La batalla por la justicia

Integración de la nación y el trágico legado del abuso contra las etnias

Por: Rodolfo Pastor Fasquelle

(a MM y EB)

Postergadas, marginadas, discriminadas, fácilmente atropelladas, las etnias de Honduras conviven o hay que decir sobreviven entre nosotros, todavía segregadas, aun si menos que antes (por la disgregación a las ciudades y la migración al exterior) sobre el Litoral y en las serranías, las montañas del Occidente, y a la vera de los ríos y selvas del Oriente. Olvidadas también, porque los ladinos cuentan con la mala conciencia que induce el olvido permanente, la invisibilización del otro, inconsciencia traicionada solo cuando sangra. ¿Por qué ha durado tanto este suplicio? Este viejo problema se originó con la conquista violenta de aborígenes pacíficos y la evolución aquí de otros pueblos sometidos, los feroces achíes, los sambos y garífunas, entre los siglos XVI y XVIII. Porque, sometida a epidemias y grados extremos de explotación, la población autóctona pereció en la Costa noroccidental, se transformó profundamente en la Costa oriental; tierra adentro, evolucionó de la servidumbre en Encomienda al servicio obligado de Repartimiento en la mina y la carretera; y luego al servicio militar y al salario de hambre; antes de someterse a una economía mercantil aun en la Sierra.

Fue peor en otros países, México y Bolivia, Colombia y Perú, Ecuador, Guatemala y Brasil, en donde era mayor su proporción y se conservaron en sus geografías de refugio. En Honduras, el etnocidio fue fulminante y rápido proliferaron los mestizajes, y tornó ambigua la condición de muchos. Aún se usaba, cuando era niño, el diminutivo para el genérico: los inditos, los morenitos; y para sus nombres propios, Juancito y Rosita, como pretensión de cariño, cuando era pura condescendencia.

Se viene encima este asunto cuando, al cumplirse un año sangriento del secuestro de los cuatro defensores de la tierra de Triunfo, los diarios se venden con la noticia del asesinato de tres muchachas garífunas en una playa, por criminales de oficio la semana pasada y trasciende el arresto arbitrario, por la Policía de una líder chortí en una remota aldea de Copán. E inician las audiencias en que se acusa a un oficial de las FFAA, de intentar asesinar a Allan García, lenca de Copinh en Río Blanco, después de asesinar a su hermano hace diez años. Los Chortís de La Unión y lencas de Azacualpa acuden a la capital a protestar por la continuación, en su vecindad, de la minería a cielo abierto, que les arrebató el cementerio y dinamita el suelo constantemente, rajando sus casas, aunque se dijo que la íbamos a proscribir. No porque sean estos sucesos singulares (es un rosario de agravios) o más graves que sus antecedentes, sino porque agrietan la herida histórica, que ha estado ahí supurando, siglos. Porque son los mismos hechos redundados, y es la reedición continua de la violencia de una sociedad que no llega a términos con sus raíces, como decía Mel, un legado que envenena las relaciones sociales más allá de su ámbito propio. Uno que contamina de manera sutil pero pérfida, la relación entre hondureños de distintos grupos sociales, color de piel y entre inmigrantes recientes -y aun extranjeros- y hondureños nativos, quienes, para el gringo y el turco,… somos indios o negros, a menos que se nos invite a llamar así a los demás, para incluir y conculcarnos, y restarle validez a la objeción; del mismo modo en que todos somos indios para el garífuna y para el mosco, y los garífunas son solo negros para quienes no conocen su historia, en una mancomunidad de hermanos-enemigos. Una sociedad que les niega la palabra particular, y los sofoca imponiéndole una lengua ajena a su pensamiento original para que tartamudeen y se tropiecen, y los ridiculiza. ¿Acaso no es vergonzoso? ¿Primario e infantil?

Igual para sus victimarios son negros o indios, en vez de chortí o tol, tawaka o pech, miskito o creole los caídos en la defensa de sus aguas y sus bosques, sus mares y sus ríos, por creerse con derecho a sus tierras, a sus paisajes de siempre, a sus territorios ancestrales imantados de historia y tradición, a los recursos ahí resguardados desde el supuestamente peor tiempo inmemorial, porque obstaculizan el envenenamiento y la contaminación de sus aguas, defienden una forma distinta de ser y estar, no quieren progresar, emplearse al servicio de otros, sino sembrar sus granos variopintos, sus hierbas y frutos, recolectar, otra vez, pescar, cazar, criar. ¿Cuál fue el progreso para ellos? ¡Qué irrespeto! Difícil de entender. Cabalmente. Cómo. ¿Por qué?

