Por: Víctor Meza
Los falsos remedios conducen siempre a falsas curaciones, de la misma manera que las malas decisiones no pueden generar buenas soluciones. Lógica simple de la vida cotidiana. Sin embargo, la sabiduría popular, por muy divulgada y arraigada que esté, no siempre está presente al momento de tomar decisiones y buscar la solución de los conflictos.
Se nos ocurre esta sencilla reflexión por lo siguiente: el nuevo jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, un general de rostro adusto y apariencia de hombre serio y, según dicen, muy atento y educado, en sus declaraciones a la prensa advirtió sobre su disposición a hacer frente a las protestas populares con el rigor debido y la voluntad necesaria para ponerles fin y restaurar el deteriorado orden público. O sea que no vacilará en utilizar a los soldados, ya sean de la Policía Militar o del Ejército, para reprimir la protesta y aplacar, según él, el descontento de la gente que, con justa razón y sobrada paciencia, se siente indignada y burlada por el descarado fraude electoral que el gobernante y su partido le han hecho a la voluntad popular. Las declaraciones de advertencia, ofrecidas pocos días después de haber sido ascendido a su cargo actual y salpicadas de reiteradas invocaciones a la voluntad divina, merecerán más adelante un análisis detenido y una interpretación más abundante. Será después, ya que por ahora nuestra urgencia es otra.
La represión, dura y constante, no aplacará ni eliminará la justa cólera de la ciudadanía. Al contrario, puede ser que la intensifique y le de nuevos motivos para crecer y multiplicarse. Así lo enseña la historia, pasada y reciente. Bastaría con que los jefes militares vuelvan a sus libros de historia militar y comprueben los resultados que ha producido la represión abierta y descabellada en otras latitudes, lejanas y cercanas. Cuando los ejércitos abandonan su función natural de la defensa externa y se dedican a la represión interna, más temprano que tarde terminan convertidos en ejércitos de ocupación en contra de su propio pueblo. La violencia no contiene la indignación, pero a veces puede ser “la partera de la historia”, sobre todo cuando la sociedad está preñada de ansiedad por el cambio y transformación contenida, antesalas de las revoluciones.
Si la represión se concentra será fuerte y muy dañina, pero no podrá ser eterna. Si la represión se dispersa, se debilita y, al final, se agota. Y al revés: si la protesta se concentra, se vuelve vulnerable, pero si se dispersa y diversifica, social y territorialmente, entonces se consolida y fortalece. Con el inevitable resultado de que gradualmente se va volviendo autónoma a nivel regional, es decir genera una “autarquía operacional” que se alimenta de buena información, sólido apoyo poblacional y una base social que, en la medida que se indigna más, con mayor velocidad se amplía y refuerza. Revisen las experiencias de los países vecinos y aprenderán unas cuantas y útiles lecciones de la historia. Y si prefieren la lejanía, revisen las enseñanzas de las diversas intifadas de los palestinos frente al ejército israelí.
La represión, a corto, mediano y largo plazo, sólo sirve para aumentar la brecha que ya separa a los soldados del pueblo que los alimenta y mantiene. Es una fuente de resentimiento y furia, de ira acumulada, de ansiosa espera por el momento en que llegue “el turno del ofendido”.
La represión, pues, no es la salida del conflicto ni mucho menos la solución del problema. Es más bien un nuevo problema, un peligroso ingrediente adicional a la crisis post-electoral. Y si esto es así, parece que la solución habría que buscarla por la vía del diálogo, pero no del que promueve el gobernante, que más parece una tertulia gigante entre amigotes y compinches. Lo que se dice, una misa entre obispos.
El diálogo, para que sea en verdad un instrumento útil de entendimiento y solución, debe tener al menos tres características básicas: actores adecuados, agenda mínima consensuada y compromiso y voluntad reales (aspecto vinculante) de cumplimiento de los acuerdos. Puede haber otros componentes, pero si falta uno de estos tres, el diálogo comienza mal y cojea por todas partes. Esa ha sido mi experiencia en los diálogos en los que he participado como protagonista: el Diálogo Nacional del año 2007 y el Diálogo Guaymuras de octubre de 2009.
Los relativos avances o sensibles retrocesos que se produjeron en ambas iniciativas, siempre estuvieron relacionados con alguno de los tres factores ya mencionados. Si a esos factores le agregamos la participación de un mediador internacional, que tenga la suficiente credibilidad pública y el necesario respaldo moral, las posibilidades de hallar salidas inmediatas y soluciones posteriores serán cada vez mayores. Al menos, eso es lo que creo.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
Un comentario
pero don victor y como ud bien sabe, el aferrado no entiende de dialogos mas alla de sus socios y amigos mas cercanos, tales como cabecillas religiosos diezmeros del erario publico, la oligarquia parasitaria,bastantes dueños de medios de comunicación que tienen pautas publicitarias con el indómito muy jugosos por cierto, y para no abundar mas los engendros de maletín que astutamente creo y financio para bien propio. Mientras el dictador tenga la venia del departamento de estado norteamericano o sus propios correligionarios cachurecos y nacionalistas no se harten de el y sus fatales decisiones, el indómito seguirá en la cúpula del pastel, cuando estos se sientan traicionados , marginados, etc, le darán la espalda y a la vez voltearan con daga en mano para clavársela. Mientras en la real oposición persistirá el enfado, indignación, impotencia, la ingobernabilidad continuara, aquello de crear en 4 años venideros 600 mil nuevos empleos eso hay que ser minimamente bobo para tragarlo, las ZEDES es una ilusión, nadie vendrá a arriesgar billete en arenas movedizas.