesgo de quedar desestabilizados en los próximos años y no hay ninguna «red de seguridad» mundial. Mientras tanto, como señaló Dani Rodrik, de Harvard, los países compiten por dominar las tecnologías verdes en vez de trabajar juntos para acelerar el progreso.

Por último, el crecimiento exponencial de la inteligencia artificial está incentivando la competencia entre los países en vez de la cooperación mundial necesaria. Como indicaron Daron Acemoglu y Simon Johnson, del MIT, las normas, políticas e instituciones serán fundamentales para garantizar que la IA cree empleos en vez de limitarse a destruirlos; los países del Sur Global deben tener voz en la regulación de la IA.

Por supuesto, el sistema económico mundial aún cuenta con muchas fuentes de resiliencia; como lo demostraron las recientes presidencias del G20 (a cargo de Indonesia, la India y Brasil) la mayor parte del Sur Global sigue comprometida tanto con la interdependencia como con la gobernanza mundial. Además, la interdependencia sigue siendo uno de los rasgos característicos del sector privado, aún contamos con organizaciones internacionales entregadas a su trabajo, redes educativas mundiales y una sociedad civil global.

Pero no podemos subestimar los peligros que nos aguardan, hay buenos motivos para creer que en los próximos meses y años sufriremos una serie de conmociones y crisis. Si los líderes responden con políticas revanchistas para garantizarse ventajas frente a sus rivales, la economía mundial integrada podría desmoronarse. La velocidad de ese proceso podría abrumar a los responsables de las políticas, y la senda que va de los problemas económicos a la agitación social y el abandono de las normas mundiales compartidas bien podría ser corta.

Como están las cosas, los líderes están tan preocupados por las guerras, las luchas de poder, las tensiones sociales y la polarización política que no parecen, en su mayor parte, estar dispuestos a invertir para salvar a la economía mundial integrada, ni qué hablar de fortalecer su capacidad para lidiar con los riesgos existenciales que enfrentamos; pero la historia, la teoría económica y las tendencias empíricas existentes indican que eso es un error.

Incluso un colapso parcial de los sistemas económico y financiero globales interdependientes sería catastrófico, principalmente porque perjudicaría a la inversión en bienes públicos mundiales. Para los políticos preocupados por el impacto de las migraciones sobre sus países, vale la pena señalar que en ausencia de inversiones masivas para combatir el cambio climático, revertir la desertificación y reducir la pobreza, millones de personas podrían tratar de cruzar el Mediterráneo para 2050.

La seguridad nacional debe ser una prioridad para los responsables de las políticas, pero deben combinar las medidas para «garantizar la seguridad» de la economía con esfuerzos para mejorar la comunicación con los rivales e invertir en bienes públicos mundiales. Para ello, los líderes mundiales debieran usar al G20 y otros organismos plurilaterales para engrandecer a los grupos de trabajo e instituciones que apoyan la gobernanza colectiva, centrándose en la gestión de los riesgos de la IA, atendiendo al cambio climático y evitando el colapso del sistema económico mundial del que dependemos.

Bertrand Badré, ex director gerente del Banco Mundial, es presidente ejecutivo y fundador de Blue like an Orange Sustainable Capital y autor de Can Finance Save the World? [¿Pueden las Finanzas Salvar al Mundo?] (Berrett-Koehler, 2018). Yves Tiberghien, profesor de Ciencia Política y director emérito del Instituto de Investigaciones sobre Asia de la Universidad de British Columbia, es profesor invitado de la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Taipéi.

Copyright: Project Syndicate, 2024.
www.project-syndicate.org

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