Orbis Tertius
Por: Julio Raudales
Pocas cosas hay tan dañinas en nuestros días como el populismo; ese afán de los políticos, especialmente quienes detentan el poder, por generar para sí una prole fanática de seguidores que con gratitud celebren las regalías y también las escorias que de ellos estén dispuestos a recibir, sin importar que las mismas atenten contra el bienestar de largo plazo, pero sobre todo, le roben la dignidad, la poca que quede a esas masas fanatizadas y cada vez mas faltas de un incentivo adecuado para buscarse la vida por sí mismas.
Los políticos populistas, sean de derecha o izquierda, están interesados en sus “fans” no en los ciudadanos. Les obsesiona exclusivamente construir “su” mayoría, y al despreocuparse por la ciudadanía, no advierten el callejón sin salida en el que se están metiendo.
Los fans imaginan ingenuamente que nada pasará. Suponen que su actuar puede ignorar olímpicamente las verdaderas prioridades sociales y que ello no comportará ningún riesgo para el sistema democrático. Esta gente, lastrada por la deformación, se inventa una dinámica social inexistente, ajena al futuro. Sin advertirlo, este ejercito desaguisado de zombis no concibe una vida sin dádivas. Ya no temen a nada, asumen que, llegado el caso, el movimiento o el líder populista los protegerá, sin advertir que solo la inclusión política y discursiva de esas minorías ignoradas, es lo que puede ponernos a salvo a todos de los abusos del poder.
Los abyectos ensayos populistas se han repetido una y otra vez en “muestras Honduras”, ora con bonos, o sea limosnas disfrazadas de ayuda, oran con techos, fogoncitos sobrevalorados y tantos otros. Pero también adquieren forma especial en periodo electoral. Este año no podía ser la excepción: el aprendiz de populista atornillado desde hace 12 años al poder, anunció con fanfarrias y no menos insolencia que continuará protegiendo a los mas débiles, léase, los hará mas dependientes y, por ende, pretendiendo con la medida, fortalecer la atadura al voto que próximo habrá que depositar.. ¿Es que ya no hay límites al cinismo?
Es cierto, el precio internacional de los carburantes está subiendo de nuevo de forma acelerada. Mientras escribo estas líneas, la información internacional de las distintas modalidades y tipos lo colocan entre US$ 82 y US$ 83 el barril, bastante arriba del profundo agujero al que lo llevó la pandemia. Dado que ya tenemos un galón de gasolina superior con precio por encima de los 104 lempiras, el señor que nos gobierna decidió “congelar” el precio de los carburantes hasta el 31 de diciembre.
¿De donde sacará este hombre la plata para completar el ejercicio de captura de la gente? No es difícil de responder: El para muchos, inesperado incremento en la recaudación tiene un costo de oportunidad, pero en este caso, el costo no se visualiza en mas y mejores servicios de salud y educación, sino en compra de votos.
Observamos entonces en la actitud del gobernante, la conjunción de dos de los mas abyectos vicios de la política: la descarada compra de voluntades de la gente mediante el secuestro de su dignidad, pero también la caída libre de unas finanzas públicas cuyos pedazos deberá recoger quien asuma el reto a partir del próximo enero.
El cuento es muy sencillo, como decía Benedetti, pero no es nuevo: ya en 2006 empezó a tomar acento esta odiosa costumbre de mal utilizar los recursos del erario, con el fin de abrillantar la vanidad del inquilino de casa presidencial. Recuerdo con qué tristeza, me tocaba observar desde la trinchera técnica, cómo el señor presidente llamaba con su nombre la red de ayuda y con ella acrecentaba su torpeza. Pepe Lobo, mas falto de imaginación le llamó “Bono Diez mil” que dedicó a repartir plata a mansalva en sus “Sábados Gigantes”, mientras el pobre Plan de Nación menguaba antes de nacer.
Peno nunca como ahora, los “regalitos” han pululado con el fin de arrinconar la voluntad de la gente que, sin mas ni mas, cae sedada por el incesante olor a dependencia. Ocho años de secuestro, de anestesia ignominiosa, de tántricos cantos de sirena. Ya veremos si la fórmula funciona, si al final, la gente no despierta del letargo y se decide al fin, a caminar por su cuenta.
Si no desarticulamos el ejercicio populista de la política, nos exponemos a la tentación autoritaria que, tarde o temprano, termina destruyéndolo todo. La pregunta entonces vuelve ¿por qué la política se articula actualmente de modo populista y tiene éxito sin importar el signo ideológico? La respuesta, mi estimado lector, se encuentra en la dignidad secuestrada. Ella es el fundamento último sobre el que descansa el populismo contemporáneo. Por eso es importante entender cómo funciona este mecanismo ideológico para poder desmontarlo a tiempo y evitar que la política se degrade y la democracia se destruya. Quisiera ser optimista, pero al otear el horizonte, solo puedo agachar la cabeza y suspirar.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas