Por: Rodolfo Pastor Campos
Ha vuelto a ladrar Trump, “exonerado” y envalentonado por su fiscal a modo después de la larga investigación que no logró ni comprobar ni descartar los cargos de colusión o de obstrucción de la justicia que se le venían señalando al mafioso magnate desde la época de la campaña de 2016. Con un nuevo ciclo que ha iniciado afligido hacia una difícil reelección, vuelve a la carga con su característica perorata racista y xenófoba, diseñada para reagrupar a su base de fanáticos, un vergonzoso 30% del electorado de la potencia imperial. Amaga a diestra y siniestra, con cortar ayudas a los países destrozados del Triángulo Norte de donde siguen brotando los refugiados, que a su vez saturan la frontera estratégica, que amenaza con cerrar.
Habrá que ver si también muerde. Los antecedentes son ambiguos, muchas veces ha lanzado insultos estridentes y ataques virulentos solo para replegarse a último momento. Pero varias veces ha cumplido con grotesca contundencia sus cantares, ante la mirada atónita e incrédula del mundo entero. Cual chivo en cristalería, ha destrozado convenciones y estirado límites, poniendo en riesgo entendimientos antiguos y equilibrios delicados, provocando asombro y preocupación. Muchas veces causando daños difíciles de reparar y sufrimiento tan inhumano como innecesario. Y qué se le va a hacer, si está en el poder.
Poco es posible, además de abrazar al ser querido y persignarse el creyente. Al fin y al cabo, no solo es un demente en el poder, si no que encabeza el gobierno de la superpotencia del viejo orden unipolar en un momento en que un nuevo orden multipolar puja por nacer. Eso tiene implicaciones tan intrigadas como perturbadoras, tan inciertas como peligrosas. Es volátil no solo el vaivén del capricho personal, sino el impacto que este tiene sobre el establishment imperial y el efecto que provoca sobre la política global. El alcance de la amenaza de este péndulo perverso es tan amplio como profundo. No hay rincón de la tierra que esté a salvo y por ende nadie debe ignorar el riesgo inminente.
Para comprender la magnitud de la emergencia, basta con repasar el escenario más inmediato, el que más directamente nos afecta y nos debe afligir. Dejemos por ahora archivadas las angustias de un Medio Oriente enfrentado y la guerra comercial con China, aunque de ninguna manera suponga la distancia que estemos exentos de sus efectos. Intentemos igualmente descansar del estremecedor prospecto de una prolongada guerra entre proxies en nuestro propio hemisferio, enfrentadas las potencias globales por el control de las riquezas regionales. ¿Qué decir del cambio climático ignorado y acelerado, y sus apocalípticas repercusiones? Pero concentrémonos para propósito de la presente reflexión en el ombligo de nuestro continente.
A finales de la semana pasada trascendió, desde Miami para variar, que en una reunión que sostuvieron ahí las secretarías de seguridad y gobernación de EEUU y México, se mencionó con preocupación y enojo la conformación, en tierras hondureñas, de la “madre de las caravanas”, que estaría agrupando a más de 20,000 migrantes prestos a salir pal norte. Esto tomó por sorpresa a las autoridades hondureñas, quienes reaccionaron con intrigante indignación ante la novedad declarada por la secretaria mexicana, Sánchez Cordero. Fue tal el asombro de la cancillería hondureña que se acusó desde ahí a las autoridades mexicanas de inventar la supuesta caravana con el propósito de engañar. Delicada acusación. Más incómodo aún fue que se diera este enredado enfrentamiento diplomático al momento en que la secretaria norteamericana Nielsen anunciaba desde Tegucigalpa un “histórico acuerdo” alcanzado entre las autoridades centroamericanas y su gobierno para enfrentar conjuntamente lo que denominan como las raíces criminales de las caravanas.
Habría sido suficientemente confuso el entuerto ya planteado, sin que un día después el Presidente Trump enfurecido anunciara por un lado a los gobiernos de los recién celebrados socios centroamericanos que cortaría toda ayuda de su parte y por otro amenazara al nuevo mandatario mexicano (a quien su yerno, el influyente Kushner, recién visitó en una cena semi secreta) con cerrar la frontera entre ambos vecinos. La acusación fue contundente, no están haciendo nada, a pesar de nuestra ayuda, para detener los ríos de alienígenas invasores. Con la cola entre las patas regresaban a casa Jared y Kirsten, ofendidos quedaban los aliados agraviados.
Mientras las autoridades mexicanas reaccionaron llamando a la calma y a la cordura, pidiendo paz y amor y recordando el respeto necesario para la convivencia, los socios centroamericanos reaccionaron de manera variopinta, desde el silencio revelador del cuestionado guatemalteco saliente, la presunción del salvadoreño entrante y la bravuconada del impuesto Ebal, desestimando el valor del apoyo cancelado. Más a pesar de los pesares, poca claridad trasciende el ruido de las declaraciones. Pocos mencionan las raíces profundas detrás de esta crisis, sembradas por años de intervención, imposición e injerencia imperial. Y en ninguno de los casos parece reconocerse la responsabilidad y la enormidad de la tragedia en ciernes y las implicaciones que esto puede tener para la paz y la prosperidad de nuestros países.
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Las pérdidas serían multimillonarias si los flujos de intercambio fueran interrumpidos con un cierre tan siquiera parcial y temporal de la frontera entre México y EEUU. La crueldad sería brutal al pretender encerrar a los miles de miserables que intentan escapar del infierno, prohibiendoles toda salida. Las consecuencias serían catastróficas para todas las partes y los gobernantes de turno tendrían todos sangre en sus manos. Porque no serían solo los pocos dólares que dejarían de llegar mediante los modestos programas de asistencia actuales. Ni sería solo la tristeza de los tiranos y los títeres regañados y despreciados por el patrón.
Segura y lamentablemente, sin importar los discursos de severo odio, seguirían fluyendo los fondos para los fusiles de los regímenes represores, quienes bajo presión violarían aún más derechos y libertades, cometerían aún más crímenes y abusos, y profundizarían sus tendencias autoritarias. El desempleo y la falta de oportunidades crónicas, la violencia y la injusticia sistémicas, se agudizarían. Y en un perverso y vicioso círculo se reproduciría la miseria irónica de la política imperial, causando estragos que luego exige contener y no sabe corregir, castigando al que resiste y criminalizando al que huye.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas