Por: Pedro Morazán
“No soy ‘libre para la muerte’, sino que soy un ‘mortal libre’.”
Jean-Paul Sartre, “El ser y la nada”
El pasado 28 de marzo dejó de existir, a la edad de 90 años, el premio Nobel de Economía israelí-estadounidense Daniel Kahneman. Kahneman se hizo mundialmente famoso en el campo de la «economía del comportamiento». Sus investigaciones fueron tan geniales, que en 2002 recibió el Premio Nobel de Economía, a pesar de no ser economista, si no un sicólogo que había incursionado en el controvertido mundo de la Economía. La declaración de la Academia, sonaba en su momento como una disculpa en la que se expresaba que Kahneman había «integrado conocimientos de la investigación psicológica en el análisis económico». Permítasenos ahora, hacer un breve recorrido por la vida y obra de este genial pensador.
Seguramente no será de mucha importancia mencionar aquí que logré adquirir su obra máxima que lleva el título “Pensar rápido, pensar despacio” hace unos cinco años, en la legendaria librería “Barnes & Noble”, en la 5th Ave de la ciudad de New York. A pesar de las innumerables obligaciones a las que estaba abocado, como delegado de la sociedad civil, a la Conferencia sobre el Financiamiento al Desarrollo de las Naciones Unidas, mi fascinación, al hojear por primera vez dicho libro, desvió un tanto mi atención de los debates en parte interesantes y en parte tediosos. Esto no hacía más que confirmar in situ, las tesis formuladas por el Nobel en dicha obra. No sé si la causa era el árido lenguaje de los documentos oficiales y las intensas reuniones en torno al tema que nos había llevado a dicha metrópoli, o el fluido lenguaje de Kahneman, los que me llevaron a sumergirme en sus páginas y en los temas en ellas abordados.
La verdad es que, ya aterrizando en Frankfurt, camino de regreso, había devorado más de la mitad de esa extraordinaria obra y aún deambulaban en mi mente las posibles conexiones con la filosofía de los clásicos del idealismo alemán. Hoy, soy de la opinión que los libros de Kahneman son lectura necesaria, no solo para los economistas, sino también para el resto de los mortales que quieran, como yo, conocer los secretos vericuetos del funcionamiento de nuestra mente.
No soy supersticioso, ni mucho menos, pero precisamente esta mañana extraje de mi desordenada biblioteca un ejemplar de “Noise” (Ruido), su segundo best-seller, con la intención de escribir una reseña de la misma. Ahora, después de su desaparición física, valdrá la pena hacer, más bien, una descripción somera del contexto de la obra de este gran pensador. Ella constituye, para expresarlo en palabras de Jean Paul Sartre, “la esencia de su existencia”.
Kahneman fue “arrojado” al mundo en Tel Aviv en 1934, durante una visita que hacían sus padres de origen judeo-lituano a esa joven ciudad. Ellos, de hecho, se habían visto obligados a refugiarse en Francia, huyendo por entonces, de la persecución del nazismo. En 1940 su padre fue internado durante seis semanas en un campo de concentración, pero logró ser liberado por intervención de los patrones de la empresa para la cual trabajaba. Kahneman tuvo pues que enfrentar el miedo a la muerte ya desde su niñez. Por fortuna contaba siempre con la sabiduría de su madre, quien le explicaba con amor, que “la gente era terriblemente complicada e interesante”. La familia emigró a Israel en 1948. Allí obtuvo su licenciatura en psicología y un master en matemáticas en la Universidad Hebrea de Jerusalén en 1954. Su doctorado lo obtuvo en 1961 analizando estructuras correlacionales y, al igual que este servidor, utilizando el famoso lenguaje de programación Fortran, ahora condenado al olvido, en su tesis doctoral. Después de una fructífera labor académica cuyo péndulo se movía entre Jerusalén, Canadá y Princeton, Kahneman murió en New Jersey a finales de marzo de 2024.
