¿Cómo se entiende el triunfo de Kast?

Por: Juan Carlos Arellano/Latinoamérica21

El resultado de la última elección presidencial celebrada este domingo en Chile, sin duda, admite múltiples interpretaciones. El candidato de la derecha conservadora, perteneciente al Partido Republicano, obtuvo un 58,1 % de los votos, un resultado contundente que se replicó en todas las regiones del país y que resulta inédito en la historia electoral de la derecha. En contraste, la candidata Jeannette Jara, del Partido Comunista y respaldada por un amplio espectro de partidos de izquierda, alcanzó el 41,8 %.

Lo primero que emerge es que se trata de la primera vez, desde el retorno a la democracia, que un candidato de derecha obtiene una victoria de esta magnitud. Es cierto que las segundas vueltas tienden a crear mayorías artificiales; sin embargo, en las dos anteriores victorias electorales de la derecha, en 2010 y 2017, con el triunfo de Sebastián Piñera, representante de una derecha más liberal y crítica de la dictadura, no hubo un resultado cercano al de esta elección.

Este resultado electoral, sumado a los distintos procesos electorales ocurridos desde 2019, constituye un síntoma más de una reconfiguración del clivaje político en Chile. Esta explicación realza la dimensión política y agencial del clivaje por sobre las dimensiones sociales, sosteniendo que estos se “construyen políticamente”.

¿Qué significado tiene esta elección en el proceso político chileno?

Una de las ideas que comenzó a instalarse es que estos resultados, tanto los de las elecciones parlamentarias como los de la primera vuelta presidencial y la elección de Kast como presidente, expresan la configuración de un nuevo clivaje político, desplazando el eje democracia–autoritarismo instalado desde fines de los años ochenta y que ordenó la discusión política hasta 2010.

Existen interpretaciones como la del politólogo David Altman que sugieren la posible configuración de un nuevo clivaje. Me adhiero a esta lectura a partir de un cambio de época en la sociedad chilena y en sus vaivenes electorales, junto con la emergencia de ideas orientadas a definir los problemas públicos y reducir la incertidumbre de actores y electores. Este proceso también se expresa en el surgimiento y reordenamiento de las fuerzas partidarias, a partir de nuevos diagnósticos políticos difundidos por distintos agentes.

La noción de clivaje político fue desarrollada en el caso chileno por los expertos Torcal y Mainwaring (2003) para analizar los legados posautoritarios del sistema de partidos, particularmente el eje entre opositores y defensores del “régimen de Pinochet” (1973–1990). Estos autores agregan que los clivajes no solo derivan de divisiones sociales, sino que también son moldeados por la agencia política.

Los cambios ocurridos en las décadas de los ochenta y noventa transformaron profundamente a la sociedad chilena. El proceso de modernización reconfiguró el Estado y su relación con el mercado, redujo la pobreza y fortaleció una clase media, pero distante del Estado. Paralelamente, se modificaron comportamientos sociales, privilegiando el consumo y el individualismo, debilitando el tejido social y los vínculos con los partidos, y favoreciendo en ciertos sectores valores más posmateriales e identitarios.

Este proceso alteró los horizontes de expectativa de la ciudadanía, que, pese a experimentar mejoras materiales, comenzó a manifestar signos de fatiga social y malestar. La educación, presentada como la principal vía de movilidad social, se transformó en uno de los grandes triunfos y también decepciones del modelo, según diferentes interpretaciones. Las movilizaciones estudiantiles de 2006 y 2011 fueron señales tempranas de este agotamiento.

El diagnóstico sobre la crisis del “modelo neoliberal”, surgido desde el movimiento estudiantil de 2011, constituyó el sustento ideológico sobre el cual se consolidó el Frente Amplio como nuevo actor político relevante, hasta alcanzar la Presidencia en el período 2022–2025. Este diagnóstico apuntó al modelo económico heredado de la dictadura y promovió una agenda de reformas estructurales, apoyando al segundo gobierno de Michelle Bachelet (2014-2018) y, posteriormente, interpretando el estallido social de octubre de 2019 como un cuestionamiento integral al orden económico y político.

Sin embargo, la violencia asociada al “estallido social” (2019) y el impacto del fenómeno migratorio calaron profundamente en amplios sectores de la sociedad. La propuesta de la Convención Constitucional apoyada por el Presidente Gabriel Boric no logró incorporar adecuadamente estas preocupaciones y tendió a interpretar el malestar como una suma de demandas identitarias, lo que derivó en su rotundo rechazo en el plebiscito de 2022.

Por el lado de la derecha, la respuesta inicial fue limitada. La derecha tradicional, pese a alcanzar la Presidencia en 2018, sostuvo un discurso predominantemente tecnocrático que perdió capacidad explicativa tras la crisis de octubre de 2019. José Antonio Kast, escindido de la conservadora UDI, articuló desde 2017 un proyecto político alternativo, fundando el Partido Republicano, crítico de las reformas impulsadas durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet y de las políticas identitarias, bajo una narrativa de decadencia institucional con ribetes morales.

Este marco discursivo, inicialmente inmaduro ­­­­-evidenciado en la derrota de Kast en la campaña presidencial de 2021 y en el fracaso de la segunda propuesta constitucional liderada por los republicanos en 2023- fue afinándose con el tiempo y ganó resonancia en un contexto marcado por la inseguridad, la migración y el estancamiento económico. En esta elección, Kast logró imponer un encuadre que desplazó el relato de la candidata del Partido Comunista, Jeannette Jara, centrado en brechas sociales, amenazas a los derechos y riesgos autoritarios.

Parafraseando al investigador y filósofo estadounidense George Lakoff, el discurso de Kast apeló a la figura de un “padre estricto” que promete restablecer el orden perdido frente a una izquierda que ofrece una “familia protectora” a la incertidumbre social de las familias chilenas. Este resultado muestra que Kast logró agenciar un conjunto de ideas que reordenaron a la derecha en torno a la noción de una “crisis del Estado”, cuya solución se plantea en términos de “esfuerzo”, “libertad” y “orden”.

Así pues, las transformaciones estructurales, el “estallido social” y los procesos constituyentes configuraron un período en el que se intensificó la discusión sobre los cambios sociales y valóricos de la sociedad chilena, conformando el marco dentro del cual se fue moldeando políticamente un nuevo clivaje. El inédito éxito de Kast sugiere que, al menos por ahora, fue quien logró agenciarlo con mayor eficacia. Sin embargo, no está exento de riesgos, pues la narrativa de la decadencia deberá dar paso al reconocimiento de un Chile socialmente más complejo y a la construcción de un horizonte de futuro para su sector.

Juan Carlos Arellano es Politólogo y profesor titular del Departamento de Sociología, Ciencia Política y Administración Pública de la Universidad Católica de Temuco (Chile). Doctor en Historia y Magíster en Ciencia Política por la Pontificia Universidad Católica de Chile.

  • Tengo algunos años de experiencia y me encanta practicar el periodismo incómodo que toque los tinglados del poder, buscando cambios en la forma de gobernar y procurar el combate a la corrupción, develando lo que el poder siempre quiere ocultar.

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