La batalla por la justicia

Conspiración, paranoia y la urgencia de una estrategia

Por: Rodolfo Pastor Fasquelle

Hay contextos que hace falta recordar, de cal y arena. Aún no se concretan muchos ofrecimientos que la gente espera con ansia, por la necesidad imperiosa, y continúa incontinente el sangrado de la migración desesperanzada. Avanza con paso firme la CICIH que, con el inevitable e inminente nombramiento de un nuevo fiscal, supone una amenaza para muchos colaboradores de la dictadura saliente, hoy solapados y determinados a detener el proceso. En aras de corregir desigualdades extremas, el gobierno se mueve, hacia una necesaria reforma fiscal, que afectará a los más poderosos capitales, nativos y foráneos, aunque no ha sabido socializar su propuesta con expertos académicos, ni comprometer el necesario apoyo popular, o concertar los votos de unas bancadas aliadas que, es lógico, aspiran a incidir, y no solo a asentir. 

Desde afuera, embullados, los Estados Unidos presionan contra la decisión valiente de establecer relaciones con China; sabotean al gobierno con chantajes, aunque felizmente ellos también tienen su contradicción interna. Los vecinos no aportan el ambiente para avanzar con cambios estructurales, ni los hermanos mayores del continente (absortos en sus propias complejidades) parecen estar en condiciones de ayudar mayor cosa, todavía. Ora sí, hay que platicar con ella, como dice Almodóvar. Naturalmente, nos afligimos.

El actual gobierno enfrenta una conspiración, y creo que se entienden las razones y los móviles de los conjurados, entre los cuales unos engañan a otros. Igual que -entre nosotros- unos se engañan, muchos se imaginan que entienden y que son los defensores y otros aún, cínicos, se impostan de amigos y aliados, siendo igual de peligrosos que el enemigo. Personalizamos y señalamos a cualquiera que se oponga o critique o exija el debido proceso. Pero nunca olvides, R, me enseñó uno de mis maestros, que también los paranoicos tienen enemigos verdaderos.

 Que hay una campaña mediática contra el gobierno, parece obvio. (Lo advertí y empecé a decir, antes de que se lo escuchara a nadie más). Que esa campaña no solo es de los medios de comunicación de masa y de la oposición partidaria, es evidente. También es parte de una estrategia de otros intereses creados, internos y externos, que contaminan a actores, gremiales y de organizaciones casi inocentes; hipnotizan a dundos y a listos. Que la idea ciertamente es generar un ambiente nocivo, con los más aviesos fines imaginables, una animosidad, como para lograr el clima de un derrocamiento. No es para nada novedosa la situación. (Es lo mismo que hicieron en el segundo cuarto del 2009, previo al teatro del golpe. Los que estuvimos ahí deberíamos recordar. Con algunos de los mismos cuentos, que somos comunistas, vamos a educar ateos con maestros cubanos, etc. etc.). Nadie finja demencia; nadie tiene derecho a pestañear; todos estamos obligados a entender la amenaza entera. Pero ¿nadie aprende?

Conscientes en todo momento del peligro real, letal para el común. La primera estrategia ha de ser sobrevivir, Madame. No hace falta convenir en todo. Para avanzar, solo tenemos que estar de acuerdo sobre entre tres o cuatro cosas importantes: el imperativo de afianzar el cambio, rescatar el derecho del pueblo, la dignidad del país, su pluralidad, la justicia.

Lo digo porque, por el contrario, no parece obvio que el gobierno siga hoy una estrategia de aliar y sumar, frente a aquella oposición, ni luce claro que haya logrado trazar bien su ruta estratégica, y acierte a diferenciar entre sus críticos, que debemos ser todos, rigurosos y bienintencionados, permanentemente; y, por otro lado, sus enemigos, que solamente son quienes quieren verlo fracasar.

Imaginarse enemigos mortales que proliferan indefinidamente, es un problema adicional porque, sin distinguir con claridad las amenazas, uno se distrae, renuncia a la ayuda que podrían dar otros; mientras el enemigo verdadero cobra ventaja a la sombra de la confusión. Y ello comporta otro fallo paralelo, de tomar por amigo a quien nos incita y empuja a la acracia. La divergencia de opinión es natural; abominable, la imposición de la homogeneidad.

Pareciera inevitable y por supuesto racional que las partes ofendidas, o que se suponen ofendidas, reaccionen en contra de nuestro proyecto; es lógico que conspiren y organicen una resistencia intransigente, que busquen dividir, minar…. Pero la mayor debilidad de quienes queremos un cambio profundo aquí es la pretensión de imponer una militancia a rajatabla, y una uniformidad hegemónica, con una inquisición dogmática. Estamos llamados a actuar con astucia y carisma, pero en vez de eso, ¿exigimos pureza? Interpretamos toda observación independiente como parte de la amenaza y como para disimular nuestra propia inseguridad, renunciamos a aliados diversos incluso estratégicos, que necesitamos para seguir siendo y valer como mayoría.

Lo lógico es que de nuestro lado identifiquemos la contradicción principal, convoquemos a todos los que entienden los retos mayores a la vista y simpatizan con el fin último, nos hagamos una autocrítica y mantengámonos comunicados e informados a cada paso. Pero se cometen torpezas, resultado de la falta de meditación, en altas esferas del poder y del Partido, sin el más mínimo análisis objetivo, enfrascándonos, más bien, en lógicas circulares hechizas. Escuchamos los ladridos descontrolados que dicen bogar con nosotros, pero con discursos histéricos e incoherentes, y alienamos a todos los que no se apuntan y alinean como militantes de una dogmática de corte escolástico, subordinando la razón del otro, en aras de una disciplina ciega. Eso no es LIBRE. Pero dentro del Partido y de las organizaciones sociales hay sectores y grupúsculos díscolos, anarquizantes y descontrolados, que frustran cualquier disciplina racional.

En la política más aún que en la vida personal, es urgente identificar y corregir errores a tiempo. La ventaja de ser cuerdo es que nos permite valernos de más simpatías y golpear con toda nuestra fuerza al que realmente nos amenaza, en vez de debilitarnos atacando tentetiesos, transeúntes y otros inocentes. Para capitalizar esa cordura se precisa una estrategia, minimalista y práctica, con una ruta bien trazada de acciones por objetivos ordenados, y orientaciones sensatas para la gente. Hay que ganar amigos en vez de enajenar los que nos quedan, afianzar nuevas alianzas cuando otras se disuelven, enlazar simpatías en vez de renunciarlas. ¡Fuera estupideces! Ante todo, ¡Responsabilidad!

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