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La desigualdad: un desafío histórico

Por: Fernando Calderón Gutiérrez/Latinoiamérica21

El reciente informe de Oxfam sobre el fin de las era de las desigualdades es una genuina contribución práctica en la búsqueda de nuevos horizontes de una vida digna para las personas y sus comunidades. Ciertamente este informe y el que se presentó a nivel mundial en la Conferencia de Davos y de varios estudios de casos nacionales como el elaborado hace un par de años en Bolivia, muestran una cadena indisociable entre lo nacional-local, regional y global. Solo combinando esta cadena es posible comprender el sentido específico del poder y del cambio que vivimos cada día, en medio de intensas transformaciones tecno económicas y científicas, y de redes de comunicación que funcionan a escala global mediante la digitalización mercantil de la política y que operan cotidianamente en las mentes humanas.

Esto sucede en medio de una crisis multidimensional global con diversos componentes  entrelazados entre lo productivo, social, ecológico político-institucional y multicultural donde el capital financiero y las economías criminales juegan un papel central fundamentalmente mediante una fetichización de las mercancías dañando la ética y la seguridad humana. ¿Quiénes fabrican armas? ¿Quiénes producen drogas y por qué?  ¿Quiénes manejan las industrias tecnológicas, comunicacionales y los sistemas financieros? ¿Y quienes se enriquecen en un mundo miserable?

Un resultado particular, como analiza el estudio de OXFAM, es el incremento inhumano de la desigualdad y la pobreza. Desigualdad y pobreza son indisociables. ¿Qué significa que los dos latinoamericanos más ricos hayan aumentado su fortuna en un 70% desde el inicio de la pandemia y que su riqueza sea similar a la de la mitad más pobre de la región? ¿Qué hicieron las opciones neoliberales y neodesarrollistas al respecto? ¿Por qué el Estado, a pesar de algunos momentos exitosos de implementación de políticas distributivas, no pudo hacer sostenible la disminución de la pobreza y menos la desigualdad?

El informe destaca la duda que genera en la sociedad la capacidad del Estado, sea de orientación neoliberal o neodesarrolista, respecto a su interés o capacidad para disminuir las desigualdades. En realidad, ni la dominación patrimonial corporativa ni la neoliberal impulsada por el “Consenso de Washington” pudieron cumplir sus propios objetivos. Fracasaron.

Por otro lado, el estudio, no sólo analiza el sistema distributivo, sino estudia los sistemas tributarios y su lógica de poder en los últimos años y propone una serie de medidas impositivas a los más ricos para disminuir las desigualdades y la pobreza. El mismo señala al Estado como el único actor capaz de impulsar medidas nuevas y eficaces colocando a las personas y sus comunidades en el centro del sistema.

El informe plantea además, cinco alternativas tributarias para los más ricos e incluso se propone un nuevo pacto fiscal que enfrente seriamente los problemas de desigualdad. Se trata de una contribución novedosa, pues proponen políticas concretas y prácticas que desgraciadamente ni los partidos ni los actores internacionales del desarrollo han propuesto. Consiguientemente, el informe es una importante referencia para la acción colectiva e institucional que necesita sobre todo comunicarse. Es tan importante el diagnóstico como la propuesta, pero lo es aún más una política comunicativa que permita el diálogo entre los diversos actores y que su discusión se convierta en un bien público.

Vale la pena aclarar que como producto y parte de la denominada crisis multidimensional global iniciada en 2007, los Estados, en buena parte, colapsaron y en estos años están emergiendo nuevos horizontes de cambio renovador. Estados autoritarios y elitistas, asociados a una religión nacionalista autoritaria de mercado y a fuerzas socioculturales especialmente entre las generaciones más jóvenes más pragmáticas, ecológicas, anti patriarcales y éticas que posiblemente ya marcan el tiempo de una nueva temporalidad histórica emergente.

La cuestión es entender qué se reproduce, qué cambia. Y en medio anida la lógica del conflicto socio-cultural que desgraciadamente no se trata en el estudio. En la región el conflicto y las demandas por una mejor reproducción social, mejor institucionalidad y logros culturales en torno de la otredad están en el centro de la vida pública en la región. La gran cuestión es detectar si estas demandas e identidades podrán transformarse en actores del cambio en las sociedades de la información y en las economías tecno-comunicacionales que están llevando a una cada vez mayor automatización de la vida. 

En este ámbito hay varios temas que el estudio suscita como espacios de discusión académica y política. En primer lugar, el marco histórico y global y el papel cultural que allí juegan las elites. En América Latina y el Caribe el origen de la desigualdad está relacionado a varios fenómenos como el de la estratificación social de origen colonial que sigue organizando el comportamiento de las elites. En este contexto se desarrolla una “dialéctica de negación del otro”, del diferente, donde se los identifica como indios, negros, mestizos, mujeres, etc. e inmediatamente se los denigra para justificar su poder.

Las elites en la región prácticamente no cumplen la ley y a lo largo de los años no han demostrado un “efecto de demostración” de comportamiento ético e institucional. Más bien lo que se ha impuesto a lo largo de los años, con increíbles mecanismos y modificaciones, son sistemas de intermediación y de clientelismo, anillos burocráticos, y una suerte de idealización de líderes autónomos que nunca o casi nunca existieron. A pesar de los importantes esfuerzos realizados a lo largo del tiempo, salvo casos como el de Costa Rica y Uruguay, la articulación entre instituciones y modos de desarrollo incluyentes han sido muy limitadas.

En segundo lugar, en términos globales, los poderes nacionales se han re-entrelazado con los poderes globales generando nuevos sistemas de “extractivismos-informacionales” en los planos productivos, financieros y comerciales, condicionando y limitando un desarrollo humano ecologizado. El individualismo y el consumo ya afecta prácticamente a todas las sociedades que son cada vez más urbanas.

Los poderes globales estatales y empresariales del norte occidental, China, Japón y Australia están redefiniendo nuevamente la región como extractiva y consumista. Desde luego que a nivel global, nacional y local también hay fuerzas culturales y actores políticos que buscan transformaciones sociales asociadas con economías sustentables. Una innovación socio-tecnológica y ecologista es el principal desafío. Sin embargo, a nivel global el pensamiento ecologista es aún débil frente a los poderes de destrucción de la vida y el medio ambiente.

La región está entre los principales productores de materias primas, pero a su vez está entre las que más sufren las consecuencias del cambio climático. Lógicas similares se dan respecto a la equidad de género y a la construcción de una nueva ética global basada en la dignidad de los derechos humanos y de la naturaleza.

En tercer lugar, parece necesario redefinir el tipo de Estado para enfrentar los cambios planteados por el informe. Un Estado que pueda innovar, que navegue contra el viento articulando producción y distribución, y cuya fuerza radique en una comunidad de ciudadanos. En fin, un Estado de lo público, como la redefinió Sen y Ul Haq  en el IDH de 1993, donde se conjugue una economía de mercado con una pública. “El Estado como el mercado deberían estar orientados por lo público. Los dos deberían trabajar en tándem y el público debería tener suficientes poderes para controlar a ambos en forma eficaz. Podría hacerlo mediante la participación en el gobierno o en su calidad de productores y consumidores, o en muchos casos mediante organizaciones populares u organizaciones no gubernamentales”.

En cuarto lugar, es fundamental el fortalecimiento de los sujetos del desarrollo y su capacidad de agencia para transformar metas en resultados y sobre todo de articular los procedimientos con los resultados. Llevar adelante las tres medidas propuestas por el informe: acciones para reducir las desigualdades intersectoriales poniendo al centro las personas y las comunidades, promover la justicia climática para contribuir a la sostenibilidad de la vida e impulsar políticas de género y de responsabilidad de los cuidados, necesitan actores autónomos que sustentan la acción de un Estado público.

En este ámbito, las transformaciones propuestas necesitan articular un orden institucional pertinente con una lógica de la acción colectiva. A este respecto parece fundamental que los actores de un nuevo desarrollo se articulen, no sólo a nivel local, sino también a nivel global. Existen experiencias territoriales interesantes que deben ser conocidas y discutidas, tanto a nivel rural como urbano, en el marco de una dinámica de transformación funcional y de cambios cada vez más especializados que traen nuevas demandas.

La secularización consumista está inundando la mente de las personas. Pero también las redes informacionales constituyen los espacios de acción y redefinición de los nuevos actores de un cambio ético emancipatorio. Resulta también importante la renovación de un pensamiento empírico que fortalezca la capacidad de los nuevos actores del desarrollo.

Finalmente, en quinto lugar, vale la pena repensar la cuestión de la desigualdad y la pobreza como proceso de diferenciación social y funcional en sociedades crecientemente complejas y globalizadas. Esta supone una yuxtaposición de exclusiones y diferencias sociales y tecno-científicas asociadas con formas novedosas y crecientes de concentración de poder particularmente financiero y científico tecnológico.

Es necesario comprender la desigualdad en un contexto de reproducción cambiante de las relaciones sociales de poder. La pobreza, como ha analizado Sen, no sólo se refiere a carencia de ingresos, también hay que tener en cuenta la perspectiva relacional de poderes. En realidad, lo que genuinamente existe son vidas empobrecidas. Por ello es fundamental la participación ciudadana para compartir la vida social. Las personas y sus comunidades necesitan poder optar libremente por el tipo de vida que desean. En esta lógica, el trabajo no sólo es empleo, es también reconocimiento humano donde las personas necesitan ser reconocidas como ciudadanos plenos. Hoy el trabajo y la educación informacional ya sustentan la dignidad humana.

La desigualdad en la región ha variado y se ha ido complejizando a lo largo de los años en varios sentidos, entre países, al interior de cada país y entre territorios. Por ejemplo, según el IDH en 1999 la distancia entre el país más rico al más pobre ha pasado de 1 a 3 en 1820 a de 1 a 72 en 1992.

La desigualdad como mencionamos, está ligada sobre todo al origen étnico. Las poblaciones más pobres de la región son los afrodescendientes y las comunidades originarias. Las percepciones sobre la desigualdad y la necesidad de cambio son persistentes y mayoritarias entre los pobladores de la región. El 79% de los latinoamericanos piensa “que se gobierna para unos cuantos grupos poderosos en su propio beneficio” y que viven en una sociedad injusta que debería cambiar, según el Latinobarometro 2019.

Asimismo, las sociedades de los países con mayores brechas sociales tienden a reproducir sus desigualdades y su percepción sobre las mismas es menor que en países con menores brechas sociales. Claro que cuando se vive situaciones de crisis y riesgo las percepciones aumentan aún más. Además, en estos tiempos de crisis multidimensional global, tanto los incluidos en los sistemas productivos formales como los que viven en situación de informalidad perciben una gran incertidumbre. Ésta es lo único cierto, como titula un libro del poeta guatemalteco Hugo Alfaro. Vivimos en sociedades policéntricas en medio de una geopolítica de poder incierta y cambiante.

Para terminar, en el centro de todos los avatares se encuentra el sentido del cambio, del progreso y de las mismas palabras. Por ejemplo, en quechua pobre, “wakcha”, significa el que no tiene amigos, familia, lazo social. Pobre es el que está solo, huérfano. Imaginemos un índice de “solitud” entre los más ricos del mundo. Seguramente para la cultura quechua muchos estarán entre los más pobres.

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