Por: Denise Braz y Vanessa Dourado
Asistimos a un proceso de recolonización con rasgos neofascistas y de fanatismo religioso en América Latina; son situaciones muy densas que no permite relativizar golpes y provocar ataques a líderes progresistas —sobre todo en este momento que lo consideramos histórico—. Hacerlo es ser funcional no solo a las derechas reaccionarias y fundamentalistas, como también no lograr comprender los límites del juego en esta arena de disputa por el poder en la cual la democracia está en riesgo.
La institucionalización de las luchas y la apuesta en el Estado puede significar un error grave, ya no cabe lugar a dudas que los pactos democráticos y códigos republicanos están siendo violados. Sin embargo, señalar que el problema es de quienes están disputando el espacio político-institucional para lograr cambios estructurales a largo plazo o hasta mismo para gestionar y mitigar los impactos sobre las poblaciones vulneradas es un equívoco.
Después de más de 500 años de su asalto orquestado con las bendiciones de la iglesia, las Américas siguen en proceso de lucha contra la (re) colonización y, obligada a insertase en el mundo, todavía guarda su fuerte resistencia protagonizada durante todos estos años por las poblaciones indígenas, afrodescendentes y campesinas. A esos grupos, erroneamente llamados minoritarios, sumamos el movimiento feminista y/o de mujeres, así como de la juventud que se levanta en la región, que son notables y de incuestionable valor.
Siendo el capitalismo un sistema cuyos pilares son el patriarcado, la clase y la “raza”, nada puede ser más potente contra el mismo que la revolución de esas bases oprimidas. Voces no oprimidas, o con muchísimos privilegios, no tienen autorización para hablar sobre descolonización y menos aún de cómo se debe hacer. Los cuerpos históricamente oprimidos y constantemente en tensión con el colonizador resisten, insisten y luchan por su libertad. Por la libertad de su gente, su cultura, su orientación sexual, su religión y territorio.
La imposibilidad de adueñarse, vía “democrática”, de los recursos humanos y naturales que abundan en Latinoamérica por la victória de la derecha en las urnas no ha funcionado y eso ha generado los fenómenos golpealescos que son evidentes y que también son frutos de disputas en las cuales, como siempre, salen ganando aquellos que manejan la máquina institucional en favor de sus intereses y de los intereses del mercado internacional.
El desmonte que se quiere imponer por la fuerza en la región tiene un carácter objetivo y también subjetivo. En otras palabras: si por un lado avanza, con mucho más fuerza, el extractivismo en todas facetas a lo largo y ancho en la región, por otro también se impone un proyecto de poder neopentecostal —fuertemente alineado con el ideario neoliberal, meritocrático e individualista— que remite al proceso de evangelización del llamado “Nuevo Mundo” de la época colonial. Lo que se nota es que hay un proyecto pensado para el territorio que no solo necesita tomar el control de los espacios político-institucionales, sino también promover el cambio cultural necesario para neutralizar las resistencias. Y si la democracia puede vestirse de dictadura a depender de la región donde se aplique; el pacto colonial sigue siendo consenso entre los del Norte Global y sus instituciones creadas para apaciguar el caos.
Por ello, más allá de la discusión sobre el rol de los progresismos, en este momento, es urgente pensar estrategias de contención, redes de solidaridad y mecanismos que fortalezcan y protejan los movimientos en lucha que están dando el cuerpo en la confrontación con el Estado. Frente a la masacre de los pueblos, no hay discurso académico, político o cualquier tipo de acción diplomática que pueda ser más fuerte y reemplazar la resistencia popular. La democracia es la soberanía del pueblo. Democracia es también la revolución en las calles. No hay descolonización sin confrontación, sin resistencia. Además dudamos de procesos libertarios acordados entre hombres blancos dentro de salones lujosos.
Pensar en una democracia libertaria y popular es también recuperar en la historia todo lo fragmentado, afectado por el resentimiento de procesos que fallaron en el pasado y buscar una alternativa superadora. El posicionamento crítico de todas las personas que existen, resisten y sobreviven en los territorios nunca dejó de existir, aún mismo cuando no había teoría que lo explicara, y es —una vez más— el pueblo en lucha que hace su propia historia. La escribe con su sangre y su coraje que sigue estando lejos de las oficinas académicas y de los palacios de los gobiernos.(Tomado de: Kaosenlared)
*Denise Braz es licenciada en Letras y magíster en Antropología Social por la Universidad de Buenos Aires. Es activista y feminista afro. Integra en el coletivo de mulheres de la Revista Amazonas y el grupo de mujeres afro del Área de Género de la Comisión Organizadora del día 8 de Noviembre en Buenos Aires, Argentina. Participa del colectivo de mujeres Migrantas y del Grupo de brasileños por la Democracia, Leipziger Initiative “Demokratie für Brasilien”, ambos en Leipzig, Alemania lugar donde reside actualmente.
**Vanessa Dourado es ecosocialista y feminista latinoamericana, miembro de ATTAC Argentina y PSOL Brasil.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
Un comentario
Me encanta este artículo y más aún que viene de la mujer.