Entre líneas
Por: Roger Marín Neda
Hoy, cuando una desgracia inesperada e implacable descorazona a la humanidad, y a todos nos arrebata amigos y amigas queridos, viene a la memoria la conocida frase “partir es morir un poco”, materia de un poema del francés Edmond Haraucourt (1856-1941). Suelto, el verso queda corto, porque cuando parte el ser querido, los que quedan también mueren un poco.
Y es que ente el partir y el quedar, sufren el amor y la amistad, sentimientos que a veces son más fuertes que la vida. La congoja del poeta, y su esperanza sutil, brotan en los versos finales del poema: “Y uno parte, y es un juego, / y hasta la postrera despedida, /uno deja, con el alma, / en cada adiós una huella.” Los amigos nunca se van, aunque dejemos de verlos. Se extravían en algún recodo del camino, o toman otro rumbo en las múltiples encrucijadas del azar, pero siempre andarán por ahí.
A veces, amistades en apariencia fugaces dejan sellos indelebles. Recuerdo que un compañero de la primaria, con quien nos prestábamos libros, me invitó a conocer la biblioteca de su casa. En disciplinados anaqueles reposaban obras de literatura y humanismo, y mimadas colecciones de libros para jóvenes. Me sentí deslumbrado, porque yo nunca había visto una biblioteca, y de golpe me ganaron para siempre su magia y su misterio.
Pasaron décadas sin que entendiera la exaltación emocional que sentía al entrar en una biblioteca o en una librería, hasta el día en que escribí un poema en el que “los libros son sueños que esperan ser soñados otra vez”. Momento y compañero regresaron con la inspiración, aunque nunca volví a saber de él, ni antes ni después del verso.
El amigo o la amiga servicial “en las buenas y en las malas”, es una pálida visión, porque algunas lecciones de la amistad son muy profundas, seamos o no conscientes de su trascendencia. Por ejemplo, ¿Qué son los profesores, sino amigos inolvidables, sembradores en el surco ancho y fértil de la niñez y de la juventud? Parten, y nunca nos dejan.
Como el amor, los sentimientos de amistad residen en las zonas cerebrales de la emoción, y como el amor, para mayor complicación, la amistad rara vez visita el córtex, región de la lógica y del razonamiento. Por eso la amistad y el amor no son ciencias, sino obras de arte, bonsáis que tornan en belleza la paciente artesanía del jardinero.
Ahí es donde está la complicación, pues no bastan al arte la inspiración, la entrega y la técnica, que tampoco bastan a la amistad ni al amor. Faltan además paciencia, integridad, entereza para confesar y perdonar agravios, a pesar de que la memoria nos impide olvidarlos. La verdad y el perdón siempre duelen, pero en la fragua de la vida separan del metal a las deslealtades, a los egoísmos, a las inconstancias, a los egos inflamados y a las demás impurezas del carácter, para forjar acero de alta ley, que no se quiebra ni se oxida con el paso de los años.
En su infinita malquerencia con la vida, la muerte no se lleva más que los despojos. No puede borrar las huellas del alma que dejamos en el postrer adiós, como canta el francés a la última esperanza. Así es que perduramos. Así es que la vencemos.
Esa esperanza, balsámica, alivia el dolor de los que quedan y el de los que parten, seca las lágrimas y abre el corazón a las sonrisas y a las risas del recuerdo. ¿Será ese el mensaje de Cantinflas, el de las huellas incontables de la risa, cuando escribió su postrer adiós?: “Parece que se ha ido, pero no es cierto.”
Tegucigalpa, 07 de julio, 2020.
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Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar. Ver todas las entradas
Un comentario
Bello artículo sobre “Cuando
Parten los amigos.” Muy linda descripción de los sentimientos de los que quedamos al dar el
el último adiós a nuestros amigos y seres que amamos. No hay duda que vivimos de los recuerdos y huellas que sembraron.