El reto de Bukele

El nuevo orden mundial de Trump

Reflexiones

Por: Rodil Rivera Rodil

Mientras surgen elementos más precisos para opinar con mayor conocimiento de causa sobre nuestra política vernácula, y más concretamente, acerca de las próximas elecciones primarias, no hay duda que lo más interesante de analizar en el campo de la política en general es el brusco cambio de rumbo que han tomado los acontecimientos internacionales con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Y más específicamente, los relacionados con el nuevo orden mundial que se ha estado gestando en los últimos años a raíz de los profundos cambios que se han producido en el planeta desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo, desde la debacle de la Unión Soviética y la sorpresiva irrupción de China como la primera potencia en ser capaz de superar a Norteamérica en el terreno económico y, en algún momento, en el militar.

En su enjundiosa obra “El orden mundial”, publicada en el 2016, Henry Kissinger asevera que jamás ha existido tal cosa como el orden mundial y que los sistemas de relaciones internacionales más parecidos que se han discurrido han sido: el derivado de la Paz de Westfalia, de 1648, al finalizar la Guerra de los Treinta Años, que duró 150 años; los acuerdos del Congreso de Viena, de 1815, después de la caída de Napoleón, que dieron origen al denominado “Concierto de Europa”, que perduró por 100 años; el mundo bipolar de la Guerra Fría, de 1946 a 1991, de apenas 45 años, y, por último, el período de 1991 a la fecha, hace 34 años, que Kissinger llamó “del fin de la historia”, valiéndose, quizás irónicamente, del nombre del conocido libro del japonés-norteamericano, Francis Fukuyama.

Con anterioridad a este segundo mandato de Trump  -es evidente que en el primero aún no tenía una idea muy clara de lo que haría en este tema-  la política de Estados Unidos, o más bien, de los gobernantes demócratas y, particularmente, del expresidente Biden, era la de preservar su hegemonía mundial oponiéndose radicalmente por todos los medios, incluyendo la fuerza, al orden multipolar, digamos abierto e incluyente, propuesto por China, Rusia y por muchos otros países como la mejor alternativa para disipar la amenaza de una tercera guerra mundial que, desde la invasión rusa de Ucrania en febrero del 2022, se ha cernido sobre la humanidad.

En contraste, el proyecto de Trump luce muy simple, se contrae al reparto de las distintas áreas de influencia del globo únicamente entre los Estados Unidos, China y Rusia, las tres mayores potencias de la actualidad. En otras palabras, un orden de un descarnado pragmatismo, muy similar al bipolar que imperó el siglo pasado, pero sin la peligrosa hostilidad que lo caracterizó, y planteado en su mejor estilo de empresario sin ningún escrúpulo ni comedimiento, y neoliberal sin bridas y sin estribos, pero que no quiere embarcar a su país en una guerra total, porque además de no estar seguro de ganarla, nunca será buena para los negocios. Dicho sea de paso, el extremismo político ideológico de Trump sobrepasa todos los límites, al grado que tiene confundida a la ultra derecha de todo el mundo, que se ha dividido en un sector que lo apoya, sin saber exactamente por qué, y otro que lo adversa casi tanto como la social democracia, por lo que está siendo arrastrada a diferencias en su seno jamás antes vistas.

La distribución de esferas de predominio que quiere Trump tampoco constituye una novedad, pues no difiere mucho de la que acordaron hace 218 años, el 25 de junio de 1807, Napoleón Bonaparte y el zar Alejandro I de Rusia, en la reunión que sostuvieron en una balsa en el medio del río Niemen, en la ciudad de Tilsit, en ese entonces bajo el dominio de Prusia, y hoy de Rusia, que puso término a la llamada “Guerra de la Cuarta Coalición” de las monarquías europeas contra la Francia imperial del primero. Y, más recientemente de la que se pactó en el encuentro en Yalta entre Estados Unidos, Rusia e Inglaterra, en febrero de 1945, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial.

En Europa se achaca a Trump querer reconducir a los Estados Unidos a las prácticas imperialistas, como si alguna vez las hubiere abandonado. Dan Smith, director del Instituto Internacional de Estudios para la Paz, de Estocolmo, expresó: “Me parece que va más allá de las esferas de influencia. Me suena como explícito imperialismo”. Nathalie Tocci, directora del Instituto de Asuntos Internacionales italiano apunta: “Sin duda avanzamos hacia un orden de esferas de influencia. Un mundo peor que el anterior, un mundo imperial, en el cual EE UU, Rusia y China se consideran potencias imperiales”. Y Andrea Rizzi, corresponsal global de diario El País, agregó: “Ahora, como se ha comprobado este fin de semana en la capital bávara (Munich), Estados Unidos también se adscribe a una lógica de rasgos imperialistas, pretendiendo decidir la suerte de un continente sin consultar siquiera con sus aliados”.