Todos vemos desde hace décadas, cómo detienen y secuestran y asesinan, a cada rato, a personas de estos grupos. Se publican a veces sus fotografías. ¿A quién habían ofendido? ¿Qué delito cometieron los caídos de esta lucha, esta guerra civil centenaria? Sino defender los elementos de su vida, su forma de relacionarse entre ellos. ¿Qué parte de su reclamo es invalido? ¿Deben ser exterminados porque resguardan a su descendencia, y lo más fundamental de sus hogares en bohíos que otros se disponen a demoler o anegar, quitar para cavar, sus camposantos (en donde están las tumbas de sus muertos) que quieren minar, arrasar para exportar, los bosques que ocupan para construir sus casas y muebles y para su combustible?  Por defender un poquito sus lenguas contra quienes llegan a sus comunidades a despreciarlas; por preservar su libertad, sus creencias contra quienes les quieren imponer ortodoxias, preservar sus aguas, los suelos de los que han sacado su sustento por milenios, el grano para comer, el barro para hacer arte en vez de engancharse. ¿Qué es lo que no se entiende de su derecho? Si han vivido ahí por siglos, ¿a cuenta de qué esos parajes simbólicos se convierten en mercancía porque ha surgido una nueva industria turística o agrícola? ¿Y ellos se vuelven mano de obra porque llega quien quiere explotarla? ¿Cómo es que tienen que ser obligados a punta de hambre y despojo a trabajar como peones en heredades ajenas, si han organizado todas sus vidas para optar por la libertad de su trabajo en su propia tierra, garante de sobrevivencia, que genera excedentes para otros? Si beben el agua de sus ríos, que también necesitan para regar sus plantas, lavarse y mantener limpios trastes y prendas ¿por qué tiene derecho el Estado, construido a sus expensas, a arrebatársela para concesionársela a una empresa súbitamente prioritaria, para producir electricidad, que no les suplirá esas necesidades, sino comodidad a otros? ¿A cuenta de qué tienen derecho los partidos políticos a verlos como ganado electoral, si no se les conceden espacios para representar o administrar la cosa pública? Hace años que formalmente Honduras se reconoce como país plurinacional y pluricultural; hoy decimos además que socialista ¿y nada cambia? ¿y los siguen masacrando?

Si las lenguas autóctonas son tesoros patrimoniales en peligro de extinción, y son, ¿cómo es que al Ministerio de Educación se le ocurre que puede hacer a un lado los programas de educación bilingüe, como se han quejado antier) para nombrar maestros que no reúnen el requisito básico de la lengua nativa? ¿Por qué no entienden el médico y la enfermera asignados a un centro de salud en su comunidad, que no contradice a la ciencia, el respeto y la sensibilidad para sus culturas antiguas? ¿Cómo es que le cuesta tanto a la policía comprender que debe atender a sus comunidades en su particularidad, como en otros ámbitos atiende a otros sectores, unos al tránsito y otros al turista? Si hay juez de paz municipal, ¿por qué no había de haberlo en la comunidad indígena? ¿Por qué no puede respetarse a la autoridad tradicional que cumple esa función? ¿Por qué humillar al más humilde? Será porque para someter a los demás, antes, hay que despojar de dignidad al más vulnerable, al hombre y la mujer de la tierra, que estaba ahí antes que llegaran el mercado o el estado. ¿Que solo así se corta de raíz el derecho y la libertad de todos los demás? Nunca seremos nación si no superamos la tara, el legado trágico del abuso contra los pueblos. Faltan bravos como los que enfrentaron a Prospera cuando los amenazó con expropiarlos en Punta Gorda. ¡Seamos defensores!

¿Por qué hay dinero para contratar activistas, ahí disculpe, pregunto, para derrochar en helicópteros para los chafas, pero no hay para darle acceso -que piden- a los pueblos, que nos acompañaron en la lucha y le dieron color? Acceso a los servicios y a la plaza. En esa discriminación está la raíz del mal. No habrá una sociedad integrada hasta que no se permita a estos pueblos ser parte de, conservar sus derechos, gozar de paz en la tierra que fue una vez toda de sus ancestros, y en donde hoy les hemos dejado rincones asediados que invadimos. Sin justicia para ellos, no la habrá para nadie. ¡Respetemos!

El Carmen, enero 29, 2023

Posdata

Será que para ser realmente fiel a sí misma, esa carrera de antropología en la Unah ¿puede evolucionar en la Universidad de Las Etnias que imparta pedagogía y medicina, haga lingüística y etnología, etnohistoria y estudios culturales, investigue e innove a partir de la agroforestería y etnobotánica?

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