Por: Guillermo Serrano
En realidad, el dicho asegura que “después de la batalla, todos somos generales”. Y yo podría decir aquí todos los errores que cometió Kamala Harris para perder una elección que muchas encuestas la daban como ganadora, o por lo menos disputando la elección presidencial.
Porque la cuestión que pena en la percepción de los norteamericanos es que existe un sentido de “infelicidad” achacándole a Biden pecados que no existen: la inflación se encuadra en un 2,5 por ciento. La cesantía está más baja que en cualquier otro país industrializado. La bolsa de valores se ha beneficiado con un 40 por ciento al alza en los últimos 4 años (¡y esto para el disfrute y gozo de los grandes inversionistas que pueden ser un 40% más ricos ahora!).
Los errores del partido demócrata pueden ser mirados como complacientes con un presidente (Biden) que daba muestras de pérdida de la realidad (algunos lo llaman senilidad) y la ilusión que aun así podría ganar un segundo mandato.
“El error final es más difuso: el predominio de las políticas identitarias en la izquierda, que hizo que los demócratas impulsaran todo tipo de políticas de diversidad, equidad e inclusión que en gran medida surgieron de la burbuja académica urbana, pero que alienaron a muchos votantes tradicionales.
Es una ironía afirmar ser prolatino al insistir en que la gente use el término “Latinx”, sólo para descubrir que los propios latinos piensan que la palabra es extraña. Este tipo de obsesión hizo que los demócratas vieran a las personas demasiado a través de su identidad étnica, racial o de género, y les hizo pasar por alto, por ejemplo, que los latinos de clase trabajadora se estaban acercando a Trump, tal vez porque eran socialmente conservadores o les gustaba su retórica machista o incluso estuvo de acuerdo con su postura de línea dura en materia de inmigración. Uno de los anuncios más efectivos de Trump, sobre temas trans, terminaba con el lema: “Kamala es para ellos; El presidente Trump es para usted”. (The Washington Post, 8 de Noviembre, 2024).
Al mirar, ahora, el triunfo de Trump, tenemos que dejarlo para un segundo artículo, ya que este personaje da tela para un análisis sociológico y psicológico que debe adentrarse en el espíritu y mente, tanto para el presidente electo como para los 74 millones que le dieron su preferencia en las urnas.
A sus 78 años, Donal J. Trump puede darse el lujo de alcanzar un poder en que puede mirar al mundo desde la cúspide de esa montaña en que sus seguidores le rinden honor y pleitesía.
La cuestión es si él se cree un elegido por los dioses. Y si esto es así, entonces ¡que Dios nos pille confesados!
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