No se percatan, sin embargo, estos señores, amén de la escasa autoridad que tienen los europeos para opinar sobre el tema del imperialismo, que con esta recriminación se llevan de encuentro a la propia Unión Europea, cuyo malestar suena igual de imperialista, pues perfectamente puede entenderse que obedece, más que a otra cosa, a que será marginada de los grandes beneficios que traerá consigo el tratado de paz con que eventualmente concluya la contienda. Entre ellos, y por el precipitado ofrecimiento del presidente Zelensky  -cuyas consecuencias busca evadir ofreciendo renunciar al cargo-  el acceso a sus recursos, gas, petróleo, puertos, y cómo no, a las tan valiosas “tierras raras” que existen en Ucrania, que solamente a los Estados Unidos, vale decir, a sus transnacionales, puede representarles en concepto del 50 por ciento que demanda Trump de su explotación, más de ¡7 billones de dólares, es decir, 14 veces más que el medio billón que alega este que se le debe por la ayuda que le ha brindado hasta ahora y por la que le dará en el futuro!

No obstante, la relegación al tercer lugar, su peor fracaso electoral, y el ascenso de la extrema derecha en las elecciones del pasado domingo en Alemania  -la social democracia de Europa no parece haber comprendido aún el alcance de la torpeza que, entre varias otras, cometió al plegarse incondicionalmente al arbitrio de Biden en lugar de asumir el rol protagónico de mediadora en el conflicto de Ucrania y hacer lo imposible por prevenir la guerra que se veía venir y de la cual, paradójicamente, está saliendo como la mayor perdedora después de Ucrania. Este error, probablemente irreversible, junto con las sanciones que le impuso a Rusia (pues resultó mucho más afectada que esta) solo sirvió para acelerar el deterioro económico que ya venía sufriendo y hasta para que Putin les devuelva a los dirigentes europeos la satanización que hicieron de él. Y quien ahora se burla del triste papel que está jugando “una Europa dividida, sin liderazgo suficiente, que ya no es la potencia que creía ser y menos al par de las tres grandes, por su insuficiente fortaleza y autonomía militar y tecnológica”. O, dicho de otro modo, por la lógica inexorable que se halla detrás de toda correlación de fuerzas, a la que el expresidente ruso, Dmitri Medvédev hizo alusión con este mordaz comentario publicado en las redes sociales: La Europa solterona y fría está loca de celos y de rabia. Muestra su verdadero papel en el mundo y sus posibilidades de conseguir un marido. No es de extrañar. El tiempo de Europa ha terminado. Es débil, fea e inútil”.

El poder nuclear de Francia, que algunos voceros de la Unión Europea han sacado a colación para justificar su supuesto derecho a participar en las negociaciones con Rusia, es poco menos que insignificante, si no ridículo, en comparación con el de los tres grandes, por llamarlos así, sin contar que es el único que, tal vez, podría tomarse en cuenta, puesto que el de Inglaterra, que ya no forma parte de la Unión, es como si no lo tuviera, dado que no puede disponer de él sin la autorización de los Estados Unidos.

Solo la gran frustración que se percibe en los líderes de la Unión Europea por haber sido excluidos de las negociaciones explica, entonces, el abierto y poco inteligente choque que ahora están provocando con Trump al persistir en un ciego sostén a Zelenski con una absurda retórica belicista, que más suena a bravata, de que no puede haber negociaciones ni acuerdo de paz sin la Unión y de que esta se las podrá arreglar sola para proporcionarle la enorme ayuda económica y militar que exige. Y cómo lo harán, si no han podido subir su gasto militar al 2% de su PIB, como les han reclamado los Estados Unidos desde hace tiempo y que, para colmo, Trump ha elevado al ¡5 por ciento! Y ni siquiera les ha sido posible adoptar una resolución con respecto a si están dispuestos o no a enviar tropas a combatir a Ucrania y, si llegaran a hacerlo, cuántas serían.

