Chile: El velo de la ignorancia

El plan para el futuro de la ONU y la realpolitik

Por: Pedro Morazán

Buscad ante todo acercaros al ideal de la razón práctica y a su justicia; el fin que os proponéis –la paz perpetua– se os dará por añadidura.

Immanuel Kant, “sobre la Paz Perpetua”

La Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó un “Pacto para el Futuro” que podría ser definido como el mayor intento por salvar el multilateralismo en estos tiempos de policrisis y falacias narrativas. Aunque no parezca, el “Pacto para el Futuro” ha sido el tema central de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) de 2024. El Pacto se basa en tres pilares, desarrollo sostenible, paz y seguridad y derechos humanos y está dividido en cuatro áreas de acción:

Desarrollo sostenible, clima y financiamiento del desarrollo.

Paz y seguridad

Cooperación en digitalización

Derechos humanos y género

Gobernanza global

Para lograr los objetivos de las cinco áreas, se enumeran en el documento un total de 56 acciones, que evidentemente no son vinculantes. Cuando se le da seguimiento a la dinámica de los consensos internacionales, saltan a la vista por lo menos dos cosas. La primera se refiere a que tanto los pilares como las áreas de acción ya fueron definidas por ejemplo en la “Agenda 2030” o en el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, mencionados explícitamente en el Pacto. La segunda es que todo esto aparece como una suerte de bufete o menú de temas, en el que hay de todo y para todos.

A pesar de ello, Rusia hizo todos los esfuerzos para boicotearlo, haciéndolo aparecer como el resultado de la famosa “política injerencista de occidente”. Vladimir Putin utilizó el mismo guion de siempre movilizando a sus pocos aliados: Irán, Siria, Nicaragua y Venezuela que parecían muys esmerados y resultaron ser los más aislados: El “Pacto para el Futuro” fue adoptado por la ONU con la aprobación de 143 países y rechazado por apenas 7. Y no fue “el imperio”, no. Fueron los países africanos los que, afortunadamente, reaccionaron a tiempo para repeler la maniobra de Putin. Es de hacer notar que hubo unas 15 abstenciones, entre las cuales resaltan China y Cuba. Afortunadamente la diplomacia internacional de las Naciones Unidas ya conoce la trama rusa. El intento de Rusia por alterar una resolución que había sido preparada en consultas intensas durante más de dos años y que habían culminado en una cumbre en Abril de este año, fue rechazado de manera implacable por la inmensa mayoría de los líderes mundiales allí representados.

En la Asamblea General participan, por lo general, los más altos representantes de los 193 países miembros. Esto significa que hay por lo menos unos 150 discursos, unos más relevantes que otros. El discurso de Joe Biden o el de Xi Jinping tienen un enorme impacto en la dinámica del evento. Y se volvió costumbre que algunos altos representantes usen el palco de mármol verde de la Asamblea General, como una tribuna solemne para motivar sus seguidores en casa. La mayoría de los discursos son, lamentablemente, carentes de visiones en torno a la agenda propuesta por el cónclave. Un gran número de las falacias narrativas de las piezas oratorias, resultan bastante tediosas pues no aportan nada nuevo. Así por ejemplo, Javier Milei se abstuvo de aprobar el Pacto argumentando que se trataba de “un programa de gobierno supranacional de corte socialista”. En fin, los lugares comunes declamados en un discurso libertario repetitivo que pronuncia a donde vaya, sea en el Foro Social Mundial o en la Bolsa de Nueva York, acusando a lo pobres de su pobreza y elogiando a los ricos por su riqueza.

Por su parte el presidente de Turquía, el musulman Recep Tayyip Erdogan, opinó, por su parte que la ONU amenaza a la familia tradicional mencionando que la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París, en la que actuaron drag-Queens y una modelo trans, «reveló el alcance de esa amenaza». El líder de la República Islámica de Irán, por su parte, utilizó una argumentación religiosa para fundamentar su rechazo a un Pacto que promueve la igualdad de género. Sería innumerable la larga lista de narrativas que caracterizan los discursos de los lideres mundiales que, por lo general, desaprovechan la oportunidad de hacer hincapié en la idea kantiana de la “Paz Perpetua” basada en la cooperación multilateral y el respeto mutuo entre los Estados. Este año la Asamblea General ofreció un momento estelar con un Pacto del que me gustaría resaltar dos aspectos importantes, entre muchos otros: El financiamiento al desarrollo sostenible y la reforma del Consejo de Seguridad.

La Agenda 2030 y el desarrollo sostenible

Como bien se sabe, la Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible, fue acordada en la Asamblea General de 2015, de una manera un tanto más solemne que el actual Pacto para el Futuro. Sin embargo, el Pacto reconoce que los avances en materia de desarrollo sostenible están revirtiéndose y que el progreso en la mayoría de los Objetivos avanza demasiado lentamente o ha retrocedido por debajo del nivel de referencia de 2015. Lo mismo se puede decir sobre los derechos humanos el cambio climático, la pérdida de biodiversidad. Debido a ello no es pues una sorpresa que la Acción número 1 del Pacto se un llamado a tomar “medidas audaces, ambiciosas, aceleradas, justas y transformadoras para implementar la Agenda 2030, alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible y no dejar a nadie atrás.”

Si bien es cierto que toda esta retórica puede resultar repetitiva, valdrá la pena redoblar los esfuerzos para que se puedan implementar algunos aspectos importantes de la agenda. Los recursos financieros continúan siendo una especie de manzana de la discordia. Existen una serie de foros paralelos que ofrecen más agilidad que la Asamblea General a la hora de implementar estrategias de cooperación más adecuada. En mi opinión es el “G-20” la estructura que ha demostrado más dinamismo.

Esto resulta más evidente a la hora de analizar las iniciativas que se discuten en dicho gremio en torno a la reestructuración de la deuda externa y la de promover un fortalecimiento de los bancos multilaterales de desarrollo (BMD). Lamentablemente los esfuerzos de reducir la carga de la deuda de los países de mas bajos ingresos a través de un “Marco Común para el Tratamiento de la Deuda” han fracasado. Sin embargo, sin un mecanismo multilateral de renegociación de la deuda los retos futuros no podrán ser asumidos. Esta nueva crisis de la deuda es el resultado del alto endeudamiento con el sector privado, los BMD y acreedores bilaterales como China.

El fortalecimiento de los BMD para asumir los retos enunciados en el Pacto es indiscutible. Todos los expertos coinciden que es necesario aumentar la cartera de préstamos de dichas instituciones. Es de hacer notar que estamos hablando aquí, no solamente de los tradicionales Bancos Multilaterales como el Banco Mundial o los regionales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sino también de Bancos subregionales como el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE). Ninguno de los ambiciosos proyectos de infraestructura que tienen los países de Latinoamérica podría ser financiado con recursos nacionales, sen estos públicos o privados. De allí que sea necesario intensificar el debate en torno a la forma en que se puede incluir el tema de los BMD en el debate de la reforma de la arquitectura financiera internacional, en la que los “viejos temas”, cooperación fiscal internacional inclusiva y eficaz, requieren de una solución sostenible.

La reforma del Consejo de Seguridad

El Capítulo V del Pacto se refiere a la transformación de la gobernanza global. Al analizar los discursos de la mayoría de los lideres participantes en la Asamblea General se puede notar cuan encontradas aparecen las posiciones en torno a este tema. El actual sistema multilateral, del cual es parte la ONU, fue establecido tras la Segunda Guerra Mundial, de la que surgieron los Estados Unidos de América (USA) como una potencia hegemónica frente a la Unión Soviética y el llamado Bloque del Este. Después de la caída del socialismo real, dicho sistema se encuentra bajo una presión sin precedentes. Como bien lo decía Milei en su perorata (no todo era desechable), dicho orden multilateral le trajo a la humanidad una era de progreso sin precedentes.

