Eileen Higgins gana la Alcaldía de Miami con 59%, primera demócrata en 30 años y primera mujer; cambios en vivienda, servicios y poder clave.
Portada: floridapolitics.com
Por: Alessandro Elia
Eileen Higgins ha ganado la Alcaldía de Miami en la segunda vuelta del 9 de diciembre de 2025 y lo ha hecho con un margen claro: 59,5% frente al 40,5% de Emilio T. González, exgestor municipal y coronel retirado. Es la primera mujer que dirigirá la ciudad en toda su historia y la primera alcaldesa demócrata desde 1997. El vuelco no es menor: rompe casi tres décadas de hegemonía conservadora en una urbe que en 2024 llegó a votar mayoritariamente por Donald Trump. El cambio tiene un significado inmediato en dos planos: en casa, porque anticipa un giro de prioridades en vivienda, movilidad y control interno; y en clave nacional, porque pincha la narrativa de invulnerabilidad republicana en el sur de Florida y deja dudas sobre el alcance real del “efecto Trump” en el voto urbano hispano.
La elección, formalmente no partidista, funcionó de hecho como un plebiscito local sobre gestión y ética tras años de sobresaltos en el Ayuntamiento. Higgins, demócrata registrada y hasta hace poco comisionada del condado de Miami-Dade por el Distrito 5, se impuso con un mensaje simple y persistente: servicios municipales que funcionen, vivienda posible y tolerancia cero con la corrupción. Enfrente, González —exdirector del USCIS bajo George W. Bush y excity manager designado por Francis Suarez— reunió apoyos potentes, desde Ron DeSantis hasta Trump, pero no logró convertir esa foto en mayoría. Miami, mayoritariamente hispana (alrededor del 70% de la población) y con más de la mitad de residentes nacidos fuera de Estados Unidos, escuchó otra música: la de las facturas del alquiler, las licencias que se atascan, los baches que no se arreglan y las mareas altas que ya mojan las aceras.
Una victoria histórica y lo que implica desde hoy
La noche dejó números para fijar la memoria: en la primera vuelta del 4 de noviembre, Higgins había encabezado el recuento con cerca del 36% en un campo fragmentado que incluyó a Ken Russell, Joe Carollo, Alex Díaz de la Portilla y Xavier Suárez, entre otros. Ninguno alcanzó la mayoría absoluta y la ciudad vivió algo que no pasaba desde 2001: segunda vuelta. Un mes después, la demócrata amplió su ventaja a casi 18 puntos, sumando apoyos en todos los distritos de la ciudad. El resultado tiene tres lecturas inmediatas.
Primero, la institucional. Miami opera con un modelo de city manager: el alcalde —cargo visible, con capacidad de propuesta, voz política y atribuciones de nombramiento— no dirige el día a día de la administración, que recae en un gestor profesional supervisado por la Comisión. Eso no resta peso a la Alcaldía. Al contrario: el alcalde propone al city manager, influye en el diseño del presupuesto, marca la agenda y, sobre todo, puede abrir ventanas en un ayuntamiento con déficit de confianza pública. Higgins llega con ese mandato explícito.
Segundo, la programática. Su campaña prometió acelerar vivienda asequible, simplificar permisos de obra y negocio, reforzar la movilidad (autobuses más frecuentes, carriles seguros, conexiones reales con Metrorail y trolley) y aterrizar una agenda robusta de resiliencia climática —drenajes, bombeo, elevación de calles críticas— para una ciudad donde el “king tide” dejó de ser un fenómeno curioso y ya condiciona seguros, hipotecas y obras. El caso de Miami no es teórico: el encarecimiento de pólizas en Florida y el impacto de las inundaciones menores han convertido la adaptación urbana en política de primera.
Tercero, la política. La elección se siguió en Washington y en Tallahassee como un termómetro de sensibilidades latinas urbanas antes de las legislativas de 2026. El respaldo público de Trump a González, sumado al empuje de DeSantis, convirtió la contienda en una prueba de estrés. Perdida esa apuesta, los republicanos deberán descifrar si el resultado habla de una fatiga con la confrontación o, más simplemente, de que los problemas municipales mandan cuando la gente elige quién gestiona sus aceras.
Quién es Eileen Higgins y cómo ha llegado hasta aquí
Higgins, ingeniera mecánica formada en la Universidad de Nuevo México y con un MBA por Cornell, aterrizó en la política institucional desde el activismo vecinal y la gestión de proyectos. En 2018 ganó una elección especial al Condado de Miami-Dade y renovó su escaño en 2022. En la Comisión se hizo un nombre por su obsesión con tres vectores: vivienda, transporte y transparencia. Presidió comités de movilidad, impulsó el rediseño de la red de autobuses y empujó programas de ayudas a pymes y de vivienda asequible que suman miles de unidades planificadas entre 2020 y 2024. No construyó un personaje de tribuna; más bien el de gestora que compara planos, recita plazos y baja a ver zanjas.
Ese pedigrí la colocó de forma natural en el arranque de 2025 como una de las candidatas de referencia para suceder a Francis Suarez, impedido por límites de mandato. Higgins se clasificó por firmas para la papeleta —3.000 rúbricas, un guiño al músculo de voluntarios que luego se vería en campaña— y presentó un programa concentrado: reordenar el Ayuntamiento, limitar la discrecionalidad en contratos y licencias, medir resultados con indicadores públicos y atacar el cuello de botella de permisos que hace que un pequeño negocio pueda esperar meses (o más) para algo tan básico como una terraza. En paralelo, habló de seguridad con menos altavoz y más engranaje: policía de proximidad, prevención y coordinación metropolitana.
En su biografía hay, además, un matiz relevante para entender la foto final: Higgins es no hispana, un rasgo inusual en la política municipal de una ciudad de mayoría latina. Su victoria, con apoyos visibles de cubanos, venezolanos, colombianos, nicaragüenses y haitianos, sugiere que el carnet identitario pierde peso cuando el mensaje se concentra en lo útil. Que el dato conviva con la simbología —primera mujer, primera demócrata en casi treinta años— añade una capa histórica a la noche.
La campaña que cambió el guion
El libreto fue quirúrgico. Mientras González intentó convertir la elección en un pulso ideológico en torno a orden, inmigración y respaldo a Trump, Higgins se aferró al carril de la gestión. En la primera vuelta, su campaña mapeó barrio a barrio qué preocupaba más: alquileres en Edgewater y Brickell; licencias y ruido en Little Havana; transporte y tiempos de viaje desde Allapattah; inundaciones puntuales en Shorecrest y Morningside; acceso a servicios sociales en Flagami. Las visitas se multiplicaron y —dato importante— el equipo midió contactos reales: llamadas, mensajes, puertas tocadas. La demócrata ganaba allí donde el tema era concreto.
La estrategia se tensó en la recta final. El intento de posponer la elección que se debatió en la ciudad a mitad de año —y que González combatió en los tribunales— dejó cicatrices. La campaña de Higgins explotó otra veta: devolver previsibilidad a la institución. No era solo una proclama de ética. Miami llegaba a 2025 con el ambiente sacudido por procesos judiciales, fallos millonarios contra un comisionado por violar derechos civiles y una sensación extendida de uso instrumental del código municipal para castigar a adversarios. El mensaje “barrer por dentro” resonó.
Voto por barrios y participación
El mapa final —a falta de certificación definitiva— mostró a Higgins liderando en los cinco distritos de comisión que sirven de referencia para la ciudad. La participación, como suele ocurrir en comicios locales, fue modesta, pero más alta que otras segundas vueltas municipales de la última década. ¿Dónde creció más la candidata demócrata entre primera y segunda vuelta? En los corredores de clase media y profesional donde el precio de la vivienda se ha disparado y donde la gente percibe la saturación de la movilidad con más crudeza. También en segmentos no tan politizados del voto hispano que se han movido en la estatal a posiciones conservadoras pero que ahora separaron su preferencia nacional de su prioridad municipal.
El perfil de González, con carrera acreditada como alto cargo federal y como gestor local, era competitivo. Su apuesta por la autoridad y el respaldo de DeSantis y Trump le dieron potencia mediática y logística. Pero el énfasis en debates como un acuerdo 287(g) con inmigración o la promesa de abolir el impuesto de bienes inmuebles en residencia habitual —medida de impacto fiscal difuso en el marco legal actual— no se tradujo en mayorías. La centralidad del coste de la vida, la promesa de auditorías y el foco deliberado de Higgins en problemas pedestres inclinaron la balanza.
Qué cambia para Miami: vivienda, servicios y control interno
El esqueleto de la ciudad no se transforma de un día para otro, pero sí se reordena la prioridad. Con Higgins como alcaldesa, el Ayuntamiento promete acelerar una cartera de proyectos que llevaba años sobre la mesa: vivienda asequible y de precio tasado en suelo público o con incentivos, reforma del procedimiento de permisos con plazos máximos y ventanilla única, plan de movilidad que pase de la presentación en PowerPoint a hitos verificables y una agenda de resiliencia que deje de parchear y ataque cuencas de drenaje y cota de calles.
Hay, además, un frente de ética pública y compras. La alcaldesa electa ha anunciado auditorías de contratos sensibles, reglas claras contra conflictos de interés, trazabilidad en patrocinios y subvenciones y un paquete de datos abiertos que permita seguir la ejecución del presupuesto en tiempo casi real. No es cosmética: en una ciudad que ha pagado caro los excesos —desde batallas de código que cuestan millones a pleitos por arbitrariedad— la transparencia es, también, economía.
El otro vector es la relación con el Estado. Florida opera con una amplia preempción estatal que limita la capacidad de los municipios para regular alquileres, laboral o armas. Cualquier política de alivio del alquiler deberá navegar ese corsé con ayudas, incentivos y zonificación más inteligente, porque el control de rentas está bloqueado. Lo mismo con seguros: el Ayuntamiento no fija pólizas, pero sí puede reducir riesgo con obra pública y exigir estándares en nuevas promociones. En seguridad, el margen es mayor: reorganización de turnos y presencia, inversión en tecnología útil (no gadgets de feria) y coordinación comarcal para delitos itinerantes.
Higgins también hereda el terreno minado de la gestión de eventos y marca ciudad. La Miami de los últimos años ha cuidado el escaparate —Art Basel, Gran Premio de F1, macroconciertos— mientras barrios enteros se quejan de ruido, cierres y caos. Toca ajustar. La idea es obvia: sostener la economía del espectáculo, pero compensar a los residentes con reglas serias, retorno económico medible y servicios reforzados en las zonas de impacto.
Lectura nacional: aviso a Trump y al bloque conservador
El componente nacional es innegable. Que Trump entrara en la campaña con un respaldo explícito a González convirtió el 9-D en una especie de referendo sobre su capacidad de arrastre en el corazón urbano de un condado que le fue favorable en 2024. La derrota no define Florida —estado hoy claramente republicano—, pero señala una grieta: las ciudades, incluso con mayoría hispana y con terrenos electorales que se han escorado a la derecha, no son impermeables a una oferta demócrata que hable de bolsillo y servicios y no de guerras culturales.
Para los republicanos, el caso de Miami obliga a matizar el relato. Su avance entre latinos de origen cubano, venezolano o colombiano —que les dio rentabilidad en 2020 y 2024— no es lineal en comicios locales. La mezcla de gestión práctica, anticorrupción y moderación puede reconstruir para los demócratas un puente hacia electorados que no se sienten cómodos con agendas identitarias, pero sí quieren que el ayuntamiento funcione. Es la misma lección que se vio en otras municipales de 2025 en EEUU: cuando la conversación se centra en seguridad bien gestionada, precio de la vivienda y transporte, las mayorías cambian.
Para los demócratas, el botín no es solo la foto. El triunfo de Higgins ofrece un equipo, una narrativa y datos. En Miami se ganó sumando centro y no predicando a los convencidos; con una candidata que no pide fidelidad ideológica sino resultados; con una campaña que medía puerta a puerta; con alianzas en organizaciones vecinales y religiosas; y con la humildad del tema único en cada barrio. Si hay lección exportable a 2026, es esa.
Las primeras tareas: de la teoría al asfalto
Hay una expectativa tangible por ver si la música de campaña se convierte en partitura de gobierno. Las prioridades que la alcaldesa electa ha enumerado permiten calendarizar.
Primero, el equipo. Nombrar un city manager con credibilidad técnica y sin lastre de guerras internas será el movimiento fundacional. De su perfil dependerán el tono de la administración, la capacidad de ejecutar obra y el respeto a los plazos. En paralelo, revisar el organigrama para reducir duplicidades y digitalizar procedimientos que hoy exigen peregrinación de ventanilla en ventanilla.
Segundo, vivienda. Reactivar suelo infrautilizado, cerrar convenios con promotores que garanticen porcentajes de vivienda asequible sin caer en la trampa del “affordable” que no lo es, apalancar fondos federales y condales y acelerar la rehabilitación de fincas envejecidas. Con alquileres que ahogan a asalariados y profesionales, cualquier alivio —pequeño pero concreto— cuenta.
Tercero, movilidad. Miami lleva años con promesas —y estudios— sobre la mesa. Toca ir a frecuencias y horarios que conviertan el bus en opción real; coser tramos seguros para bicicletas y patinetes; activar carriles preferentes donde hoy solo hay pintura; y, sí, coordinar con el condado y el estado para que Metrorail deje de ser una isla.
Cuarto, resiliencia y obra pública. Elegir cuencas donde intervenir primero, sin fuegos artificiales, con ingeniería y licitaciones limpias. Elevar calles críticas, renovar tuberías de drenaje, instalar bombas donde haga falta y mantenerlas. Cada barrio entenderá esa inversión cuando deje de entrar agua por la puerta.
Quinto, normalidad administrativa. En Miami, lo normal es una conquista. Publicar indicadores, dar plazos máximos de respuesta, ordenar el ruido de la vida nocturna para que conviva con quien madruga. Y cumplir. La rueda de la gestión se enciende con pequeñas pruebas de confianza.
Por qué preocupa a los republicanos y qué margen tiene Trump
La derrota de un candidato bendecido por Trump no es un parteaguas nacional, pero sí un aviso. La campaña republicana confió en que la geografía cultural del sur de Florida bastaba para revalidar el control municipal. En cambio, el resultado exhibe una verdadera obviedad: en ciudades de alta densidad, con coste de vida disparado y con una población inmigrante que mezcla conservadurismos y pragmatismos, manda el día a día. Trump es un factor poderoso en elecciones de alcance estatal y nacional; a nivel municipal, el desgaste de asociar la marca a bronca e inmigración punitiva puede salir caro donde el vecino indocumentado es el panadero de la esquina y el coche patrulla es el policía que saluda cada mañana.
La foto del 2024 —Trump imponiéndose en Miami-Dade— convive ahora con una instantánea distinta: Miami ciudad entregando el bastón a una demócrata que huyó deliberadamente del griterío. ¿Puede extrapolarse? No mecánicamente. Pero sí obliga al Partido Republicano a mirar con lupa su retórica urbana y a bajar el volumen de las guerras culturales cuando los baches y las rentas se comen la conversación.
Las piezas políticas que se mueven dentro del Ayuntamiento
El Ayuntamiento hereda frentes abiertos. La Comisión ha vivido años de tensión, con batallas judiciales que han costado reputación y dinero y con una política de código a veces utilizada como martillo. Higgins llega con aire de apagafuegos institucional, pero necesitará votos para sacar adelante su agenda. Habrá que ver cómo se reposicionan los comisionados tras el 9-D y qué alianzas transversales se abren en torno a proyectos que no deberían tener color: drenaje, licencias, autobuses que pasen a su hora.
El nombramiento del jefe de Policía y de los equipos de dirección en áreas sensibles —Obras, Urbanismo, Compras— marcará el tono. La ciudad tiene memoria de mandatos convulsos y ceses exprés que rompieron engranajes. En esa materia, el éxito es aburrido: menos titulares, más partes de trabajo.
Miami, laboratorio de una política menos gritona
Lo que ha pasado en Miami coloca a la ciudad como laboratorio de algo que muchos estrategas llevan tiempo defendiendo: la posibilidad de reconstruir mayorías en espacios urbanos hispanos sobre la base de gestión medible, ética operativa y cierta desideologización. Higgins no ganó prometiendo revoluciones; ganó prometiendo arreglos concretos. Su biografía —tecnicismo, proyectos, obsesión con el detalle— funciona como contrarelato frente a un ecosistema político acostumbrado a la pólvora identitaria.
El desafío, claro, es cumplir. Si en 100 días hay permisos que tardan menos, obras que arrancan y datos que se publican, el crédito sube. Si el Ayuntamiento mantiene la inercia, el péndulo político puede volver a moverse. Y la oposición encontrará una palanca: recordar que los alcaldes de Miami no tienen todos los resortes y que muchas soluciones pasan por el Condado o por Tallahassee.
Lo que está en juego en los primeros cien días
La historia de Higgins no termina en la noche electoral; empieza ahí. Su victoria captura un momento —cansancio con la bronca, urgencia por lo básico— y abre una ventana que otras ciudades mirarán con atención. Lo determinante será transformar el relato en resultados verificables. Si Miami ve obras que avanzan, colas que se acortan, contratos que se explican y autobuses que llegan, la etiqueta de “primera demócrata en 30 años” dejará de ser una rareza estadística para convertirse en un modelo reproducible. Si no, el peso de los símbolos se agotará pronto.
Higgins, que anoche prometió “poner a la ciudad a trabajar”, tiene delante un tablero exigente: un mercado inmobiliario tenso, seguros prohibitivos, mareas que no esperan, una Comisión que habrá que coser y la sombra alargada de la política estatal. Su apuesta es clara: que la ciudad de lo extraordinario —la marca, los eventos, los rascacielos— vuelva a presumir de lo ordinario: licencias, limpieza, luz verde en obra pública y servicio al vecino. Si lo logra, no solo habrá inquietado a Trump y a la maquinaria republicana. Habrá devuelto a Miami algo más valioso que una victoria: la sensación de que gestionar bien todavía gana elecciones. Y eso, en 2025, ya es noticia.
Link nota original: https://donporque.com/quien-es-eileen-higgins/

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