Dos versiones del libro ¿Qué Hacer?

Por: Roldán Duarte Maradiaga

¿Qué Hacer? es una de las obras políticas más influyentes del revolucionario ruso Vladimir Ilich Lenin. Este texto es fundamental para comprender la formación del partido bolchevique y su estrategia revolucionaria. Escrito en 1902, el libro responde a debates internos del movimiento socialdemócrata ruso y define la visión leninista sobre cómo debe organizarse una revolución proletaria.

Leer ¿Qué Hacer? es adentrarse en un momento decisivo de la historia política moderna, en el que Lenin intenta dar forma práctica a las ideas del marxismo en un contexto adverso, marcado por la represión zarista, la pobreza estructural y la fragilidad organizativa del movimiento obrero ruso. Aunque es un texto profundamente ideológico, en él se percibe también un ejercicio de realismo político: Lenin observa con claridad el terreno donde actúa y diseña una estrategia que juzga necesaria para lograr un cambio radical. Una de las impresiones más fuertes que deja el libro es su convicción absoluta en la necesidad de una dirección organizada, casi militar, para la transformación social. Lenin no confía en que la conciencia revolucionaria surja de manera espontánea; por el contrario, considera que sin una vanguardia disciplinada los obreros quedarían atrapados en luchas fragmentadas o puramente reivindicativas.

Desde su perspectiva histórica, esta postura parece comprensible: el régimen zarista no dejaba espacio para la actividad política abierta, y la improvisación podía significar la aniquilación del movimiento. Sin embargo, al mismo tiempo, ¿Qué Hacer? plantea interrogantes que trascienden su época.

La invitación a depositar la conducción del cambio en un grupo selecto de “revolucionarios profesionales” abre un debate que sigue vigente: ¿hasta qué punto es posible conciliar la dirección centralizada con la participación amplia y democrática de las masas? ¿Puede una revolución basada en la disciplina férrea y la clandestinidad desarrollar instituciones plenamente inclusivas una vez que llega al poder?

En definitiva, ¿Qué Hacer? es una obra que obliga a pensar, tanto sobre los desafíos de la acción política organizada como sobre las responsabilidades éticas de quienes aspiran a transformar la sociedad. Su lectura sigue siendo útil no como manual de acción, sino como un recordatorio de que toda estrategia revolucionaria —o reformadora— debe equilibrar eficacia, participación y respeto por la dignidad humana.

El actual rector de la Universidad José Cecilio del Valle (UJCV), Julio Raudales, recientemente publicó un libro titulado ¿Qué Hacer?, estructurado en trece capítulos bajo las siguientes interrogantes: ¿Dónde estamos? ¿Qué Queremos? ¿Qué Hacer? Julio Raudales inicia su obra señalando que “Honduras está en peligro”, indicando adicionalmente que “el camino que el país elija debe apuntar hacia dos objetivos esenciales: mantener la soberanía y promover la justicia para hacer realidad la aspiración de una Honduras libre, es decir, para consolidar ese anhelo que a lo largo de la historia ha recibido un nombre que por sí solo expresa el más alto [ideal] democrático: ‘el bien común republicano’” (Pág. 218). Los cuatro principios básicos de la Doctrina Social de la Iglesia Católica, son la dignidad humana, el bien común, la solidaridad y la subsidiariedad.

En su obra Julio también respalda estos principios, aunque para él lo esencial en este momento son la soberanía, la justicia y la libertad; a su vez, muestra simpatía por el ‘liberalismo progresista’. De acuerdo con Julio el objetivo central del liberalismo en el siglo XXI, debe ser “abrir causes para la aportación de la ciudadanía organizada; dejar atrás ciertos vicios inveterados como el asistencialismo, la dádiva y el clientelismo; darle forma, en fin, a una democracia efectiva y no meramente formal” (Pág. 227).