Ejemplos de ello es el surgimiento de una serie de potencias regionales emergentes, como Brasil, Turquía o Arabia Saudita y de una nueva potencia global como China. Si después del final de la Segunda Guerra Mundial la estructura del Consejo de Seguridad de la ONU con sus cinco miembros permanentes (USA, Federación Rusa, Reino Unido, Francia y China) jugaron un papel importante para evitar una conflagración de consecuencias devastadoras, el surgimiento de nuevas potencias vuelve obsoleta la estructura actual. No obstante, actualmente parece imposible alcanzar un consenso. Las potencias emergentes que no tienen derecho a voto dentro de dicha estructura, contribuyen a crear inestabilidad estableciendo coaliciones ad hoc en conflictos geopolíticos como la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania.

Uno de los aspectos cruciales del “Pacto para el Futuro” es la Acción 39, en la que se aspira a reformar “el Consejo de Seguridad, reconociendo la urgente necesidad de hacerlo más representativo, inclusivo, transparente, eficiente, eficaz, democrático y responsable.” Evidentemente que esta no es tarea fácil. Como bien se sabe, en el Nuevo Consejo no pueden estar representados todos. La cosa no es fácil. Tomemos por ejemplo los nombres que más resaltan a la hora de hablar de su ampliación: India, Brasil o Turquía, para solo mencionar unos cuantos. Como potencia atómica y económica dinámica, la India es un candidato sobresaliente, sin embargo, tanto China como Pakistán, han logrado con éxito ahogar las aspiraciones de ese gran país. Latinoamérica necesita indiscutiblemente un representante, sin embargo, hasta ahora los esfuerzos de Brasil no cuentan con el apoyo suficiente ni de México ni de Argentina, países con propias y justificadas aspiraciones. Las aspiraciones de Turquía, por su parte, no cuentan ni con el apoyo de Arabia Saudita ni mucho menos con los de su rival Irán.

Es por ello que el optimismo de la ONU en su “Pacto para el Futuro” al hacer el llamado para continuar los debates sobre la cuestión de la representación de los grupos trans-regionales en el Consejo de Seguridad adquiere a veces un cierto matiz surrealista. El documento aspira a que se tengan en cuenta los intereses de los pequeños Estados insulares en desarrollo, los Estados árabes y otros, como la Organización de Cooperación Islámica, para solo mencionar otros cuantos. El total de miembros de un nuevo Consejo de Seguridad debe combinar eficiencia con representatividad. Como bien se sabe, mientras más grande el número de participantes, menor es la eficiencia.

No hay ninguna duda que se trata de un reto enorme para la diplomacia multilateral. Como bien se sabe hay, por lo menos, dos inconvenientes principales. En primer lugar, el “Pacto para el Futuro” no es vinculante para todos los Estados según el derecho internacional y, en segundo lugar, todos han acordado adoptar el documento por consenso. La gobernanza multilateral parece aún más frágil desde la invasión a Ucrania. Por eso quizás el primer paso debería ser el de condenar los planes de Rusia de modificar su doctrina de disuasión nuclear, propuesta por el presidente Vladimir Putin en plenos debates de la Asamblea General de la ONU. Es muy difícil imaginarse una reforma del Consejo de Seguridad de la ONU bajo las tales circunstancias.

En conclusión, la ONU parece estar ante una verdadera encrucijada y las potencias emergentes como Brasil y la India deberán, más temprano que tarde, asumir su cuota de responsabilidad estructural. La amenaza de usar armas nucleares para resolver cualquier tipo de conflicto, podría conducir a una verdadera catástrofe sin precedentes. El Plan de Paz propuesto por Vladimir Zelensky a la Federación Rusa está sobre la mesa y parece una opción a ser tomada en cuenta. Dicho plan no sería otra cosa que retornar a los principios de la Carta de las Naciones Unidas. Para implementar la Realpolitik es a veces necesario un esfuerzo diplomático en el que se asuma la cuota de responsabilidad estructural que tienen cada estado, incluidas las potencias emergentes.

  • Pedro Morazán
    Doctor en Economía e investigador del Instituto SUEDWIND de Bonn, Alemania. especializado en desarrollo y deuda externa, y ha realizado estudios para el EDD en África y América Latina Ver todas las entradas

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