Cuando el comunismo es la única opción

Por: Slavoj Zizek

LJUBLJANA – ¿Dónde convergen, en el mundo actual, todos nuestros antagonismos y luchas por la supervivencia? ¿Existe un punto único que encarne nuestra difícil situación universal? No es Gaza, ni Ucrania, ni Sudán, ni los centros de estafas del norte de Myanmar. Es Teherán.

La capital iraní está en una cuenta regresiva hacia un “día cero” en el que simplemente se quedará sin agua. Y no es la única ciudad. La mayor parte de Irán se precipita hacia la “quiebra hídrica”, cuando la demanda superará permanentemente el suministro natural. El presidente iraní, Masoud Pezeshkian, habla ahora de trasladar la capital y ordenar la evacuación de la población (casi diez millones de personas).

La crisis refleja varios factores. La causa inmediata es una grave sequía de seis años. Incluso en la temporada de lluvias, en Irán prácticamente no ha llovido. Asimismo, la agricultura intensiva en agua y los subsidios al agua y la energía han sobreexplotado los acuíferos del país y agotado sus reservas de agua subterránea.

A esto se suma la concentración de la actividad económica y el empleo en los principales centros urbanos, sobre todo en Teherán, lo que ha socavado aún más los recursos hídricos. La pérdida de agua subterránea ha sido tan grave que partes de la meseta de Teherán se están hundiendo. Incluso si regresan las lluvias, se almacenará menos agua subterránea que antes, debido a la contracción del espacio físico.

Como el hundimiento que se está produciendo hoy en día no está distribuido de manera uniforme, todo el sistema de agua y alcantarillado de Teherán se está desmoronando. Se están produciendo fugas de gas al aire libre desde los canales subterráneos rotos.

Los dirigentes iraníes son conscientes de este problema desde hace décadas, pero siempre han pospuesto cualquier intento serio de abordarlo. En lugar de ello, el régimen destinó recursos a su programa nuclear, a apoderados extranjeros como Hamas, los hutíes y Hezbollah, y a la producción militar, manteniendo a las fuerzas armadas bien equipadas y construyendo los drones que Rusia ha estado utilizando para bombardear ciudades ucranianas.

Peor aún, ahora que la crisis ha llegado a su punto álgido, el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria iraní ha creado una “mafia del agua”. Lagos y ríos que han sobrevivido durante miles de años están siendo drenados para suministrar agua a quien pueda permitírselo. El hogar promedio en Teherán gasta el 10% de sus ingresos en agua, y mucha gente no se baña ni practica otras medidas básicas de higiene, mientras que el régimen se beneficia directamente de la crisis.

¿Pero por qué este problema de larga data y persistente se ha convertido, de repente, en noticia mundial? ¿Es porque Occidente quiere preparar el terreno para otro ataque israelí-estadounidense (esta vez con el pretexto de una nueva intervención humanitaria)? El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ya ha explotado cínicamente la situación, diciéndoles a los iraníes que, si se sublevan contra el régimen, Israel enviará especialistas para hacer frente a la escasez de agua.

Además de organizar oraciones masivas pidiendo que llueva, el régimen ha adoptado la estrategia dudosa de rociar grandes cantidades de sales químicas en la atmósfera. Pero, en lugar de inducir la lluvia de forma fiable, esta “siembra de nubes” amenaza con destruir la vegetación y dificultar la respiración. La gente se queda cada vez más en casa y la sociedad iraní empieza a desmoronarse.

En cuanto al plan de trasladar la capital, las declaraciones de Pezeshkian han sido bastante ambiguas. ¿Se refiere al grueso de la población o solo a la administración gubernamental? Si se trata de la segunda opción, ¿qué ocurrirá con los millones de personas que queden atrás? Si se trata de la primera, el esfuerzo llevaría años e impondría una carga financiera insostenible al mercado -todo ello sin resolver el problema de fondo.

No es de extrañar que decenas de miles de personas en Teherán ya empiecen a entrar en pánico. Las carreteras al norte de la ciudad están atestadas de vehículos que intentan llegar a la región del Mar Caspio, donde aún puede haber suficiente agua. ¿Pero qué pasaría si estos miles de evacuados se convirtieran en millones? Turquía es el primer destino obvio, seguida de Europa. ¿Pero qué pasaría con los estados árabes ricos de la región del Golfo? ¿Por qué no se espera que los vecinos inmediatos de Irán brinden más ayuda?

Aunque la crisis del agua se debe a una combinación específica de causas naturales y errores políticos, Irán no es el único. El vecino Afganistán, por ejemplo, está impulsando proyectos de riego a gran escala para dirigir el agua hacia Kabul, que también se encamina hacia la quiebra hídrica. Estos proyectos no están exentos de controversia, ya que pueden tener implicancias para el suministro de agua en otras partes, incluso a través de las fronteras. Por eso Egipto, cuya supervivencia depende del río Nilo, se opone tan enérgicamente a los proyectos de presas etíopes.

¿Qué debe hacerse? Si bien no tengo propuestas concretas, la solución general parece clara: el mundo va a necesitar alguna forma de comunismo. No me refiero a algo parecido al “socialismo realmente existente” del siglo XX, sino a algo más obvio y elemental.

Ni los estados autoritarios, ni las democracias multipartidistas, ni la autoorganización popular pueden abordar problemas como los que enfrenta Irán. Cuando enfrentamos amenazas a nuestra propia supervivencia como comunidad civilizada, la única opción es proclamar una emergencia a gran escala, lo que implica un estado de guerra de facto -no contra otro estado, sino contra los responsables de la crisis en el propio país.

Un estado de emergencia no debería abolir los mercados ni nacionalizarlo todo, sino imponer el control público y regular aquellos ámbitos que influyen directamente en la causa de la emergencia. En este caso, eso significa controlar la distribución del agua. En Irán, la “mafia del agua” debería haber sido desbaratada de inmediato.

El poder del estado (que es el que puede moverse más rápido) debe complementarse entonces con actos de solidaridad organizados localmente, junto con formas mucho más sólidas de cooperación internacional. ¿Utópico? En absoluto. La verdadera utopía es creer que podemos sobrevivir sin esas medidas.

Slavoj Žižek, profesor de Filosofía en la European Graduate School, es autor, más recientemente, de Christian Atheism: How to Be a Real Materialist (Bloomsbury Academic, 2024).

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