Y es que no es nada sencillo que 27 países, igualmente soberanos, independientes y con diversos intereses, lleguen pronto a consensos que superen las incontables contradicciones que desde el principio han habido entre ellos sobre un problema tan complejo como es el de Ucrania. Y por lo que respecta a las quejas del señor Zelensky por la posición adoptada por Trump, pero anunciada sin ambages desde su campaña electoral, como hablar con Putin sin informarle a él previamente, lo único que ha conseguido es que el magnate lo reprenda acremente y lo culpe de ser el responsable de la guerra: «Nunca debiste haberla comenzado… “Zelenski es un presidente completamente incompetente, hace declaraciones ridículas…Un comediante de modesto éxito…Un dictador sin elecciones«.

De otro lado, no parece que el presidente ucraniano esté consciente de la poca sensatez que demuestra al enzarzarse en un duelo de insultos con Trump, como se lo ha advertido el vicepresidente de Estados Unidos, David Vance: «Se arrepentirá de hablar mal del presidente. Todos los que conocen al presidente le dirán que es una forma atroz de tratar con esta Administració. Y, asimismo, se lo aconsejan altas personalidades de Ucrania, como el exministro de Economía, Timofei Milovanov: Todos sentimos emociones negativas hacia Trump, pero en estos momentos es importante contenerlas. Por muy injusto que sea, es importante que la situación no caiga en lo personal. No puedes ganar a Trump con sus métodos”.

Pero volviendo al plan del mandatario norteamericano, no olvidemos que en él va incluida la manipulación de las tasas arancelarias para la recuperación de la economía estadounidense, un medio, ciertamente, más eficaz y expedito que la confrontación a que recurrió Biden, y sin duda, el más idóneo para, cuando menos, retrasar el adelantamiento, o sorpasso, como ahora se dice, de su país por China, si no se revierte, claro está, contra los mismos Estados Unidos como auguran algunos entendidos. Pero no será fácil. China ha probado hasta la saciedad su extraordinaria capacidad de sortear los obstáculos que Estados Unidos, o tal vez sea mejor decir, el capitalismo neoliberal, ha ido poniendo en su camino, en tanto que este no ha podido detener su propio declive.

Pero la estrategia de Trump va más allá todavía, pues todo indica que hará cuanto pueda para poner a su completo servicio, si es que no convertir en cuasi colonias, a cualquier nación o región del orbe que se le antoje o que esta no pueda evitarlo  -como lo está sondeando con Panamá, Canadá y Groenlandia, nación constituyente del reino de Dinamarca-,  lo cual, si lo consigue desde luego, contribuirá a su reforzamiento frente a China, y según reitera Trump, al beneficio de ellas mismas. Aunque, ¡vaya usted a saber en virtud de qué extraño artificio podría pasar tal cosa!

Y qué podría hacer el resto del mundo para detener a Trump. Muy poco, me parece. Y aun suponiendo que China y Rusia siguieran respaldando la opción multipolar, más amplia y popular, pienso que tampoco sería gran cosa lo que podrían hacer sin afrontar el riesgo de una conflagración mundial. No obstante, será muy interesante de ver lo que hace la Unión Europea  -aparte de rogarle que la invite a las negociaciones con Putin-  para intentar abortar las intenciones de Trump, al menos en parte, y no faltaba más, para hacer negocio ella también. Los negocios son los negocios, con materiales raros, con materiales abundantes, con la paz, con la guerra. Bah. Qué más da. Pero algo debe ganar Europa, aun cuando sea un gesto simbólico de Trump que le ayude a evocar su antigua grandeza. Y así, la social democracia podría consolarse pensando en que, parodiando al rey Francisco I, de Francia, luego de ser derrotado por Carlos V de España y ser capturado en la Batalla de Pavía el 24 de febrero de 1525, “todo se habrá perdido, menos el honor”.   

Reflexiones como estas siempre me recuerdan, distinguido lector, cuán injustificadamente se ha tildado a Maquiavelo de maquiavélico, y más aún, cuánto le debe el mundo, y más que nadie, los políticos, a este genio, el primero que captó a profundidad la esencia de la política, de la real politik, o lo que es igual, de la verdadera política.

Tegucigalpa, 25 de febrero de 2025.          

  • Abogado y Notario, autor de varios ensayos sobre diversos temas de derecho, economía, política e historia; columnista por cuarenta años de varios diarios, entre ellos, EL Pueblo, El Cronista, Diario Tiempo y La Tribuna, y diputado por el Partido Liberal al Congreso Nacional de 1990-1994. Ver todas las entradas

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