A parir, las mujeres a parir… Queremos más bebés…Que se ponga de moda tener mucha descendencia…Estamos a favor de la familia para que crezca la Patria… Necesitamos familias más numerosas…son expresiones que reflejan una suerte de culto a la fecundidad pronunciadas recientemente en discursos de jefes de Estado.
Por: Susana Reina/Latinoamérica21
El culto a la fecundidad, un fenómeno que estuvo presente en diversas culturas a lo largo de la historia, se centraba en la veneración de la fertilidad como un principio vital a través de rituales y prácticas que celebraban la abundancia de la tierra, los animales y los seres humanos. Este enfoque pareciera tener raíces en la necesidad de garantizar la supervivencia de las comunidades, donde el aumento de la población se asocia con la prosperidad y continuidad cultural.
¿Es posible hoy hablar de un culto a la fecundidad moderno? Varios factores se conjugan para configurar el renacimiento de una cultura a favor del estímulo a la natalidad que, aunque puedan ofrecer ciertos beneficios cuando van aparejadas de apoyo económico a las familias, también plantean serias preocupaciones sobre la autonomía reproductiva de las mujeres y su derecho a decidir sobre sus cuerpos.
Las razones detrás del culto
En muchas sociedades contemporáneas, la fertilidad y la maternidad son a menudo idealizadas en la cultura popular, la publicidad y las redes sociales. En no pocos mensajes e imágenes se observa una glorificación de la figura de la madre, que muestran experiencias de maternidad idealizadas, generando presión social para que las mujeres se conviertan en madres y cumplan con estándares heteropatriarcales de la reproducción como misión vital.
Adicionalmente, algunos líderes políticos han adoptado un enfoque explícito centrado en el mensaje que impulsa a las mujeres a parir como imperativo social y cultural. Este fenómeno ha resurgido en el contexto contemporáneo a través de políticas promovidas por políticos como Marine Le Pen en Francia, Viktor Orbán en Hungría, Xi Jinping en China, Nicolás Maduro en Venezuela, Donald Trump en USA y Putin en Rusia, entre otros. La manera en que se presentan estas políticas está influenciada por narrativas que favorecen ciertos grupos o ideologías, sin considerar los derechos y deseos individuales de las mujeres.
Las explicaciones que sustentan el renacer de estas políticas son variadas. En primer lugar, la preocupación por el envejecimiento poblacional ha llevado a algunos gobiernos a ver el aumento de la natalidad como una solución demográfica y económica.
La tasa de fecundidad (número promedio de hijos por mujer) ha disminuido en las últimas décadas a nivel mundial. Este descenso se ha observado en muchas regiones, especialmente en países en desarrollo. Factores como el acceso a métodos anticonceptivos, la educación de las mujeres, la urbanización y cambios en las expectativas sociales han contribuido con esta tendencia.
A nivel global, la tasa global de fecundidad (TGF) ha caído por debajo de los niveles de reemplazo, que es de aproximadamente 2.1 hijos por mujer y se prevé que continúe disminuyendo en el futuro. Estimaciones y proyecciones de la CEPAL y la División de Población de las Naciones Unidas confirman un crecimiento cada vez menor de la población de la región latinoamericana, a consecuencia de la disminución de la fecundidad. La TGF de América Latina y el Caribe en 2022 se estima en 1,85 nacidos vivos por mujer, cifra que está por debajo del nivel de reemplazo desde 2015. La proyección indica que ésta seguirá bajando y llegará a 1,68 nacidos vivos por mujer en 2100.
A medida que las tasas de fecundidad disminuyen, la proporción de personas mayores en la población aumenta. Esto puede generar desafíos económicos, como una menor fuerza laboral y mayores gastos en salud y pensiones. Por lo tanto, algunos gobiernos ven el aumento de la natalidad como una solución para mantener una economía dinámica.
La maternidad como destino
Además de los elementos demográficos, otros motivos que apalancan el culto a la fertilidad lo constituyen la emergencia de muchos movimientos conservadores que promueven la idea de que la maternidad es el principal rol que debe ejercer la mujer, a menudo en línea con valores tradicionales que defienden el principio de la familia como célula fundamental de la sociedad.
«¡A parir pues, a parir! ¡Todas las mujeres a tener seis hijos! ¡Todas! ¡Que crezca la patria!», exclamó el presidente venezolano Nicolás Maduro en un evento sobre un plan de asistencia a embarazadas. «La mujer fue hecha para parir», aseguró el presidente en 2020, aun cuando Venezuela está sumida en una grave crisis económica desde hace años y el grupo de mujeres en estado de gravidez, en particular, es uno de los más vulnerables, como pudo denunciar la ONG Cáritas al revelar que 48% de las embarazadas evaluadas en seis estados del país tenían desnutrición aguda.
