Por: Víctor Meza
De modelos de gestión, por supuesto. La crisis sanitaria que estamos sufriendo requiere de un modelo de gestión adecuado y eficiente, uno que asegure la inclusión ciudadana y la interlocución entre actores científicamente calificados. Eso es lo que recomienda la simple lógica y la racionalidad más elemental. Sin embargo, no siempre funciona así. Estamos frente a un modelo que, al menos hasta el momento, no ha funcionado con la requerida eficiencia y la debida celeridad que todos necesitamos y deseamos. Es necesario cambiarlo, por lo tanto, y sustituirlo por otro, más funcional y eficaz. No hay opción posible, por lo visto.
O sea que estamos ante la alternativa de escoger entre, al menos, dos modelos diferentes de gestión. Veamos:
el modelo actual, basado en la conducción autoritaria, opaca e intolerante desde el Poder Ejecutivo, que acumula poder centralizado y, por lo mismo, es excluyente y hostil hacia la participación y revisión o control de la gente. Es un modelo de gestión vertical, antidemocrático y, por lo tanto, enemigo de la participación ciudadana, excluyente por naturaleza, basado en una visión militar y policial ante el problema sanitario, carente de visión científica y de gestión colectiva.
El modelo democrático, asentado en una visión comunitaria de la gestión, que convoca a la participación de la gente y a una política correcta de transparencia y rendición de cuentas. Este modelo, comunitario en su esencia, debe combinar, con inteligencia y buena lógica, los aspectos profesionales del asunto con la gestión colectiva del mismo. Una sabia mezcla de conocimientos interdisciplinarios, participación ciudadana, transparencia y tolerancia.
La crisis provocada por el coronavirus es una de carácter sanitario, sin lugar a dudas. Pero no exclusivamente. Se trata de una crisis con derivaciones claras hacia la economía, la institucionalidad estatal, las organizaciones de presión ciudadana, los medios de comunicación, el sistema educativo…en fin, la sociedad entera y sus múltiples manifestaciones. La política, por supuesto, aunque no nos guste, también está inevitablemente relacionada con la crisis. Por eso hablamos de modelos de gestión.
Generalmente, una crisis como la actual produce y alimenta tendencias ya existentes o en proceso de formación hacia el autoritarismo, la verticalidad en la toma de decisiones y el privilegio del talante “ejecutivo” y dominante de los actores en juego. Es un espacio propicio para el libre juego de las prácticas corruptas y el debilitamiento de la función contralora en el Estado. En tiempos de emergencia, ¿a quién se le ocurre perder tiempo valioso en trámites burocráticos y procedimientos administrativos, tan lentos como engorrosos? ¿Quién se demora en hacer una compra urgente, solo porque las cotizaciones son obligatorias? Predomina, o debe predominar, la confianza en el funcionario responsable de gestionar la urgencia de los trámites. Se debe confiar en su real o aparente honestidad. La fuerza de sus decisiones dependerá en mucho de su cercanía con el gobernante de turno, de la influencia que aquel delega en él. Es la fuerza que debe tener un liderazgo verdadero.
De esta forma, el vínculo personal disuelve la funcionalidad de las instituciones y, al final, acaba sustituyéndolas. El poder tiende a concentrarse cada vez más en las manos de pocas o de una sola persona. El llamado equilibrio de poderes pierde cada vez más su necesaria estabilidad, siempre en desmedro de la dirección colectiva de la crisis y en beneficio directo del mandamás de turno. La balanza de poderes se altera sustancialmente y el Estado de derecho se vulnera y deteriora. La lógica política de la democracia, poco a poco, decreto tras decreto, se va disolviendo y en su lugar aparece y se disemina una nueva lógica política, la de la dictadura y el régimen presidencialista en exceso intolerable. La República y sus inherentes valores democráticos se evaporan, disolviéndose ante la avalancha autoritaria. Es cuando el virus ha infectado ya, además de los ciudadanos, a la vida política del país.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas