Cuando el ábside del cielo se entenebre

El estertor

Por: Julio Raudales

«Sábete Sancho, que todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal sea tan durable y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está muy cerca.»

Don Quijote de la Mancha.

Mil noventa y cinco días concluyeron ya, desde que aquel 31 de diciembre de 2021 diera paso por fin al así llamado “Año de la refundación”. Todo era himnos y júbilo en aquella, ahora lejanísima noche vieja. Las expectativas a tope: 200 años de vida republicana, la primera mujer presidenta, el sempiterno bipartidismo, por fin, fuera del gobierno, el restañar de las heridas que nos dejara el golpe de estado de 2009. ¡En fin! la esperanza del inicio de la reconstrucción de una nueva Honduras.

Pero ¿No será que nos excedimos en nuestras expectativas? O tal vez, el entusiasmo de miles de jóvenes militantes deseosos de un cambio genuino, mujeres luchadoras por la igualdad, antiguos revolucionarios e intelectuales orgánicos de izquierda, excedió sus posibilidades de generar los cambios que esta sociedad demanda por dos siglos de sufrimiento y marginamiento.

Tres años para darse cuenta de que, en la cruda realidad, las cosas no son como lucen desde la revuelta callejera; que gobernar exige pericia y una inteligencia superior, que diseñar y echar a andar políticas públicas efectivas, requiere, no solo de voluntad y enjundia, que se necesita un equipo multidisciplinario y comprometido, que, más allá del panfleto y la consigna, se necesita coherencia, honestidad y objetivos claros.

No basta con saber lo que no queremos, es indispensable tener un rumbo fijo, tener claro lo que deseamos como sociedad y sobre todo, contar con un plan bien estructurado, con objetivos, metas y acciones de corto y mediano plazo bien definidas, con indicadores medibles y, sobre todo, un liderazgo que sepa distinguir claramente las prioridades. Al fin y al cabo, las necesidades siempre serán infinitas y los medios nunca dejarán de ser limitados.

¡Lástima que las cosas no funcionaron como la gente buena de Honduras pidió aquella noche vieja de 2021! Los políticos del partido que nos gobierna, solamente demostraron su mala sangre, su actitud similar o peor a la de cachurecos y colorados, militares y áulicos que gobernaron sin pudor y sin conciencia para concebir leyes e instituciones abiertas e inclusivas durante doscientos años. Queda claro entonces, que están cortados todos por la misma tijera, que no hay ganas de cambiar.

Y entonces ¿Qué hacer?

Llegamos al estertor de la administración Castro y queda claro que no se logró ni en un ápice el cambio por el que centenares de miles votaron el último domingo de noviembre del año del bicentenario. Las amenazas continúan siendo las mismas: Inseguridad jurídica, pobreza, inequidad en las oportunidades, pero sobre todo, decisiones tomadas sin razón de vida.

Toca cargar, además, con la explícita amenaza del nuevo presidente de los Estados Unidos, quien ya anunció que enviará al país, un número no menor de migrantes que, faltos de residencia y permiso de trabajar, podrían llegar al país en los próximos meses, sin recursos y sin un trabajo que les permita olvidar por qué tuvieron que huir de su patria.

El fin de año es propicio para hacer un llamado a reflexionar y actuar.  Vale la pena entonces, tener presentes las palabras que Antonio Gramsci escribió para presentar uno de sus llamados recurrentes a fundar un nuevo orden: “…Es menester invitar a los mejores y lo más conscientes a pensar sobre el problema, para que cada uno desde su esfera de competencia, empiece a colaborar en la solución […] Quién de manera genuina aspira a un fin, tiene también que aspirar a conseguir los medios”.

Si queremos sacar a nuestro país de su difícil situación debemos empezar por fomentar un debate a la altura de las circunstancias. La vida intelectual de nuestro país es pobre, siempre lo ha sido. No hemos tenido pensadores orgánicos capaces de establecer una hegemonía que se gane al construir consenso sin coerción.

Pero la oportunidad continúa allí. Ojalá y nosotros, las ciudadanas y ciudadanos aprendamos a aprovecharla para no tirar por la borda el mañana que las generaciones venideras nos reclaman. Cada 31 de diciembre es propicio para recordárnoslo y más hoy, cuando con el año, inicia la agonía de esta administración.

No me atrevo a decir feliz 2025, está claro que la felicidad no es para todos. Solo deseo un año más democrático que el que se nos va. Eso ya es demasiado.

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