Este es un claro ejemplo de retórica política que usa la maternidad como símbolo de patriotismo o devoción a la comunidad, vinculando la fecundidad con responsabilidad cívica. Pero la intención de estas declaraciones es reforzar el papel de la mujer centrado en la maternidad y el cuidado del hogar. Estimular la fecundidad es parte de una agenda más amplia que se usa para afianzar estereotipos de género.
Más soldados y más bebés
Otra razón que promueve este neo culto, tiene que ver con la guerra. En días pasados, Vladimir Putin desde el Kremlin, decretó el aumento de la natalidad como una prioridad nacional. Analistas políticos unen ese propósito con el agresivo reclutamiento de soldados para cubrir las casi 1000 bajas al día registradas en el enfrentamiento contra Ucrania, que parece alargarse en el tiempo: “Es necesario cuidar a la población, aumentar la tasa de fertilidad”, dijo Putin “poner de moda tener muchos hijos, como ocurría en Rusia en el pasado: siete, nueve, diez personas en las familias”.
En mayo de este año, Putin declaró que uno de los objetivos clave del gobierno era el aumento de la tasa total de fecundidad de Rusia estableciendo como metas 1,6 en 2030 y 1,8 en 2036. En 2023 la tasa fue de 1,41 en Rusia, frente al 1,62 de Estados Unidos. Para ello, está recurriendo a las recompensas económicas para incentivar los nacimientos: las mujeres rusas que tienen su primer hijo reciben un pago único de 6700 dólares.
Implicaciones para las mujeres
Sin duda alguna, estas políticas pueden tener efectos adversos en las mujeres. La presión para ser madres limita sus opciones de vida y puede llevar a la estigmatización de aquellas que eligen no tener hijos. Esta presión crea un entorno donde las decisiones reproductivas se ven influenciadas por expectativas sociales y políticas, generando ansiedad y conflictos internos, especialmente en contextos donde la maternidad se valora como un deber o un objetivo primordial.
Además, la carga de las responsabilidades familiares a menudo recae desproporcionadamente sobre ellas, perpetuando roles de género tradicionales y desigualdades en el ámbito laboral y personal. En este sistema las mujeres son vistas principalmente como reproductoras y cuidadoras, lo que limita su participación en otros ámbitos, como el laboral y el político.
La promoción de la fecundidad obviamente entra en conflicto con el derecho al aborto creando una dicotomía que limita la autonomía de las mujeres. En contextos donde se enfatiza la maternidad como un imperativo social, el aborto es visto como una elección negativa, castigando y criminalizando esta práctica. Las posturas pro-fecundidad de líderes políticos y religiosos que abogan por la defensa de la vida desde la concepción, a menudo refuerzan esta tensión.
Aunque algunas políticas pueden ofrecer recursos a las madres, la falta de un sistema de cuidados y la poca implicación de los padres, la escuela y la comunidad hace que estas medidas sean insuficientes y cargadas de inequidades. La maternidad, en este culto a la fecundidad, es instrumentalizada como una herramienta para promover agendas políticas, lo que despoja a las mujeres de la posibilidad de ver la posibilidad de tener hijos como una elección personal. Esto no es nada nuevo. Históricamente las decisiones sobre la reproducción y la familia han sido dominadas por normas patriarcales, instrumentalizando la maternidad como un valor bajo control masculino. Se trata finalmente de un asunto de poder.
Libre elección
Las feministas hemos alertado que la insistencia en la maternidad como un deber restringe el derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos, perpetúa roles de género tradicionales y condena a quienes eligen no ser madres, sobre todo porque las políticas pro-fecundidad no toman en cuenta las realidades económicas que enfrentan muchas mujeres, como el costo de la crianza de los hijos y la falta de apoyo en el lugar de trabajo. Es fundamental que las políticas de salud reproductiva se diseñen de manera integral, considerando todas las opciones y derechos de las mujeres.
Las y los líderes políticos deben adoptar un enfoque más equitativo, menos manipulador y más respetuoso hacia la reproducción y la maternidad, que reconozcan y valoren las elecciones de las mujeres sin imponerles roles tradicionales ni limitaciones a su autonomía política. En última instancia, la verdadera liberación de las mujeres implica garantizar su capacidad para tomar decisiones informadas y libres sobre sus vidas y su papel en la sociedad.
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