Por: Rodil Rivera Rodil
Las pasadas elecciones de los Estados Unidos han desencadenado una tremenda discusión en el mundo, no tanto por su resultado a favor de Donald Trump, que ya se entreveía en las encuestas, sino por la contundencia de su triunfo. Los análisis y comentarios, de todos los matices, no se han hecho esperar para responder a estas preguntas: ¿cómo pudo la mayor potencia del planeta escoger como presidente, por segunda vez, a una persona con sus antecedentes, conducta y personalidad? ¿Qué impacto podrá tener su nuevo mandato al interior de su país y en el ámbito internacional? Y una tercera y, quizás, más profunda interrogante: ¿qué tanto se votó más por Trump que contra Biden, la señora Harris y el Partido Demócrata?
La primera interrogante conlleva, a su vez, otra de más calado: ¿qué factores pudieron pesar más, en las actuales circunstancias históricas, claro está, que el racismo, la misoginia, la homofobia, la xenofobia, la negación del cambio climático, el neoliberalismo más extremo, y en general, el desprecio a los valores tradicionales del pueblo norteamericano, de los que siempre ha hecho gala este señor, y más aún, que la indiscutible influencia de los medios de comunicación de Estados Unidos y del resto del orbe que en una gran mayoría lo adversaron fuertemente?
Un ensayo de respuesta requiere que nos adentremos en el aspecto medular de la cuestión, que, a mi parecer, no es otro que el económico, o más bien, el microeconómico, esto es, el que concierne a la inmensa mayoría de la población estadounidense, vale decir, de los electores, a quienes no desvelan los fríos números del PIB, del déficit fiscal, de la balanza de pagos, ni los demás de la macroeconomía, que tanto entretienen a los economistas, pero sí angustia sobremanera el aumento de los precios de los productos que requieren para su diario vivir. Hablo, pues, del único elemento que pudo superar la repulsa que tiende a generar en una buena parte de las personas el carácter y modo de ser de Trump.
El periodista Miguel Jiménez, corresponsal jefe de diario El País en Estados Unidos, y por más señas, licenciado en Derecho y Ciencias Económicas y Empresariales, en su último artículo no se explica cómo pudo perder Kamala Harris si Biden hereda, dice, “una economía que crece con fuerza y que la tasa de paro está cerca de sus mínimos históricos”. Sin reparar, reitero, en que no es eso lo que a la gente común más le interesa ni lo que lo mueve a votar por uno u otro candidato. Y ello, no obstante que él mismo más adelante reconoce que “los precios han subido más de un 20% durante el mandato de Biden, frente a menos de un 8% en los cuatro años del expresidente”. Y aun sin percatarse de que es allí donde reside, justamente, el motivo central de la derrota de la señora Harris. No olvidemos que si Trump perdió con Biden en el 2020, aunque por muy poco, no fue más que por su absurda negación y manejo de la pandemia, que provocó la muerte de más de un millón de sus compatriotas.
Y si bien es cierto que en la inflación tuvieron que ver también otras causas, incluyendo la pandemia y la incontrolada emisión de dinero inorgánico ordenada por el mismo Trump para tratar de paliarla, no lo es menos que uno de los móviles mayores, sino el mayor, fue la guerra de Ucrania, y no propiamente la guerra, como acostumbra decirse, sino, más exactamente, las sanciones impuestas a Rusia por Estados Unidos y Europa, las cuales, paradójicamente, los han afectado más a ellos que a la propia Rusia. Y no hay manera de atribuir a nadie más que a Biden la responsabilidad principal de las sanciones, si no es que de la misma guerra, por no haber aceptado que Ucrania se mantuviera neutral y no ingresara a la OTAN, sin contar la cuantiosa ayuda en armas que se le ha brindado a Volodímir Zelenski, que ya pasa de los 200 mil millones de dólares, y sin ningún resultado, pues su régimen no solo no ha podido detener el avance ruso sino que su debacle luce poco menos que inexorable.
Los comicios, además, han evidenciado que los norteamericanos, hombres y mujeres, de las capas baja y media, incluyendo a las minorías étnicas y a los inmigrantes, es decir, los que conforman la clase trabajadora de Estados Unidos, optaron por la política anti migratoria de Trump y no por la, supuestamente, más tolerante del Partido Demócrata, y digo supuestamente, porque cada vez se asemejan más. Y ello, de nuevo, por razones económicas, por las amenazas, reales o imaginarias, que la inmigración trae consigo, sobre todo, en los tiempos que corren, en los que el fantasma de otra depresión recorre el país.
Unos pocos días antes de las elecciones, los titulares de la prensa estadounidense alertaban: “La economía más grande del mundo sumó sólo 12.000 empleos el mes pasado”. Y ya se sabe que perder la fuente de sustentación para un residente en Estados Unidos, máxime para un inmigrante ser reemplazado por otro, constituye una suerte de tragedia, lo que avala la mordaz observación del ex candidato presidencial en dos ocasiones del Partido Demócrata, Bernie Sanders: “No debería sorprendernos que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora lo ha abandonado a él”.
Por supuesto que existen otras razones para que distintas clases de electores votaran no tanto por Trump sino contra Kamala Harris. Como, por ejemplo, los que culpan al Partido Demócrata de la decadencia de su país y los que repudian el aborto y aún conservan convicciones machistas y racistas derivadas de la “supremacía blanca”, tan arraigada en la historia de los Estados Unidos. Sin perjuicio, una vez más, de que las motivaciones de género y raza pierden fuelle cuando enfrentan la angustia de las carencias económicas. Sancho Panza, con la sencillez de su humilde extracción, pero también con la sabiduría y la picardía de su singular carácter, que aseguraron la universalidad histórica de su figura, dijo esta misma verdad hace más de quinientos años valiéndose de una simplísima metáfora: “tripas llevan pies, que no pies a tripas”.
Trump, de otra parte, ha sido sumamente hábil para presentarse como un líder anti sistema o anti establisment, cuando lo cierto es que nunca lo ha sido, no, al menos, como pretende que lo consideren. Para empezar, el establisment no es uno solo, lo integran varios segmentos de la élite económica, y Trump se identifica con uno de los más ricos e influyentes de ellos, el de los multimillonarios como Elon Musk y Jeff Bezos, que por la globalización y el riesgo total para los negocios que representa el cambio cualitativo que trajeron consigo las armas nucleares, le hace contrapeso al otrora todopoderoso “complejo militar-industrial” que denunciara Eisenhower hace más de medio siglo.
En resumen, el triunfo de Trump se podría explicar como sigue: en lo económico, en la crisis estructural, ya irreversible, quizás, en la que se halla inmerso el sistema capitalista neoliberal, que no tendría más salida que su cambio profundo por uno más incluyente y controlado, y que, por el momento, en los Estados Unidos ninguno de los dos partidos está en condiciones ni con la voluntad de emprenderlo. Y en lo que corresponde al tema migratorio, la razón de la victoria debe buscarse en el fracaso del Partido Demócrata, de los partidos de izquierda, social demócratas y llamados progresistas, para encontrarle una solución que tome en cuenta los problemas y preocupaciones de los países de origen y de los receptores, pero también los legítimos temores y, ciertamente, la percepción de los emigrantes. Lo que la ultraderecha, en todas partes, tan bien ha sabido explotar con su simplista, pero radical solución, de expulsarlos y prohibir su ingreso al país.
Por lo que alude al principal efecto del próximo gobierno de Trump en su propia nación, baste decir que el cumplimiento de sus promesas electorales llevará el sistema neoliberal hasta sus últimas consecuencias, entre ellas, a los máximos recortes de impuestos y a la máxima desregulación del mercado, a más cargas para las importaciones y la inversión extranjera, a la abolición de las normas que restringen la producción de energía para proteger el medio ambiente, permitiendo cualquier modalidad, incluidas las fósiles y la nuclear, y a la disminución de la inmigración, sin importar el medio, ni que el mismo crecimiento de Estados Unidos pueda salir seriamente afectado, de acuerdo con los expertos. Aunque, dicho sea de paso, este última ha generado tan alto grado de dependencia en la economía norteamericana que bien pudiera ser que en las furiosas amenazas de masivas expulsiones haya más de retórica y demagogia que de otra cosa.
No puede desconocerse, sin embargo, que tales medidas podrían, eventualmente, brindar a los Estados Unidos una cierta recuperación de su economía, o mejor dicho, de su macroeconomía, pero está muy claro que su finalidad mayor no es otra que hacer más ricos a los ricos, incluyéndolo a él mismo, desde luego, que únicamente con haber ganado las elecciones ha visto aumentar su fortuna en no sé cuántos miles de millones de dólares. Aunque tampoco puede descartarse que Trump siga creyendo que esa descomunal riqueza, por el arte del birlibirloque, tal vez, se va a derramar y sacar de la pobreza a los casi 40 millones de estadounidenses que se hallan sumidos en ella, según las cifras oficiales.
En lo que, a grandes rasgos, pueden esperar de Trump otras naciones y regiones, partiendo de su afán de reconducir a Norteamérica a la preeminencia global de que antaño disfrutó, pero, asimismo, de su pragmatismo sin límites, tanto que, como alguien dijo, puede extenderlo hasta donde la espalda pierde su nombre. Está claro, para el caso, que a Benjamín Netanyahu le otorgará lo más parecido a una carta blanca para su declarado objetivo de acabar para siempre con la capacidad militar de Hamás y Hezbolá y liquidar todo vínculo y responsabilidad para con la Franja de Gaza y sus habitantes, son importar el riesgo de que la contienda se extienda a toda la región, ni la seguridad de los rehenes israelíes y menos la de los palestinos. Lo cual no significa, necesariamente, que la posición de Trump con respecto a Ucrania sea más dura que la de Biden. En el fondo, no difieren en lo más mínimo, pues ambas responden a la estrategia geopolítica trazada por los Estados Unidos, desde la creación del Estado de Israel en 1948, para utilizarlo en la protección de sus intereses en el Medio Oriente, mayormente los relacionados con el petróleo. Pero mientras Trump ha sido claro y directo en su respaldo, Biden ha lucido ambiguo, y a la postre, hipócrita, que es lo peor que, después del rídiculo, le puede ocurrir a un político.
Algo parecido puede acontecer con la Unión Europea. La amenaza de Trump de hacer que “pague un alto precio” por no comprar suficientes productos norteamericanos y por no contribuir como deben al presupuesto de la OTAN no pudo ser más tajante, por lo que es casi seguro que le aplicará más aranceles, lo mismo que la volverá a menospreciar, sino despreciar, como lo hizo en su primer mandato, en particular, a Inglaterra, Francia y Alemania, a lo que, como suele suceder, ha contribuido la práctica sumisión de estas a sus dictados. El diario “The Guardian”, de Inglaterra, califica el regreso de Trump como “un desastre para Europa«, en concordancia con la revista Fortune que afirma: «Mientras Alemania se tambalea de crisis en crisis, los analistas temen que Trump, el hombre de los aranceles, pueda ser el desastre de 2025».
En lo que toca a la guerra de Ucrania, es posible que Trump cumpla su palabra de ponerle fin forzando a Zelenski a la negociación, que, de repente, para decir lo menos, con la imprudente y poco inteligente decisión de Biden de autorizar el uso de misiles norteamericanos para atacar a Rusia puede resultar aún más favorable a esta de lo que se esperaba. En lo referente a China, su gran rival, es indudable que también retomará su anterior ofensiva arancelaria para seguir impidiendo -o retrasando- su enorme crecimiento antes que supere a Estados Unidos.
Pero, obsérvese que si ese fuera el camino que siguiera Trump con Rusia y, en especial, con China, el mismo supone un distanciamiento radical de la estrategia de Biden puesto que se decanta por el enfrentamiento comercial en lugar de la confrontación armada. Lo que, como corolario, alejaría, por ahora al menos, el temor a una guerra mundial al que ha estado sometida la humanidad en los cerca de tres años transcurridos desde la invasión de Ucrania. La causa de la paz mundial, por tanto, aunque la decisión no guste a muchos, podría resultar favorecida con su llegada al poder. Y si esto es cierto, quizás pueda decirse que Trump podría ser el que encabece la última línea de defensa de Occidente en el terreno económico, no militar, frente al nuevo orden mundial que se está gestando y que podría acarrear un dramático trastorno del modelo capitalista neoliberal imperante.
Para Latinoamérica, en general, el mayor perjuicio proviene del nombramiento mismo de Marco Rubio como secretario de Estado y de la política comercial de Trump, unilateral y proteccionista, dado el volumen de sus exportaciones al mercado estadounidense, sin que ni siquiera sus más fanáticos admiradores, como Javier Milei, de Argentina, puedan esperar un trato preferencial. Ello, sin contar su terca negación del cambio climático y los gravámenes que podría aplicar a las remesas de los emigrantes, cuyo monto se aproxima ya a los 700 mil millones de dólares anuales. Cuba, Nicaragua y Venezuela afrontarán, muy probablemente, el endurecimiento del bloqueo, mayores sanciones y hasta la posibilidad de una invasión. En lo que atañe a México, han sido tantas sus amenazas que solo atino a recordar aquel triste lamento mexicano: ¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!
Y en cuanto a Honduras, siento que, al más alto nivel, nos espera un trato más grosero que la indiferencia imperial que nos deparó Biden, por lo que el gobierno debe estar preparado para todo, para la deportación masiva de emigrantes, para una mucha mayor presión para que impidamos la salida y paso de estos por nuestro territorio, para que sea revocada la denuncia del tratado de extradición, para que rompamos relaciones diplomáticas con China, para un apoyo a la oposición aún mayor, si cabe, que el observado hasta ahora por la señora embajadora para sacar a Libre del poder en el proceso electoral del próximo año… En fin, para todo.
Tegucigalpa, 20 de noviembre de 2024.
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Abogado y Notario, autor de varios ensayos sobre diversos temas de derecho, economía, política e historia; columnista por cuarenta años de varios diarios, entre ellos, EL Pueblo, El Cronista, Diario Tiempo y La Tribuna, y diputado por el Partido Liberal al Congreso Nacional de 1990-1994. Ver todas las entradas