Julio no propone crear un partido revolucionario al estilo leninista; más bien, en la contraportada del libro se afirma que “este ensayo tiene como eje rector la participación organizada, consciente y autónoma de su gente”; es decir, que en lugar de una lucha de tipo leninista, se debe emprender una batalla democrática y cívica. De acuerdo con el autor del ¿Qué Hacer? hondureño, “el camino para revertir los dos agravios que recorren nuestro país ahora”, se pueden resumir como: “Resistir para pasar a la ofensiva”, buscando “Fortalecer la soberanía.

Promover la justicia para hacer realidad la libertad” (Pág. 265). El capítulo 13 del libro de Julio se denomina “La batalla de las ideas: los intelectuales orgánicos y el rol de la academia”, cuyo contenido en su mayoría está dedicado a realizar una aplicación de los principales conceptos desarrollados por el marxista Antonio Gramsci, tales como intelectual orgánico, hegemonía y sociedad civil.

Dado que estimo que la ‘batalla de las ideas’ relacionada con Antonio Gramsci encaja con la ‘batalla cultural’ planteada por el teórico de la nueva derecha Agustín Laje, a continuación, presento un contraste entre las ideas de ambos personajes.

El marxista Antonio Gramsci insiste en que la hegemonía se construye en la sociedad civil: escuelas, sindicatos, medios, iglesias y asociaciones. Para Gramsci, la hegemonía no depende únicamente de la coerción estatal; exige el consentimiento activo de la población, logrado mediante la difusión de una visión integrada del mundo.

Por ello propuso la «guerra de posición»: una labor paciente de formación cultural y de creación de «intelectuales orgánicos» que articulen un bloque social capaz de disputar sentido y gobernabilidad. Además, Gramsci subraya que la cultura no es neutral: las instituciones formadoras producen hábitos y marcos cognitivos que predisponen a aceptar determinadas propuestas políticas, por lo que la transformación cultural requiere trabajo pedagógico y organizativo continuado.

El teórico de la nueva derecha Agustín Laje, interpreta la batalla cultural como la clave para que sectores conservadores recuperen influencia. Desde su perspectiva, la izquierda habría ocupado espacios culturales decisivos y la recuperación política exige primero recuperar medios, aulas y espacios simbólicos. Su estrategia enfatiza comunicación, formación de líderes conservadores y movilización identitaria para contrarrestar narrativas consideradas hegemónicas.

Una comparación sintética entre los planteamientos de Gramsci y Laje, muestra que ambas posturas coinciden en la centralidad del terreno cultural, pero difieren en objetivos, ritmos y métodos. Gramsci concibe la batalla cultural como medio para una transformación estructural y de largo plazo; Laje la eleva a prioridad estratégica inmediata para revertir tendencias culturales adversas.

En cuanto a métodos, Gramsci apuesta por formación y articulación social; Laje por tácticas comunicacionales y campañas públicas. También difieren en el sujeto político: Gramsci articula bloques amplios; Laje moviliza identidades y redes mediáticas. Los planteamientos aludidos conllevan riesgos y límites; por ejemplo, ignorar la cultura en la acción política condena a la fragilidad normativa; concentrarse exclusivamente en la cultura sin transición al poder institucional limita la capacidad de implementar políticas.

Además, la politización extrema de la cultura puede aumentar la polarización, dificultar acuerdos y empobrecer el debate público. Se puede concluir que la lucha política y la batalla cultural son complementarias y necesarias. Gramsci y Laje ofrecen enfoques distintos pero coincidentes en reconocer que la cultura condiciona la política. Para actores de cualquier orientación, la eficacia requiere combinar trabajo cultural sostenido con estrategias institucionales responsables y respetuosas del pluralismo democrático.

Espero que todo lo expuesto anime a los ciudadanos hondureños a leer el interesante y provocador libro de Julio Raudales, quien estima que “la universidad debe promover, como apoyo a la construcción de sociedad, una enseñanza y una práctica de una ética civil, que congregue a extraños morales en torno a acuerdos mínimos sobre bases racionales” (Pág. 279).

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