PENSAR RÁPIDO, PENSAR DESPACIO
El libro “Pensar rápido, pensar despacio” es una interesante incursión en los mecanismos que rigen la forma en que actuamos y respondemos a los retos cotidianos de la experiencia. En base a una serie de interesantes experimentos, Kahneman llegó a formular la teoría de que nuestra conciencia trabaja con dos “yo” que interactúan como dos sistemas, en base a los cuales orientamos nuestro comportamiento a la hora de tomar decisiones, sean éstas banales o trascendentales. Aunque de hecho solo existan metafóricamente, ambos sistemas son de vital importancia para nuestra existencia y aseguran, desde un punto de vista evolutivo, nuestra supervivencia. El Sistema 1 es el rápido e intuitivo, el que nos permite reaccionar de manera automática, si nos damos cuenta, por ejemplo, de que un vehículo se acerca en nuestra dirección a alta velocidad. El Sistema 2, en cambio, es lento y reflexivo. Una de las funciones más importantes del Sistema 2 es la de controlar al Sistema 1. Si se hiciera una película sobre su libro, confiesa Kahneman, el héroe indiscutible sería el Sistema 1. Kahneman pone el siguiente ejemplo, entre muchos, en este su valioso libro, pidiendo resolverlo sin reflexionar mucho previamente:
Un bate y una pelota cuestan 1.10 dólares
El bate cuesta un dólar más que la pelota
¿Cuánto cuesta la pelota?
© Daniel Kahneman: Pensar rápido y lento, foto Pedro Morazán
En la mayoría de los casos la respuesta intuitiva, que primero se nos viene a la mente es 0.10, es decir 10 centavos cuesta la pelota. Dicha respuesta es, evidentemente falsa y corresponde a la rápida e intuitiva reacción del Sistema 1. Recién bajo la intervención del Sistema 2 podemos darnos cuenta de que la respuesta correcta es 0.05 es decir 5 centavos cuesta la pelota. Esto significa que si el bate cuesta 1.05 dólares, este sería un dólar mayor que el precio de la pelota. El hecho de que muchas de nuestras respuestas a situaciones cotidianas se den a través del Sistema 1 conduce a sesgos y errores cognitivos de los que a veces ni nos damos cuenta, pero que pueden tener consecuencias negativas en nuestra toma de decisiones o evaluación de situaciones. Esto es válido no solo para los agentes económicos, sino también para los agentes políticos o para todo tipo de profesionales sean estos médicos o ingenieros.
En su “Economía del Comportamiento” Kahneman le da mucha importancia a lo que él denomina las heurísticas y los sesgos cognitivos. Las primeras son atajos mentales que pueden llevarnos a cometer errores como el expuesto más arriba. El sesgo cognitivo, en cambio, es una desviación sistemática del razonamiento objetivo que influye en las decisiones y los juicios. Un sesgo cognitivo en política puede ser, por ejemplo, rechazar una propuesta correcta y razonable porque ésta proviene de una persona identificada con el bando contrario.
Por otra parte, resulta interesante relacionar nuestros razonamientos en las tomas de decisiones con lo que nos da la memoria como información, ya que la realidad nos demuestra que recordamos de las situaciones, los estímulos fuertes y los momentos finales. En los llamados experimentos del “agua fría”, Kahneman había llegado a descubrir, ya en los años noventa, la existencia de al menos dos “yo” en nosotros: el yo experimentador y el yo narrador. El yo experimentador es nuestra conciencia constante, que de hecho no recuerda nada. El yo narrador, en cambio toma atajos y como algún poeta o periodista, teje el relato a partir de momentos culminantes y, resultados finales. Con dichos descubrimientos “de laboratorio” Kahneman nos revela secretos cruciales de nuestro comportamiento que son retos enormes para la filosofía a la hora de ocuparse con el fenómeno de la experiencia y la conciencia.
Evidentemente que sobre este libro hay mucho que decir y no dejan de ser controversiales algunas de las conclusiones que llegó sacar Kahneman y que le valieron el Premio Nóbel. Es importante, sin embargo, detenerse en una de las categorías de análisis utilizada por Kahneman: la racionalidad. La racionalidad de los llamados agentes económicos constituye uno de los pilares del pensamiento económico desde Adam Smith hasta la fecha. Kahneman, al igual que Amartya Sen, pero por otros senderos, logró cuestionar esta llamada «actitud racional” definida en la “teoría de la elección racional”. Kahneman, sin embargo, logró determinar, de manera experimental, que los sujetos económicos evalúan las situaciones económicas en forma fragmentada influidos por la manera en que se enuncia el planteo de la situación. A esto lo denomina el «efecto de marco» lo que conduce a que el llamado “axioma de la invariancia” no se cumpla. Según Kahneman, «La invariancia requiere que el orden de preferencia entre prospectos no dependa de la forma en que se describen», es decir que en la elección racional no deben influir la descripción de los hechos. Con ello la decisión tomada no podría ser catalogada como racional.
RUIDO: UN DEFECTO EN EL JUICIO HUMANO
Nuestro segundo libro, “Ruido” lleva el sugestivo subtítulo “Un fallo en el juicio humano”. Con ello queda claro en que dirección nos va a llevar el autor: Allí donde se emiten juicios existe el ruido, incluso con mayor amplitud de la que nos podamos imaginar. Esta frase es quizás el hilo conductor de todo este libro.
© Daniel Kahneman, «Ruido: Un defecto en el juicio humano», Foto Pedro Morazán
¿A quién de nosotros no le ha ocurrido lamentar haber tomado una decisión equivocada? El ruido interviene no solamente a la hora de perder el control conduciendo un automóvil, en una de las tantas abarrotadas calles de Tegucigalpa o cualquier otra ciudad de América Latina. El ruido influye también las decisiones en momentos en los que aparentemente no está presente: El ruido puede llevar a un profesor de escuela a darle notas diferentes a los alumnos, a pesar de calificar los mismos rendimientos, acompaña también a los padres de familia a la hora de juzgar de manera diferente a un hijo ante idénticas situaciones o, lo que es peor, llevar a un juez o un policía al juzgar un delito de manera incoherente.
Después de describir muchos ejemplos de la vida real, Kahneman nos indica que un juicio es una forma de medición, siendo el intelecto humano el instrumento de dicha medición. Por medio de dicho intelecto el objeto de la mencionada medición obtiene una nota o puntaje, explicito o implícito. Ejemplos de tales juicios son: “Vladimir Putin logró un triunfo contundente en unas elecciones libres” o “Los combustibles deberían subsidiarse en un 15% este año”. En este punto no es posible evitar la famosa división que hacía Immanuel Kant entre juicios analíticos y juicios sintéticos (a priori y a posteriori). Sin embargo, la intensión de Kahneman no es tan “trascendental” como la del filósofo de Königsberg. El «ruido» es, en su definición, la dispersión de juicios que deberían ser los mismos. En otras palabras, si los 10 miembros de un jurado en Nueva York emiten todo el mismo juicio, el ruido es decir la dispersión, es igual a cero. A mayor dispersión, respecto a un objetivo, mayor es el «ruido».
Según Kahneman algunos juicios son predictivos y otros son evaluativos. De aquellos algunos pueden ser medidos o examinados y otros no. Esto tiene consecuencias especialmente si tomamos en cuenta que además del “ruido” existe lo que él llama “sesgo cognitivo” que también juega un papel determinante a la hora de emitir un juicio. El “sesgo” se da cuando la mayoría de los errores o desviaciones en diferentes juicios, se cometen en la misma dirección. Por ejemplo, si para el mismo delito los negros reciben condenas mayores que los blancos.
No nos vamos a extender aquí para explicar lo que significa, por ejemplo, el ruido sistémico o las importantes diferencias entre los mencionados juicios predictivos y los evaluativos. Tampoco vamos a mencionar la relevancia que dichos temas tienen en el campo de la política o de la economía. Se trata de motivar a los lectores a leer el libro. Lo que, si es importante mencionar para cerrar este apartado, es que tanto el ruido como el sesgo se pueden reducir aplicando una serie de métodos desarrollados para situaciones específicas en las que puedan surgir dichos fenómenos.
A pesar de sus contribuciones significativas, el enfoque de Kahneman y la economía del comportamiento también han enfrentado ciertas controversias y críticas. Uno de los argumentos es que su trabajo puede conducir a una visión pesimista de la racionalidad humana, al sugerir que las personas están inherentemente sesgadas en sus decisiones. Con esto, algunos economistas clásicos argumentan que dicha perspectiva subestima la capacidad de las personas para tomar decisiones informadas y racionales en contextos económicos.
Además, algunos críticos han señalado que los hallazgos de Kahneman y su amigo Amos Tversky pueden no aplicarse universalmente en todos los contextos culturales y económicos. Creo que este reproche de falta de universalidad, que ya había sido enunciado por otros pensadores económicos entre los cuales vale la pena resaltar al mencionado Amartya Sen, es un argumento a ser tomado muy en cuenta. Especialmente si se subraya que la mayoría de sus experimentos se basaron en muestras con personas provenientes de los llamados países occidentales. Más allá de la validez de dichas críticas, considero que los descubrimientos de Kahneman, han abierto el horizonte de las ciencias económicas más allá incluso de la psicología. Los retos alcanzan también, en mi opinión, preguntas claves de la filosofía moderna.
Referencias
Kahneman, D. (2011). Thinking, fast and slow. Penguin, UK.
Kahneman, D.; Sibony, O.; Sunstein, C. R. (2021). Noise. A Flaw in Human Judgement, Little, Brown Spark, New York
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Doctor en Economía e investigador del Instituto SUEDWIND de Bonn, Alemania. especializado en desarrollo y deuda externa, y ha realizado estudios para el EDD en África y América Latina Ver todas las entradas